Y llegó el segundo domingo de mayo

  • La devoción por la Virgen de la Cabeza aúna el presente y el pasado, las vivencias de ahora y el recuerdo de quienes hicieron con el tiempo grande este día


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Y llegó el segundo domingo de mayo. Y al amanecer la Banda Municipal volvió a labrar los surcos sonoros de una música atemporal, para que sus notas florecieran con aires de diana en cada casa. Y poco después la Virgen de la Cabeza salió a la calle. Y Rute se engalanó para recibirla. Un Barrio con mayúsculas, Alto para más señas, se vistió de cuento de hadas y su gente salió también al encuentro de la que, pese a su tez láctea, llaman Morena de luz de luna, aceituna de la tierra que riega su fe de primavera. Contrastes que trascienden el lenguaje, porque la sintaxis del corazón habla otro idioma.

Salió Ella, salieron todos, por quienes ya no estaban, porque los que aquí quedan recogen el testigo que dejaron a su custodia los que ya se fueron, para hacerse presentes en días señalados como éste. E hicieron del fervor toda una fiesta. Tanto querían verla que habían acudido hasta Andújar para sentir más cerca el origen de su devoción. Y quienes no habían podido ir habían salido a recibir a sus hermanos, que les confirmaron que Rute era Sierra Morena por un día y Cabezo todo un año. Tenían tantas ganas que se acercaron puntualmente al pregón y la novena que ensalzan a su titular; tantas ganas que el sábado de antes los niños jugaron en su puerta y por la tarde brotaron desde todos los rincones del pueblo las flores de una ofrenda que regaría de aromas el gran día.

No hay expresión popular que no alcance su máxima expresión en la calle, sin puertas ni ataduras. Y a la calle salió la Morenita en el segundo domingo de mayo. Tronaron los cohetes, cual eco de las voces de quienes ya no estaban a los pies de su trono. Pero sus descendientes habían escuchado desde la cuna ese mensaje de los ahora ausentes. Tenían que ser sus ojos, tenían que ser su voz, una voz de esperanza anclada al tiempo. Cuando la gente exclama “¡Morenita!” su grito no se corta. Se queda suspendido en cuatro siglos, en la herencia cuidada de la historia. Son los “vivas” que oyeron de sus padres, y que éstos escucharon a los suyos.

Cuando la gente llora en la Bajada, sus lágrimas descienden el túnel de los años. Lloran por quien no puede compartir ya el abrazo con el que se mamó de un sentimiento de raíces que no se cuantifica porque su valor es incalculable. Es el abrazo que une pasado y presente, a muertos y vivos, historia y memoria, el abrazo que iguala a todo un barrio, a un pueblo romero en mayo y flor. Cuando la Virgen de la Cabeza llega a los Cortijuelos, todo un barrio es calero. Entonces todo Rute es 1555. La arteria del segundo domingo de mayo no ha cambiado su índole en más de cuatro siglos. Las pisadas de quienes pasaron por allí en todo ese tiempo laten en cada nota de los himnos, en cada acorde que cantan los coros. Cantan por todos ellos, para grabar a fuego los recuerdos que no borra su ausencia.

Así bajó en volandas la Morenita por los Cortijuelos, antes de visitar el cementerio, la tierra donde yace la simiente que germina el segundo domingo de mayo. Luego volvió a su casa por calle Fresno, Guitarrilla y Llano para reinventarse al caer la tarde y cambiar lo romero por solemne, volantes por mantillas, zajón por traje negro, dos caras de una sola devoción. De regreso a su barrio, la Virgen recupera su esencia mañanera. Desde el Cerro se repiten los cantos que en el Llano invocan en las tripas de la noche el último compás de una aceituna, el son postrero de un chocolatín.

El domingo se apaga en los susurros de la madrugada. Como por la mañana, no es un grito truncado bruscamente: más bien se desvanece en un suspiro. Se prolonga hasta el lunes de mañana, cuando alguien que pareciera querer recobrar el aliento pasa ante la iglesia y mira de reojo por si acaso está abierta, por si puede ver desde fuera a su Morenita y hacerse la ilusión de que sigue en la calle. En su cabeza pasan las imágenes de un día intenso, una película onírica con la banda sonora de los himnos. Al lado juegan niños, aún ajenos a la herencia que están prestos a recibir. Un día serán ellos quienes lleven la voz de los que hoy han estado y entonces se habrán ido. Serán otros, los mismos, será un mismo distinto segundo domingo de mayo en Rute.

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