En memoria de Simeón Serrano,
Carmen Matilla,
Antonio Arrebola,
ruteños y buenas personas.
Que descansen en paz y en nuestra memoria.
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“Ante el placer de respirar me postro.
No hay verdad más profunda que la vida.”
Raquel Lanseros
Vuelve la Navidad y las ciudades, con mucha antelación, compiten en alumbrado y rivalizan con el tamaño del árbol navideño, y, aún siendo digno de ver, lo cierto es que lo que llena de verdad no es lo externo sino lo que nos emociona, nos hace sentir y nos llega muy adentro. Solo puede reconfortar una Navidad alejada de poses y postureos, de regalos buscados a última hora y por cumplir, de cenas con gente que apenas se ve el resto del año porque poco o nada tienen en común, de amigos invisibles porque, en realidad, no lo son de verdad. Solo lo que no se hace por compromiso satisface, solo vale lo que sale del alma y no viene marcado por convenciones sociales.
Como todo en la vida, la Navidad también tiene sus detractores. Gente a la que le molesta la alegría impuesta, los mensajes edulcorados y hueros, la proliferación de fiestas… Y no solo porque, con los años, cada vez sean más las ausencias que quitan brillo a la Navidad y, en parte, arrebatan las ganas de celebrarla, sino porque también cuesta más hacer cosas a la fuerza. Lo que es forzado molesta. Sabe a hipocresía, a alegría fingida y hueca. Por eso, convendría apostar por una Navidad sin imposturas, auténtica. Deberíamos procurar quedarnos con lo mejor de la Navidad: para creyentes, un Dios que vino al mundo asumiendo nuestra condición humana, trayendo esperanza, instando a “curar los corazones desgarrados” (Is 61,1). Y para todos, en general, el aire festivo y solidario, el sonsonete de la Lotería que anuncia el comienzo de las fiestas, los proyectos de año nuevo, los deseos que queremos que hagan realidad los Reyes Magos. Deberíamos reivindicar una Navidad sin comidas obligadas, sin regalos para salir del paso, sin sonrisas falsas… Una Navidad que nos recordara lo mejor de otras ya pasadas, que nos devolviera – siquiera transitoriamente – la inocencia de la infancia. Y debemos, como es costumbre, desearnos felicidad y que el año nuevo deje cumplir algún que otro sueño, y venga con salud y sin miedo. Que tengamos ganas de levantarnos cada mañana y abrir esperanzadamente los ojos y la ventana, que no pese la vida a la espalda… Que las alegrías cotidianas ayuden a vivir y hagan la carga de los días más liviana. Que no falten fuerzas para afrontar lo que venga, que no creamos haber visto ya todo y estar de vuelta, que no perdamos la capacidad de sorpresa. Y, ya puestos a pedir, que las decepciones sufridas no empañen las acciones de la gente buena. Que tengamos ganas de aprender y de hacer cosas pendientes y ánimo para vencer la pereza, y cariño por dar y recibir y el compromiso firme de combatir injusticias y denunciarlas.
La Navidad vivida de manera sincera puede ser una ocasión perfecta para recomenzar, para dar la bienvenida a un año nuevo con la ilusión que hace estrenar. Es momento de esperar que estén por venir cosas buenas, de alegrarse de que los días vuelvan a alargar y vayan poco a poco, de nuevo, camino de la primavera. Es también tiempo de ilusionarse con el christmas desperdigado que, con la caligrafía de siempre, puntual y fiel, aún nos llega. Tiempo de descargarse una nueva versión del entusiasmo por vivir y de reiniciarnos y convencernos de que la mejor lotería es la salud y que los regalos más preciados no se pueden comprar en las tiendas ni por internet, que no se dejan pagar con “Visa” ni con “Bizum”, que los da gratuitamente la vida y la generosidad de quienes nos muestran su apoyo, su afecto y su complicidad en todo momento, y se alegran con nosotros y alivian nuestras penas. La Navidad es también tiempo de hacer balance del año que acaba y de dar la bienvenida al que empieza, siendo conscientes del don que, a pesar de los pesares, es la vida. Y así, inevitablemente, como diría la poeta Raquel Lanseros, postrarnos ante el placer de respirar, convencidos de que no hay verdad más profunda que la vida. Que celebrar la Navidad sea caer en la cuenta, una vez más, de la oportunidad única y no diferible que es vivirla. Con esa intención, ¡feliz Navidad y venturoso año nuevo! ¡Y a vivir!, que son dos días.