Más allá de la Universidad

Nuestros jóvenes universitarios se encuentran inmersos en plena época de exámenes. Algunos terminando su primer año de Universidad y otros apurando las horas para pasar de ser estudiantes a adentrarse de lleno en el ansiado mercado laboral.
Las universidades surgieron en el siglo XII con la finalidad de sistematizar y difundir el conocimiento que hasta ese momento se tenía. Bolonia, París, Oxford, Cambridge o Salamanca fueron los primeros lugares en verlas nacer. Recordemos que Italia y Francia eran, en ese entonces, dos de los países más importantes en términos políticos, religiosos y filosóficos. No es casualidad que una de las primeras carreras en dichas universidades haya sido derecho. La enseñanza universitaria estuvo ligada, desde el principio, a las circunstancias que rodearon a los países y, en general, a los asuntos políticos, religiosos y económicos de Europa.
Pero, ¿somos conscientes de lo que realmente aprendemos en nuestra enseñanza superior? La Universidad enseña mucho más que un temario o unas materias que, en algunos casos, de nada sirven a la hora de poner en práctica nuestra actividad laboral. La Universidad nos enseña algo fundamental: a ser independientes, a vivir solos, a volar.
Además de los conocimientos teóricos, la Universidad nos aporta un aprendizaje personal que, sin darnos cuenta, nos ayudará en demasía a lo largo de nuestra vida. Nos enseña a liderar equipos y trabajar en grupo. Sin duda, una de las claves para conquistar una meta común con otras personas es construir un clima de confianza entre los miembros del grupo y tener claro las fortalezas, talentos y áreas de oportunidad de cada integrante. Al conseguir lo anterior, la dinámica laboral fluye y conduce, de manera efectiva, hacia el logro de los objetivos.
La Universidad nos enseña también a valorar las oportunidades. A sentirnos privilegiados porque, gracias a nuestros padres y a nuestro propio esfuerzo personal, podemos estar ahí. Gracias a ese sacrificio mutuo, nos es posible la continuidad de nuestros estudios. Esto es algo que en muchos casos no sabemos valorar cuando estamos inmersos en la época estudiantil. Quizás porque somos demasiado jóvenes, quizás porque creemos que nos merecemos todo lo bueno que nos pase. Pero ser universitario es una verdadera suerte, un regalo que debemos aprovechar.
Asimismo, aprendemos en la Universidad, apenas sin darnos cuenta, a autoanalizarnos. A descubrir quiénes somos en muchos aspectos, a comprobar que existe gente muy dispar a nosotros, pero de la que seguro podemos aprender infinidad de cosas. La Universidad nos enseña a realizar nuevos lazos de amistad con personas que no son de nuestro círculo habitual, de nuestro barrio, de nuestro pueblo, de nuestra ciudad.
Definitivamente, la docencia universitaria debe contribuir a la mejora de nuestra sociedad, debe educar en valores como parte de la formación integral de los estudiantes para que éstos se desarrollen tanto como profesionales competentes como ciudadanos comprometidos con la mejora de la sociedad. La Universidad debe ser más que una escuela de técnicas. La Universidad debe educarnos en el estricto y radical sentido de la palabra, debe sacar de nosotros aquello para lo cual hemos sido creados, inculcar valores como la responsabilidad, la honestidad y el respeto. Enseñarnos a alcanzar nuestra metas pero no a costa de todo y de todos. Formar la cabeza para que aprendamos a pensar de manera lógica y estructurada. Y, sobre todo, la Universidad debe ser escuela para formar el carácter y la voluntad de personas íntegras.
Una vez llegas a casa con tu título bajo el brazo, se abre una puerta aún más incierta: tu futuro laboral. Ahí es donde empieza un camino en el que ya no vamos guiados por unas normas y reglas, ahí comienza la senda de “buscarnos la vida”. Una vez volvemos a casa al haber terminado la Universidad nos damos cuenta de que hemos crecido, de que nunca volveremos a ser los mismos. Ahora entra en juego poner en práctica todo lo que hemos aprendido, tanto académicamente como personalmente. Y es entonces cuando debemos elegir si todo el aprendizaje adquirido más allá de los libros merece la pena que forme parte de nuestro modo de actuar. Si la ética y los valores queremos que formen parte de nuestra vida, aunque ello suponga renunciar a alcanzar algunas metas profesionales. Si ser buenas personas está por encima de todo.

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