Fiestas de barrio para un pueblo

  • La filosofía de la Vera Cruz es hacer sus Fiestas de Mayo, engendradas en torno a la ermita y la cofradía, participativas para todo el casco urbano de Rute

Tras subir en paralelo a su ermita, los dos pasos terminaron frente a frente antes de finalizar la procesión

Galería Fiestas de Mayo de la Vera Cruz  

Aunque el pistoletazo de salida se da en abril, con los Juegos Florales, las Fiestas de Mayo de la Vera Cruz se viven con más intensidad en los primeros compases del mes. Conforme avanzan los días, se intensifican los actos de una celebración metafórica y cargada de simbolismo. Como apuntan en el seno de la cofradía, son ante todo unas “fiestas de barrio”. Sin embargo, lejos de ser una expresión peyorativa, representa su idiosincrasia de gestarse en las afueras de Rute y extenderse al resto del pueblo. En el origen del barrio está ese carácter expansivo. La Vera Cruz crece alrededor de la ermita del mismo nombre, en unos terrenos que la ermita cedió al Ayuntamiento.

Un paralelismo similar se ve en estas fiestas. El concurso de cruces es un buen ejemplo. Buena parte se ubican en el barrio y a partir de ahí colectivos, asociaciones y otras cofradías participan en esta exaltación de la vida. No hay que olvidar que la cruz vacía representa su triunfo sobre la muerte. Es la misma vida que se abre paso en las flores que eclosionan en este mes y que adornan las cruces y su entorno.

También ha acabado por adquirir un carácter simbólico de esta festividad el drama de la pandemia. Al no poder salir a la calle, mucha gente decidió de forma espontánea participar desde los balcones. Esta alternativa puntual acabaría por convertirse en una modalidad del concurso que convoca la cofradía en colaboración con el Ayuntamiento. En total, han sido veinte las formas de expresar este sentimiento en la edición de este año. Así, han concursado diez cruces en la categoría de adultos, dos en infantil y ocho balcones. El hecho de que la costumbre se haya extendido desde el barrio se ha magnificado con la participación de una cruz elaborada en la aldea de Zambra.

El primer premio de adultos ha sido para Francisco Porras, que de nuevo había ubicado en el Patio con Duende del Museo del Anís su cruz, con notable presencia de flores del tiempo, cobre y los emblemáticos alambiques. En el mismo entorno se hallaba el balcón ganador, de Anselmo Córdoba. Algo parecido ha ocurrido con los segundos premios de ambas categorías. Es decir, compartían lugar de ubicación y entorno singular. Ha sido el caso de la cruz y el balcón elaborados por la cofradía del Cristo de la Misericordia en el restaurado patio de su casa de hermandad. En cuanto a la categoría infantil, la cruz ganadora ha sido la inscrita a nombre de José María García.

Del resto de cruces premiadas, la tercera ha sido la de la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, instalada en el Círculo de Rute, donde destacaban los imponentes mantones que coronaban el entorno. Cuarta ha quedado la cruz elaborada por el AMPA La Ronda en el patio del colegio Ruperto Fernández Tenllado. Aparte de las características propias de la cruz y su entorno, la idea homenajeaba el mundo del circo. En balcones, el de la Escuela Hogar ha logrado el tercer premio, mientras que la otra cruz infantil premiada ha sido la del grupo joven de la Vera Cruz.

Tras este participativo concurso quedaba el día grande, el primer sábado de mayo. Como en toda fiesta que se precie, la jornada combinó lo lúdico con lo estrictamente religioso. Desde primera hora de la mañana las calles del barrio se convirtieron en un circuito de juegos para los más pequeños: carreras de sacos, tira de la soga o las típicas carreras de cintas tan particulares de este día son algo más que una forma de implicar desde temprana edad. Es tal vez también la única vía de que pervivan estas tradiciones ante el empuje vertiginoso de las nuevas tecnologías.

Poco a poco iba quedando atrás una intensa semana de cultos y actos, para dar paso al momento cumbre de estos días, la procesión de la Virgen de la Sangre y la Santa Cruz. Cuando cae la tarde del primer sábado de mayo, el simbolismo y el carácter metafórico de esta festividad alcanza su cénit. Al luto de la Semana Santa sucede la luz y el color. La cruz vacía, el primer paso portado en Rute por costaleras, da ese carácter de procesión de Gloria, ratificado con la saya negra de la Virgen, que reemplaza a la negra del Domingo de Ramos.

A diferencia de ese día, el recorrido se centra en el barrio, con un pequeño guiño a las calles céntricas, con el paso por el Ayuntamiento y Santa Catalina, parroquia de referencia. La Banda de Cornetas y Tambores Suspiros de Pasión, de Alameda (Málaga) y la Banda de Música El Carmen, de Dúrcal (Granada) pusieron música a un cortejo donde no faltaron representantes del clero, cofradías, autoridades y mantillas. Como en Semana Santa, el último tramo se hizo con los dos pasos subiendo en paralelo a la ermita, al son de la marcha “Virgen de la Vera Cruz”, de Antonio González.

Como entonces, se había apagado el alumbrado público, pero la iluminación de las tenues antorchas había sido sustituida una vez más por la luminosidad de las bengalas. Faltaba el colofón de esta metamorfosis, los fuegos artificiales, ese espectáculo de luz y sonido que contrarresta el lamento hecho oración de las saetas. Así terminaba el día central de estas fiestas, que tendrían el domingo su epílogo en la subasta de la mesa de regalos. Fue la guinda de una celebración surgida, en efecto, en un barrio, pero que disfruta todo un pueblo.

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