Tomar la vida como viene

A Antonio Reina Guerrero, un buen hombre,
con arte para curar culebrillas y transmitir alegría.
Descanse en paz y en nuestra memoria siempre.

“En países de nieblas también nacen flores.
Después de la amargura y después de la pena
es cuando da la vida sus más bellos colores.”
José Hierro

Si algo enseña la vida, es que hay que tomarla como viene. En ocasiones, como un ciclón, como una “DANA”, como una borrasca, real o figurada, que llega y arrasa y se lleva planes largamente acariciados por delante y nos deja a la intemperie, expuestos al azar, desvalidos o desilusionados. Lo acabamos de vivir: teníamos por delante una Semana Santa que imaginábamos iba a permitir ver en la calle las procesiones. No ha sido así y ha habido que conformarse. La lluvia nos hacía tanta falta que nos hemos consolado rápidamente de la pena de no ver los pasos en la calle. Ocurre muchas veces con cuestiones de más enjundia: se prepara una oposición, se monta un negocio, se inicia una relación… y, por lo que sea, no cuaja. Y, si una lección nos da la vida, es que no hay más opción que recomponerse y seguir. Puede que se quede sobrevolando a nuestro alrededor la sombra del fracaso, que aparezca el miedo, que asome la pereza, pero, hay que seguir adelante, pase lo que pase.

En los últimos años, hemos asistido al cierre de muchos locales que un día tuvieron vida y estuvieron llenos de gente. De repente, encontramos en su persiana el cartel de “Se alquila” o “Se vende”. Son pocos los establecimientos que a lo largo del tiempo se mantienen. Hace falta mucho tesón para perseverar, salud y una buena dosis de suerte. Y mucho valor para cambiar de trabajo a ciertas alturas de la vida, para empezar de cero y reinventarse. Es lo que hace la gente que de pronto se ve en el paro o quienes se quedan sin su compañía más querida. Realmente, la resiliencia, la capacidad de adaptarse a situaciones adversas, y remontar cuando se toca fondo, es uno de los rasgos más dignos de admiración y que más definen al ser humano que, como bien sabemos, puede traicionar o decepcionar a veces, pero que también es fuerte y se crece en la dificultad, hace de tripas corazón y planta cara hasta el final, a menudo sin saber de dónde saca las fuerzas porque él mismo sabe que es poca cosa, que está de paso y que un día, con el tiempo y el olvido, sus afanes de ahora quedarán sepultados.

Un caso claro de resistencia lo vimos durante la pandemia, cuando aguantamos estoicamente el confinamiento. Aunque no siempre se tienen fuerzas y hay quien se queda orillado en el camino, con frecuencia vemos personas que, contra todo pronóstico, levantan cabeza y que, aún con todas las cartas en contra, se embarcan en proyectos nuevos y se la juegan. Confían en sí mismas, en sus brazos y en su coraje. No pueden sacudirse del todo la frustración, la pena o el dolor sufrido, pero aprietan los puños y siguen esperando que el mañana sea mejor, haciendo suyo el proverbio japonés que dice “si te caes siete veces, levántate ocho”. Hay gente que no se rinde porque no puede ni debe: esos padres que, con un hijo enfermo, se desviven por él; aquél que asume sus limitaciones y sale a la calle sin complejos; el que habiendo recibido un mal diagnóstico sigue como si tal cosa, dándolo todo en lo que hace. Hay mucha dignidad y mucho arrojo en quienes luchan a diario por sobreponerse y, si les falla lo previsto, se readaptan y siguen, no solo por inercia, sino hasta poniendo ilusión en lo que hacen, arriesgándose de nuevo, aun sin tenerlas todas consigo, apostando por un “plan B” que puede, incluso, ser mejor que aquel “plan A”, que no llegó a ningún sitio.

 

           Cierto es, y no puede negarse, que, cuando las cosas se complican y la vida se vuelve cuesta arriba, también merodea por ahí la tentación de rendirse. Y, sin embargo, merece la pena resistir, a pesar de que haya horas sin sentido, que duelen como puñaladas en el alma. La frase popular dice que “de todo se sale”, aunque no indemnes. Pero hay que seguir mientras el corazón continúe latiendo. Hay que dar la batalla diaria, combatir bien nuestro combate, como diría S. Pablo. Y la vida, cuando menos se espera, a buen seguro que nos compensa de alguna manera, a la vuelta de la esquina de cualquier día, quizás esta misma primavera. Mientras, aquí estamos, volcados en el hoy, en lo bueno que la vida nos ofrece a diario, venciendo al desaliento, aceptando lo que venga y esperanzados en el porvenir, tomando la vida como viene y sacándole lo mejor a cada día. Con eso, nos debería bastar. De hecho, en el fondo, con eso nos basta.

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