Ha vuelto el verano

A la memoria de Diego Jesús Cobos Cruz
y de Agustín Piedra Repullo, dos hombres buenos.
Que descansen en paz y en nuestro recuerdo.
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“Y cómo puede ser
—me digo, viendo pasar la vida
hacia la playa—, que, pese
a las devastaciones inclementes
que el tiempo
nos inflige,
no se amortigüe un ápice
siquiera, no nos dé tregua
un segundo,
este incesante
soñar con lo imposible.”

Karmelo C. Iribarren

Ha vuelto el verano. Vuelve con sus amaneceres tempranos, sus tardes largas, sus anocheceres tardíos, sus noches al raso. Recuerda, inevitablemente, a otros que le precedieron, y, a la vez, difiere mucho de ellos. Porque apenas quedan ya charlas al fresco en la puerta, botijos de los que beber o niños que jueguen en la calle y persigan salamanquesas en las fachadas…

Este verano viene con campaña electoral incluida y elecciones. Pero, a pesar de eso, en Rute es posible encontrar la calma de sus tardes en el parque y el triduo a la Virgen del Carmen, que sigue, como siempre, celebrándose. Sin hotel en el que alojarse, es más difícil que Rute sea destino elegido y, sin embargo, es un buen lugar para quien quiera zafarse del estrés y disfrutar de la vida tranquila, de los cantos de la aurora los sábados por la noche, del traslado de la Virgen el último domingo de julio, de estar, cuando refresca, al aire libre en una terraza.

Allá, en mis años de colegio, era habitual que, a final de curso, las maestras preguntaran adónde íbamos a pasar el verano y, a la vuelta, solíamos tener que hacer una redacción sobre las vacaciones. Era frecuente escuchar como destinos del verano sitios de costa. Y, de repente, yo me descolgaba diciendo que pasaba el verano en Rute. La reacción era de sorpresa. La mayoría no sabía ni dónde estaba y no entendía cómo se podía pasar el verano sin ir a la playa. Para mí, sin embargo, Rute era el paraíso en la tierra. Y sigue siéndolo. Porque, entre otras muchas cosas, en Rute aún es posible escuchar los gallos cantar al alba, andar por sitios tranquilos entre olivos cuando despunta el día o al atardecer, y, como entonces, hoy, todavía, la extraordinaria banda municipal de música sigue tocando cada domingo en el parque o en el Fresno y hay gente que aún disfruta con solo ir al parque y echar un rato de charla y risas al fresco. A medida que va pasando el tiempo, conforta que permanezcan inamovibles algunas cosas que siempre fueron como siguen siendo. Se mantienen incólumes frente a los vaivenes de la vida, plantándole cara al destino, sobreviviendo al implacable paso del tiempo, resistiendo, como gozosas moratorias de lo que nos gusta. Su existencia consuela de ausencias y huecos que duelen, de la punzada que en el alma provoca echar de menos, de la vida que hiere, pero que abraza a la vez con todo lo que nos hace sentir bien y anima a seguir viviendo.

Julio es el verano rotundo, el calor sentido y convertido en tema de conversación diario. Y llega con sabor a recompensa después de los afanes de todo un curso. Nos trae el verano como estación en la que vivir a otro ritmo, dedicarse a lo que gusta sin el corsé del horario laboral, entregados de lleno a la dicha de existir y disfrutar de lo sencillo, sin más. Julio gusta porque permite el ensueño, porque aleja agobios, porque huele a descanso y cambio de aires; porque el verano, sugerente y prometedor, está aún entero por delante. Gusta porque sabe a vida vivida plenamente, porque recuerda a aquellos veranos que con tantas ganas se pillaban cuando acababa el colegio y septiembre aún quedaba muy lejos… Gusta también por lo que de nuevo ofrece y, porque, si se tienen vacaciones, permite aparcar algunas preocupaciones y desactivar alarmas en el móvil y deja, en suma, saborear cómo es la vida sin obligaciones.

Que este julio nos deje disfrutar de los placeres del verano, que nos conceda el descanso y vivir sin sobresaltos. Que no nos decepcionen las vacaciones que durante todo un año hemos esperado y podamos dedicar tiempo a lo que más felices nos hace. Que, en definitiva, este que empezamos tenga todo lo que le pedimos a un verano para que sea bueno y lo vivamos ilusionados, tal vez viajando o haciendo cosas que no siempre podemos hacer el resto del año, o encontrándonos con gente que, acaso, solo vemos de vez en cuando. Que nos deje ser y sentir y vivir como si el verano fuera un tiempo deliciosamente detenido, una cura antiestrés, un sueño cumplido que nos llena de energía el cuerpo y el alma y repara fuerzas para, cuando pase, seguir afrontando la briega diaria hasta que vuelva a ser verano – plenitud de los días – y la vida muestre sin reparos, desenfadada y luminosa, todos sus encantos.

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