A Pepe Sánchez Arcos
y a Isabel Trujillo Jiménez,
in memoriam.
Que en paz y en el recuerdo
de quienes les conocieron descansen.
“Los ratos de ocio son la mejor de todas las adquisiciones.” Sócrates
La convocatoria de elecciones generales a finales de julio ha indignado a muchos. Habiendo días en el año, parece poco respetuoso con el descanso estival de muchas personas, que, sin duda, tienen mejores cosas que hacer un domingo de julio que ir a votar o estar en una mesa electoral. La fecha elegida puede trastocar las vacaciones y está obligando ya a posponer, cuando no a cancelar, viajes o planes personales.
Llega el verano y, con él, la necesidad de descanso, de aparcar obligaciones, de apagar esa alarma del móvil que suena siempre intempestivamente y muy temprano. Es verdad que, por desgracia, demasiada gente no puede, por sus circunstancias, irse de vacaciones, pero otros muchos llevan meses soñando con hacer un viaje o, sencillamente, con irse unos días a descansar al pueblo, la playa o la montaña. Existe el voto por correo, sí, pero muchos tienen reparos a votar de este modo, no solo por algún episodio extraño ocurrido recientemente, sino porque conlleva también ciertas molestias para el votante.
Parece pueril quejarse de la fecha de las elecciones, pero es que las vacaciones son sagradas, más que merecidas y ganadas a pulso, y ningún interés político ni personal (salvo caso de urgencia) debiera alterarlas. Es posible que las urnas el 23 de julio contengan un porcentaje de votos indignados por la propia fecha de convocatoria o que sea grande la abstención, que quizás es lo que se pretende.
Cuando se trabaja, se anhela disfrutar del descanso. Quienes llevan todo el año trabajando, sueñan con dedicar unos días a otras cosas, con desconectar de lo de siempre y, por lo pronto, las votaciones pueden fastidiarles un domingo de verano o echar por tierra viajes planeados. Se dirá que solo es un día, que votar es siempre motivo de alegría, que es “la fiesta de la democracia”. Ya. Sí. Pero no es menos cierto que debería haberse procurado no perjudicar a los votantes y dejarles disfrutar tranquilamente de sus vacaciones, sin interferencias, sin tener que estar en una mesa electoral todo un día de julio. Un mandamiento no escrito en tabla de ley alguna, pero de obligado cumplimiento por todos, debería ser “no molestar”. La falta de empatía con el votante que implica la fecha elegida es notoria. No se ha pensado más que en otros intereses, pero, detrás de esa decisión, “está la gente con sus pequeños temas, sus pequeños problemas”, como cantaba Serrat, a menudo no tan pequeños. Y puede estar este verano la ilusión quebrada de irse de vacaciones porque se ha decidido, precipitadamente, que el 23 de julio sea jornada electoral.
Con las vacaciones de la gente no se juega. Merece todo el respeto posible su tiempo libre, su deseo de irse fuera, sus ganas de descansar. Las elecciones podían haber esperado a que pasara el verano. Algunas decisiones difícilmente se entienden, aunque seguramente hay detrás de ellas toda una estrategia electoral que se le escapa al común de los mortales. Muchos de ellos, desde que se anunciaron las elecciones, hacen cola para el voto por correo o dan vueltas a la cabeza a ver cómo se las ingenian para venir desde lejos a su lugar de residencia, si les toca estar en una mesa electoral. Estas preocupaciones y pérdidas de tiempo se las podían haber ahorrado a los ciudadanos, que sienten probablemente, cada vez más, la distancia con quienes rigen sus destinos y el desapego hacia quienes toman decisiones que les afectan. Por mucho que votar sea un derecho – y, también, casi una obligación moral en países como el nuestro, donde, durante tanto tiempo, no se pudo hacer – y aunque, al final, prevalezca la responsabilidad de los votantes a la hora de decidir quiénes les van a gobernar, lo cierto es que, como podemos comprobar en nuestro entorno o, incluso, en nosotros mismos, molesta que una decisión tomada en caliente, tras unos resultados electorales, afecte al verano que llevamos meses esperando. Ojalá no siente precedente y nuestros gobernantes, en adelante, sean los que sean, se muestren capaces de ver por encima de sus propios intereses y pensar un poco en ese pueblo al que dicen servir (¿?). Que el verano está para descansar, también de campañas electorales y promesas baratas. Que toca vivir a otro ritmo y despejarse y, a ser posible, que no nos emboten la cabeza. Creeremos las promesas que nos hagan cuando las veamos cumplidas y no antes. Y que recuerden nuestros políticos que el verano es tiempo de descanso y, como tal, sagrado. Y nadie debería tener la posibilidad de estropeárnoslo.