Rute se convirtió en un inmenso río multicolor con las miles de personas que acudieron al pasacalles

Dura pugna la que lidiaron la lluvia y el sol en el domingo de piñata. Después de la pausa del sábado, que permitió que la batucada popular se explayara a gusto, las previsiones meteorológicas apuntaban a que estaría pasado por agua el pasacalles que cierra el carnaval de Rute. Todo el mundo se temió lo peor cuando cayó un chubasco justo a las cinco de la tarde, hora de salida. Por suerte, fue el único del recorrido y el sol hasta se permitió asomar algún instante entre tanta nube. No quiso perderse la transformación de las calles de Rute en un río multicolor. La partida del Paseo Francisco Salto fue rápida por el fugaz aguacero. Repuesta del susto, la multitud se dio un homenaje en la que empieza a ser, por derecho propio, la fiesta más participativa de Rute.

Sabido es el esfuerzo y la dedicación que requiere una murga, con meses de ensayo por delante. Pese a que alguno ha dejado caer que el día después podía ser festivo, muchos no pueden desmadrarse en el entierro de la sardina, porque luego han de ir a trabajar. Pero el domingo de piñata ni es laborable ni la fiesta termina muy tarde. Así que la gente echa mano del baúl o las tiendas especializadas, según mande la fantasía o el bolsillo, y a disfrutar; que la crisis sigue esperando muy tranquila a que nos volvamos a acordar de ella pasados estos días.

Ni siquiera el mal tiempo fue capaz de amedrentar a los más acérrimos. Alguno se atrevió a hacer cálculos de gente por metro cuadrado y le salían más de dos mil personas. No debía de andar muy desencaminado. Para quien lo dude, era difícil no pisar a alguien entre la entrada del Cerro y el cruce con la calle Las Fatigas. Si dicen que Rute es un pueblo abierto, en este día volvió a ser un lugar cosmopolita, con pedacitos de todo el mundo representados en forma de disfraces.

Los hubo de todos los gustos y a cual más original. Para abrir, e ir limpiando el trayecto, un grupo de fregonas. A continuación, el dragón chino, a modo de estela que marca el camino. Porque el ritmo quien lo marcaba de inicio era la “Batucada Sambiosis”. Más atrás, completaban la animación sonora (aparte de los pitos) las dos charangas de Rute, “El Aguardiente” y “Los Piononos”. Y entre medias, de todo. La imaginación al poder: grupos de legionarios, “pitufas”, fichas de dominó, las “tabarritas” del Rute Calidad, escoceses con faldas y a lo loco, espadachines, personajes de “Avatar” (hasta tres recreaciones distintas) o la clonación múltiple de Wally. Y para quien ni así fuera capaz de encontrarlo ya pondrían sus dotes detectivescas las jovencitas de Sherlock Holmes. Estando todos bien caracterizados, entraban dentro de lo convencional.

Más derroche de creatividad todavía tuvieron quienes fletaron un barco vikingo, marcharon como coches de tope o recrearon una cárcel de Guantánamo. Por no hablar de un grupo de moscas que no se separaban de su…, de…, de eso que tanto les gusta revolotear a las moscas. Y la iniciativa más novedosa de este año: el belén viviente chocolate de “Polleros con arte y muy sanos”. Más que el disfraz en sí, lo ocurrente de la familia “Zaleas” fue llenar este belén de gallinas, cerca de quinientas, que repartieron a diestro y siniestro por las casas. La idea era pedir un donativo para la restauración de los tejados de la parroquia de San Francisco, pero el gallinero que se montó quedará más en la memoria que la causa benéfica. Ahí sí que se armó el belén.

Al término del pasacalles, se entregaron en el Paseo Francisco los premios de los concursos de disfraces, convocados por la concejalía de Festejos. Se echó así el cierre a la que, tras siete ediciones, se ha consolidado como la jornada más multitudinaria del carnaval de Rute. Bienvenidos sean estos días de paréntesis festivo. La crisis puede seguir esperando. Y si se aburre, que se vaya de una vez.

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