Carmen Rabasco está dolida por el trato recibido en la residencia antes del fallecimiento de su tío

  • Afirma que su familia no estuvo bien informada de lo que estaba ocurriendo y que se quedaron sin saber nada de su tío cuando éste ingresó en el hospital

  • Juan Rabasco murió el pasado 6 de abril y fue el segundo fallecimiento de la residencia Juan Crisóstomo Mangas a consecuencia de la Covid-19

Carmen Rabasco durante su intervención en los estudios de Radio Rute.

Entrevista a Carmen Rabasco

Han pasado algo más de tres meses y medio desde que Juan Rabasco murió. Se trata de un hombre de 85 años de edad que presentaba problemas de desorientación derivados de una enfermedad que ya comenzaba a causar sus estragos. Por lo demás, cuenta su sobrina Carmen Rabasco, gozaba de buena salud. Había ingresado en la Residencia de Ancianos Juan Crisóstomo Mangas este año, el pasado 14 de enero. Según su sobrina, pese a que le costó adaptarse, finalmente se sentía integrado en el centro. Por entonces, nadie podía presagiar qué nos deparaba el destino. Sus sobrinas y el resto de la familia iban a verlo cada semana. Durante años, estas sobrinas habían sido las que le habían dado cobijo y quienes lo trataban como a un padre.

  • Carmen Rabasco ha manifestado indignación con el comunicado ofrecido por la dirección y el cura

Poco antes del estado de alarma, y en vista de lo que estaba ocurriendo en otras residencias, disminuyeron las visitas presenciales y comenzaron a mantener con su tío contacto sólo a través del teléfono. Una vez se decretó el confinamiento, el 15 de marzo, las visitas se suspendieron por completo. Comienzan así unas semanas de incertidumbre y de preocupación, que fueron en aumento a medida que pasaban las jornadas. Carmen Rabasco llamaba a diario a la residencia para saber cómo estaba su tío y cómo evolucionaba la situación. A lo largo de la segunda quincena del mes de marzo, siempre recibió dos tipos de respuestas: “Tú tío se encuentra bien” y “En la residencia no hay virus”.

No obstante, un día de finales de marzo se alarmó. Recuerda que al entrar a su casa tras los aplausos que cada se ofrecían como apoyo a los sanitarios comenzaron a llegarle informaciones a su Whatsapp de publicaciones en las que se afirmaba que había un importante número de contagiados por coronavirus en el centro. En esos momentos, sin dudarlo, llamó de nuevo para interesarse por la situación. La enfermera que la atendió la tranquilizó y le dijo que su tío se encontraba en perfecto estado. Sin embargo, esa misma noche fue cuando Juan Rabasco se cayó y se hizo una herida en la cabeza. En el Centro de Salud le dieron varios puntos y de nuevo lo trasladaron a la residencia. A la mañana siguiente, cuando el personal del centro se puso en contacto con la familia, informaron de lo sucedido la noche anterior y de las décimas de fiebre que tenía Juan.

A partir de ahí, todo sucedió demasiado rápido. La fiebre fue en aumento. Dos días después de la caída se presentaron los ahogos y la tos. Entonces optaron por hacerle las pruebas de la Covid-19. Juan Rabasco dio positivo, recuerda Carmen. Aun así, en esos primeros días de abril permaneció en la residencia. Al empeorar su estado, fue trasladado al Hospital Infanta Margarita de Cabra. Fue entonces cuando su familia y las sobrinas perdieron por completo la comunicación con la residencia y dejaron de recibir ningún tipo de información. Por terceras personas, afirma Carmen Rabasco, fueron conociendo que Juan tenía una neumonía, que se encontraba en la séptima planta, y que estaba “muy malito”. Finalmente, Juan Rabasco murió el 6 de abril. Fue la segunda víctima que se cobró la enfermedad en la residencia de Rute.

El último contacto que entabló con sus familiares tuvo lugar dos días antes de caerse, cuando una de sus hermanas pudo mantener con él una vídeo-conferencia. Carmen Rabasco no ha superado aún el hecho de no haber podido despedirse de su tío y la falta de información que se produjo en unos momentos tan difíciles. Además, está “molesta y dolida” con la actuación de la dirección de la residencia en esos días tan críticos. No quiere denunciar ni juzgar el trabajo que dentro de la residencia se haya podido llevar a cabo. Asegura que por parte de las trabajadoras el trato siempre ha sido bueno. Sin embargo, sí quiere que se sepa el dolor que considera se ha infligido a las familias.

Le resulta incomprensible que de un día para otro se pasase de no haber contagios en la residencia a saber qué había un número notable de infectados. También le ha dolido profundamente la falta de información durante la estancia de su tío en el hospital. Ahora ha decidido contar su historia, tras la indignación y el malestar que le produjo escuchar el comunicado recientemente ofrecido por la directora del centro, Olalla Odriozola, y el párroco y presidente de la Fundación que gestiona la residencia, José Gregorio Martínez. Con la voz quebrada y sin querer entrar en detalles, sostiene que no se ha dicho la verdad. De hecho, como mujer de fe, confiesa no entender “cómo un cura y delante de una iglesia puede mentir de esa manera”.

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