Querer puede ser poder

 

A Juli Sánchez Tejero,
 y a cuantos  afrontan con entereza  los reveses de la vida

“Sólo hay una fuerza motriz: el deseo”
 Aristóteles

 

Al comenzar un año, siempre nos hacemos propósitos. A veces, sabiendo de sobra que están de antemano condenados a su pronta extinción. La mayoría de nuestras buenas intenciones acaban al poco tiempo siendo vencidas por la rutina, la inercia o la desgana. Y es entonces cuando se abandona la idea de aprender otro idioma o de perder algún kilo de más. Sin embargo, todos tenemos experiencia de que la voluntad mueve montañas de obstáculos y de que – quizás no siempre, pero sí a menudo -querer es poder. “Las grandes almas tienen voluntades; las débiles, tan sólo deseos”, dice un proverbio chino. Nada se hace sin empeño. Nada.
Un pueblo no se hace solo. Es una tarea colectiva y, como si de un paso de Semana Santa se tratara, todos deben arrimar el hombro para levantarlo. Es preciso mirar alto para ver más allá de los intereses propios. Y, a título personal, es cierto que la vida a veces nos hace sentir como Sísifo. Cuenta la leyenda griega que Sísifo empujaba su piedra hacia arriba y ésta se caía una y otra vez, sin que consiguiera alcanzar la cima. La grandeza del ser humano estriba, seguramente, en ese seguir empujando, sabedor de que todo puede caerse. Quizás nuestra misión sea ésa: empujar para que la realidad sea distinta, pese a tener que aceptar, más de una vez, que las cosas no salgan como queremos. Pero en ese levantarse ocho veces cuando nos hemos caído siete, en ese volver – como en el poema de Kipling – a la obra perdida, aunque ésta haya sido la de toda la vida,es cuando el ser humanoencuentra su razón de ser. Justo ahí:en esa constante porfíapersiguiendo anhelos.
Un golpe seco del infortunio, un revés del destino puede torcer un plan de vida y, sin embargo, los humanos siguen levantándose cada mañana para cumplir con su tarea. Somos así, muy poquita cosa, pero nos crecemos cuando ponemos nuestra voluntad férrea en perseguir un sueño, aunque sea efímero, como lo son todos, al fin y al cabo. Bertolt Brecht acertó al decir que los imprescindibles son aquellos que luchan toda la vida. Lo vemos a diario en los que apenas pueden andar y salen a la calle. En los que han sufrido el desgarro de la pérdida de un ser querido y siguen adelante. En los parados que buscan trabajo o en aquellos a los que la enfermedad ha vuelto dependientes, y sacan fuerzas de flaqueza y hacen de tripas corazón por vencerse cada día. ¡Qué remedio! La vida llama a vivir y se vive. Aunque vivir sea un abrirse paso entre ilusiones gastadas y otras que despiertan. O sea eso que ahora han dado en llamar resiliencia y que no es sino la capacidad de aguante de toda la vida. Porque todos – quien más, quien menos – arrastramos nuestra condición de náufragos de causas en las que nos embarcamos y que nos hundieron,en ocasiones,en el más profundo desencanto hacia la condición humana, de la que conocemos ya sus miserias –ysus grandezas -. Y somos también, y a la vez, sobrevivientes que nadamos contra corriente hasta la orilla de nuestros sueños, confiados en alcanzarla. Y quizás sea esa condición la que deba salir a flote cuando la suerte se tuerza. Todo menos sucumbir al desaliento, aunque seamás que comprensible muchas veces. El ser humano tiene resortes para venirse arriba y resurgir, para emerger sin darse por vencido y revolverse frente a la adversidad, para no dejar que pisoteen ni sepulten sus derechos.
Somos tan fuertes como nuestros deseos y tan débiles como nuestros miedos nos pueden hacer sentir. En realidad, vistos a distancia, todos nuestros afanes resultan inútiles porque un día, sin preaviso, abandonaremos este mundo y varadas, a nuestro pesar, en el puerto de los proyectos incumplidos, quedarán algunas de nuestras inquietudes. No obstante, mientras vivimos, nuestra misión es, en lo posible, dar vida a los deseos, transmitir esperanza, mermar sufrimientos. Convencidos de que donde hay voluntad hay casi siempre un camino y que, por el contrario, donde falta el coraje y el arrojo, afloran las excusas para posponerlo todo. Quizás llegue el día en que las fuerzas no respondan y la voluntad dimita. Mas nos quedará el consuelo de que, mientras estuvo en nuestra mano, intentamos hacer las cosas lo mejor que pudimos. Que por nosotros no quedó nunca. Y que el resto lo obró la vida, o lo hilvanó el azar, a favor o a espaldas de nuestra voluntad. Pero hoy, todavía, querer puede ser poder. ¿Lo intentamos?

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