A Isidoro Ramírez Cobos, un hombre tranquilo y bueno
que se ha ido antes de tiempo.
Y a Paco Roldán Mora , persona buena
que toda su vida estuvo
al frente de la farmacia “La pileta”,
Descansen en paz. Justa Gómez Navajas
“¿Amas la vida? No desperdicies el tiempo
porque es la sustancia de la que está hecha.”
Benjamin Franklin
Pasó el verano, aunque las temperaturas hayan sido veraniegas hasta ahora. Acabadas las vacaciones, ya está empezado el curso y puestos en marcha, quizás, los eternos propósitos de aprender inglés y adelgazar. Mientras seguimos sin gobierno, cada cual anda a lo suyo, en su tarea habitual. Pero la rutina no tiene por qué ser una losa, una vuelta a lo mismo de siempre. Es posible incorporar alguna actividad nueva y atreverse a salir de la zona de confort, aunque también es respetable y entendible no querer salir de ella. La vida, más de una vez, ya nos saca sin permiso de la zona de confort y nos expone de mil maneras a la intemperie de la incertidumbre. Por eso, es muy comprensible que queramos quedarnos allí donde nos sentimos confortados, a salvo de amenazas externas y de injerencias desagradables, a gusto en un espacio que cuesta tiempo forjarse.
Ojalá, vueltos al ritmo cotidiano, en medio del fragor de los días, encontráramos tiempo de calidad para hacer lo que de verdad nos gusta. Un tiempo libre de compromisos sociales y obligaciones, un espacio en el que sentirnos a gusto y libres, sin espadas de Damocles, sin la amenaza de un plazo de entrega o de un horario rígido que cumplir. Es importante encontrar tiempo para pensar y para nuestras aficiones, y así no tener la sensación de que los días se suceden – idénticos, como clonados – unos a otros. Deberíamos buscar y hallar nuestros oasis diarios, reivindicarlos como quien ondea la bandera de lo que representa su auténtica felicidad. Porque todos los días, también los de diario, merecen, en lo posible, ser vividos y gozados. El ocio no debería reducirse a puentes o vacaciones que no todo el mundo puede disfrutar. Preferible es concedernos cada día el regalo de un tiempo de descanso, el placer de hacer algo que nos llena, además de intentar disfrutar también, si es posible, de la tarea que se hace. Venía a decir Confucio que quien elige un trabajo que le gusta es como si no tuviera que trabajar ningún día. En parte, es cierto, pero el trabajo es trabajo, se mire por donde se mire, aunque, ciertamente, como dice el refrán, “sarna con gusto no pica”.
Los alemanes usan el término “Feierabend” (algo así como “tarde festiva”) para referirse a las horas libres de la tarde, después del trabajo. En España, por un desafortunado horario laboral, es casi imposible disponer de tiempo libre entre semana. Con suerte, se relega al fin de semana. Muchos trabajos tienen horarios que no permiten disfrutar de calidad de vida ni conciliar la actividad laboral con la vida personal y familiar. La jornada partida da al traste con toda posibilidad de integrar el ocio entre semana. Aunque alguna vez se ha planteado la necesidad de fijar otros horarios de trabajo, cuesta cambiar estilos de vida y la arraigada costumbre de almorzar y cenar tarde. Pero sería bueno contar con horarios laborales más razonables, incluso en casos de teletrabajo, por salud física y mental y para no lamentarnos de que la vida se nos pasa entre rutinas y que andamos siempre posponiendo cosas que nos gustan, dejando para mañana leer ese libro pendiente, dar ese paseo, ir al cine o cualquier otra cosa que nos relaje y haga sentir plenos y no autómatas que cumplen a rajatabla un horario pero que no tienen la sensación de estar viviendo de verdad, sino solo asistiendo al paso de los días.
Con horarios más sensatos, habría ocasión de disfrutar lo bueno de cada día y darse cuenta de que no hay dos días iguales, que cada cual tiene su afán (Mt 6, 34). Lo dejó escrito Pedro Salinas: “¡Qué gozo, que no sean/nunca iguales las cosas,/que son las mismas! ¡Toda,/toda la vida es única!” Con horarios que dejaran más tiempo libre sería posible pararse y gozar del momento y llevar, en definitiva, una vida más saludable, más acorde con nuestras apetencias y anhelos, concediéndonos algún que otro capricho, dándonos la oportunidad de disfrutar del tiempo libre de imposiciones para intercalar todo lo que vamos dejando para mejor ocasión. Hoy, y no mañana, es la mejor ocasión. Mejor siempre pájaro en mano que ciento volando a la espera de un día en el que tener tiempo de hacer tal o cual cosa. Porque con la felicidad sucede algo similar a lo que pasa con el sueño: no se recupera. Lo dejado de disfrutar hoy no vuelve. Se pierde. Por eso, es preciso aprehender la dicha antes de que se esfume y replantearnos, ahora que, como cada otoño, comenzamos de nuevo, si no merece la pena cuestionar nuestro horario de trabajo y cambiarlo por otro que nos haga sentir más libres y humanos, y más felices, al fin y al cabo.