Juliana Sánchez, el rostro de la dignidad

  • Con casi 92 años, esta ruteña, que vuelve a ser homenajeada, es un ejemplo de tenacidad para limpiar la memoria de su padre, asesinado por el franquismo

Juliana Sánchez en una imagen reciente leyendo el libro de Anguita y Simancas “El tiempo y la memoria”

Pascual Rovira recuerda la figura de Juliana Sánchez

Hablar de memoria histórica en Rute implica referirse a Juliana Sánchez. A lo largo de las dos últimas décadas, varios nombres han contribuido en la localidad a conocer la etapa más oscura de nuestro pasado reciente. Catapultado por la repercusión de la asociación ecologista Adebo, su presidente, Pascual Rovira, promovió en 2002 el “Homenaje a los hijos olvidados”, al que se sumaron figuras como el Hijo Predilecto de la Villa, el desaparecido Rafael Martínez-Simancas. Fueron los primeros pasos de una causa en la que Rovira ha continuado siendo un activista. En esos mismos años, desde el rigor de su labor de investigación como historiador, Arcángel Bedmar aportó luz y taquígrafos con su libro “Desaparecidos. La represión franquista en Rute”.

Desde el lado de las propias víctimas, si la tenacidad y la lucha por restablecer la dignidad de los represaliados tuvieran rostro, se parecería mucho al de Juliana. Son décadas intentando restaurar la imagen de su padre y hallar sus restos, para darles sepultura, sin fruto hasta ahora. Esta ruteña infatigable se ha ganado el derecho a ser reconocida de nuevo en su pueblo natal. El de las jornadas “Rute. Memoria de un pueblo” será el tercer homenaje que reciba, tras el que se le tributó en 2007 en La Cuadra, sede de Adebo, y el de un año más tarde por el propio Ayuntamiento en las primeras jornadas temáticas.

También ha tenido reconocimientos en Málaga, donde la apodaron “la abuela de la A4”. Y es que durante años acudió a diario al cementerio de San Rafael, a buscar los restos de su padre en una de las fosas comunes más grandes de Europa. Ahí le perdía la pista, tras haber comprobado que fue otra víctima del franquismo, por pertenecer a la agrupación socialista. Juliana y su familia no sólo sufrieron el horror de la guerra y la posguerra, sino su ausencia y la incertidumbre de no saber qué había sido de él.

Juliana no desfalleció hasta poder documentar que su padre no les había abandonado, como les hicieron creer, sino que había sido asesinado. Fue el resultado de “un chivatazo” gestado en la propia casa en la que Juliana tuvo que ponerse a trabajar muy joven. Se aferró a una carta de despedida escrita por su padre a lápiz, sin validez oficial, pero que le permitió tirar del hilo hasta encontrar, ya con 72 años, y con la ayuda de sus hijos, la sentencia que hizo que lo fusilaran el 9 de marzo de 1937.

Pascual Rovira repasa y recuerda la trascendencia de Juliana, por su tenacidad para restablecer la dignidad de su padre. Medios de todo el país y de fuera se han hecho eco del ejemplo humano que representa. Ahora, ya viuda y asentada en Getafe, cuando se acerca a los 92 años, vive con el pesar de no haber dado aún con esos restos que tanto ha buscado. Pero esa lucha de toda una vida merece que su pueblo natal vuelva a reconocerla y darle voz.

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