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Han sido dos de las víctimas que se ha cobrado la Covid-19 en la residencia Juan Crisóstomo Mangas y fallecieron con apenas cuatro días de diferencia
Ana Serrano valora el drama sufrido por sus padres, víctimas del coronavirus
Julián Serrano y Araceli Osuna son dos de las víctimas que se ha cobrado la Covid-19 en Rute. Llevaban un año en la Residencia de Ancianos Juan Crisóstomo Mangas. Durante este tiempo habían sido felices allí. Lo recuerda su hija Ana. Ambos habían llegado al centro cuando a Julián, de 85 años, le diagnosticaron principio de Alzheimer. Ana y su hermana Paqui entendieron que así podría recibir los tratamientos que precisaba. Con él entró Araceli, un año mayor, con otras patologías como diabetes. Seguirían así juntos en una vejez disfrutada en su Rute natal tras una vida, como tantas, marcada por la emigración. Todo se torció de forma fatídica en apenas unas semanas. Después de contagiarse con coronavirus, los dos fallecieron con apenas cuatro días de diferencia.
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Ana Serrano afronta el dolor de la doble pérdida y de no saber qué pasó desde que sus padres contrajeron la enfermedad. Como técnica sanitaria, empezó a sospechar a raíz de las desinfecciones en la residencia. Asegura que en su lugar de trabajo en Guadix sólo desinfectaban por dentro los centros cuando ya había contagios. Conforme se sucedía el terrible goteo de positivos y defunciones, se temió lo peor. El 31 de marzo una enfermera la avisó de que había cuatro contagiados, pero sus padres estaban bien. Preguntó si en su planta había algún positivo y le confirmaron un caso con fiebre, que había sido aislado. Para aumentar su inquietud, era el compañero de dominó de su padre. Éste ya tenía fiebre el 1 de abril y el jueves 2 “sólo dos días después de estar bien, pitos”.
A partir de ahí cesan las noticias de la residencia. Sólo se enteró “por otras personas” de que su padre estaba en Infanta Margarita. Aunque seguía llamando, le respondían que no se sabía nada. Con rabia, denuncia que en realidad “no había manos” para descolgar el teléfono. A fuerza de insistir, pudo hablar con la internista del hospital. Ésta le confirmó que llamaban “todos los días” a la residencia, pero si nadie contestaba dejaban de intentarlo “porque ellos también estaban desbordados”. Su madre no llegó a ir a Cabra. Julián dio positivo en el primer test. Araceli en un principio no. Pero tras cambiarla de acompañante y de habitación, acabó en el hospital de campaña habilitado para los contagiados. El 5 de abril ya tenía fiebre. Una semana más tarde, fallecía por un paro cardíaco causado por el coronavirus, sin saber que cuatro días antes lo había hecho su marido, que sufrió una insuficiencia respiratoria.
Con su hermana Paqui contactaron desde la residencia al cabo de más de veinte días de los fallecimientos. Sin embargo, afirma que a ella nadie le ha dado el pésame. Echa en falta incluso unas palabras de consuelo o explicaciones del propio alcalde. Como otros familiares, lamenta que en el centro no les informaran de cómo estaban sus padres y tuvieran que enterarse por los médicos. Por eso, ha decidido denunciar el caso. Quiere que se depuren responsabilidades, saber si se ha trabajado bien, si el personal contaba con las medidas suficientes o se aisló a los usuarios de la mejor forma. En suma, quiere aclarar si esta tragedia “se podía haber evitado”.
Cree que las trabajadoras han hecho “todo lo que han podido y más”, pero considera “inhumano” que la directora y el párroco presidente de la fundación comparezcan “soltando mentira tras mentira”. Ana no entiende que haya habido 63 contagiados y trece víctimas “si todo se ha hecho bien”, como ambos defienden. Piensa seguir luchando hasta que esas dudas se resuelvan. Tiene el apoyo de su hermana Paqui, también el de Carmen Arévalo, sobrina de otro fallecido. Pero echa en falta más unión entre los familiares de las víctimas para esclarecer lo ocurrido. Piensa que debe hacerlo “en memoria” de sus padres, por todo lo que quedó pendiente por vivir con ellos.