Ceguera led

La única cosa buena de tener que coger el coche a diario para venir al trabajo desde otra localidad es que me amanezca llegando a Rute. Ante el avance de la máquina, la gama cromática va variando sobre un lienzo en llamas que supone el cielo tras el Hacho. En un bostezo de luz, los primeros tonos dorados se van aposentando sobre las hojas de los olivos a medida que también se recorta la silueta oscura de la sierra, promesa majestuosa de lo que el sol desvelará unos minutos después. Espero que me permitan este alarde de cursilería, pero es una de las mejores estampas que podríamos vender de nuestro pueblo, todavía con las farolas encendidas a mi llegada.
Sin embargo, así como adoro esta ostentación lumínica natural, empiezo a creer que la Navidad se ha convertido en una demostración burda y hortera de la creencia en que más siempre sea más. Desde los rincones forzados para la foto de algunas ciudades, a las aglomeraciones para ver eso que llaman “espectáculo de luces” — en otro ejemplo de exageración lingüística, sin duda, ya que no es otra cosa que poner música al parpadeo—, todo me resulta excesivo. Y me lo resulta por acumulación, no porque tenga yo nada en contra de la Navidad.
No hay centro de ciudad española que no se vea atestado de curiosos y turistas que harán todo tipo de fotografías y vídeos, esos mismos que serán poco después los primeros que borrarán en cuanto les haga falta espacio en la memoria de sus teléfonos. Porque hasta los recuerdos son sustituibles. Las luces del año que viene serán otras y otras músicas vendrán con ellas, se quejen los vecinos de las plazas o no. Nos hemos empeñado en convertir la Navidad en esa fiesta que cada vez comienza antes —este año septiembre ya era buen mes— en que todo debe estrenarse, cambiar, sustituirse rápidamente. Y de pronto, en los parques todo está hecho de luz: coronas de rey mago, bolas de árbol a las que se puede acceder, ángeles con trompetas…o bien mirado, ¿quizá no será un señor terminándose una copa? Todo esto es por los niños, me dirán, como si su ilusión también fuese medible en cantidades ingentes de led. Es por los niños, pero son precisamente ellos quienes menos pueden disfrutar de los adornos navideños si es la policía quien tiene que venir a decirnos que debemos circular, a redirigirnos como reses por las orillas de las calles. No sé si estoy exagerando llegados a este punto, pero les insto a que busquen todo esto de lo que hablo en los diarios. Este año ha sido especialmente abrumadora la cantidad de noticias relacionadas.
Sin embargo, a donde les llevo con este artículo no es solo a los excesos por parte de los ayuntamientos o para ver lo aborregados que caminamos a veces por nuestras ciudades, no. Es que a veces, las luces no nos dejan ver el bosque. En la ciudad donde vivo, comenzaron a colocar las luces a mediados de noviembre. Su instalación se realiza de la manera más rápida y eficiente por parte de los operarios del ayuntamiento, eso es cierto, lo que pasa es que aquel día y tan temprano, en aquella rotonda coincidieron con más personas. Todavía de madrugada y con la llegada de los primeros fríos, los operarios realizaban la tarea bajo la atenta mirada de numerosos inmigrantes, temporeros que pernoctaban al raso desde hacía semanas al no tener otro lugar mejor en la ciudad. Aquella imagen se me quedó grabada y aunque pasé de largo con mi coche todavía no he podido olvidarla. ¿Qué se supone que se celebra en Navidad sino el nacimiento de un pobre entre los repudiados y los rechazados? Supe que, poco después y como medidas excepcionales por el frío y las lluvias, fueron resguardados en un edificio público no sin numerosísimas trabas burocráticas. A pesar de ello no puedo dejar de recordarlos siempre que veo las luces encendidas que me llevan a mi trabajo. Pienso en si no estaremos confundiendo la Navidad con la vanidad, si las luces que brillan tanto no son aquellas que provocan sombras más alargadas, si no estaremos haciendo sonar la música más alto para acallar el sonido de la necesidad, del ruido de un mundo en guerra.
También sé que merecemos un descanso, que nos hemos ganado la luz. Lo sé de sobra. Creo que estas fiestas pueden ser un oasis de tranquilidad y un merecido descanso, apto para las lecturas y la familia, de regalos y cariño entre tanta oscuridad, entre tanto rumor de sables. Sinceramente, ojalá pudiéramos repartir mejor la luz, la tranquilidad y la paz. ¿No les parece?
Les deseo un feliz descanso, sea como sea, y un más feliz 2024.

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