No hay verdad más cierta

A la memoria de Anita Alba,
Magdalena García y José Ruiz,
buenas personas, que acaban de dejarnos.
Seguiremos recordándolos. Que en paz descansen.

Justa Gómez Navajas

Despertarse, latir.
Incendiar en amores las distancias.
Abrirse el corazón en estampida,
que vida y muerte viajan abrazadas.
(…)
Miguel González Martos

No hay verdad más cierta que esta: nos vamos. Nos iremos un día, no sabemos dónde, ni cómo, ni cuándo. En algún lugar no escrito, en el aire, en el viento, está marcada la fecha. El mundo, esta vida, es un lugar de paso, y provisional nuestra estancia sobre la tierra. Las cosas que conformaron nuestra vida han de quedarse aquí un día. Aquí los libros que guardamos, la ropa que ya no habremos de ponernos, los lugares a los que solíamos ir… Dicen que el ser humano es el animal más desgraciado de todos porque es consciente de su finitud, de cómo el tiempo huye (tempus fugit) inevitablemente. Ese saber que nada es definitivo torna absurdos muchos de nuestros afanes y desvelos. Si se piensa que todo acaba aquí, apremia aún más vivir. Si se alberga la esperanza de un más allá, entonces se aguarda una prórroga de esta vida o la existencia de otra que no podemos figurarnos siquiera, pero que se imagina acaso como el ansiado reencuentro con quienes nos faltan y con todo lo que nos gusta de aquí. Quizás no hay mayor aliciente para vivir que la conciencia de que esta vida se acaba, que no es eterna. Saber que todo es efímero no debería conducir a vivir ansiosamente, pero sí a valorar lo que se tiene mientras dura y a no dejar transcurrir el tiempo en vano.

Lo cierto es que ha vuelto “Halloween” a llenar los escaparates de disfraces y calabazas y a mezclarse con la tradición de llevar flores al cementerio el primero de noviembre, aunque las flores que más valen son las que se regalan y disfrutan en vida y todo lo que se hace a tiempo, mientras se está en este mundo. Después ya sobra casi todo. En vida es cuando hay que tener detalles con nuestros mayores y – ante la imposibilidad de devolverles todo lo que nos han dado –  devolverles siquiera buena parte del cariño que nos dieron. Ahora es cuando hay que demostrarle a la gente que apreciamos de verdad que la queremos, con palabras y, sobre todo, con obras y con gestos. En vida es cuando hay que hacer las cosas, antes de que eche la vida el telón, antes de que se acabe la partida, antes de lamentar – ya sin remedio – no haberlo hecho.

Cada primero de noviembre se vuelve aún más nítida la certeza de que todo acaba, de que nos iremos. Paradójicamente, cuesta abandonar esta vida, aunque no sea color de rosa y sepamos de sus empinadas pendientes y sus duros reveses, de las decepciones que depara, de los desengaños que conlleva. El caso es que nos hacemos a ella y, sobre todo, a los paraísos que ya existen en este mundo y que querríamos perpetuar y disfrutar eternamente. Porque, ¿qué paraíso puede concebirse sin mesa camilla, sin paseos relajantes, sin ver el mar, sin la compañía que da vida y hace transitables los días? ¿Cómo no querer que se repitan una vez y otra esos ratos de tomar café ojeando el periódico, los que pasamos de charla en una terraza, escuchando música o haciendo cualquier cosa que nos guste? Ahora es la ocasión de disfrutar de los amaneceres, de ver el día irse, la luna llena en el cielo… Ahora el momento de los abrazos no postergados y de los besos. Ahora, cuando el corazón aún nos late y aún, a veces, hasta se revoluciona y alborota por lo que le mueve. Luego será tarde. Es ahora cuando hay que apostar por la vida, volcarse en lo que nos entusiasma, aprestarse a vivir el presente, aunque no podamos detenerlo, como Goethe pretendía (“Detente [instante]eres tan bello”). Porque cierto es que no podemos evitar que el tiempo se escape, pero, mientras tengamos un hálito de vida, es nuestro. Nuestro para vivirlo a fondo, para llenarlo y disfrutarlo y no dejar pasar en balde ocasiones que no vuelven, ni trenes que no han de regresar más. Nuestro es el tiempo para esculpir ilusiones en él y bebernos a tragos grandes o pequeños las horas felices, y respirar con ganas el aire fresco de los amaneceres, haciendo acopio de energía para afrontar lo que traiga el día, lo que venga, como diciéndole a la vida que aquí estamos, que rendirse es lo último, que ya llegará el momento de irse, pero que, como escribió Antonio Machado, “hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora.”. ¡A vivir se ha dicho!

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