Este abril para vivir

“Abril para vivir, abril para cantar
Abril, flor de la vida al corazón
Abril para sentir, abril para soñar
Abril, la primavera amaneció”.
Carlos Cano
—————————-

A la memoria de Rosa Curiel,
la de los churros de toda la vida.
Una buena mujer. Que en gloria esté.

Justa Gómez Navajas

Es abril. Y se nota en las calles y en el aire, en las tardes que parecen no acabarse, en la gente que pasea sin abrigo ni chaqueta, más alegre y ligera. Nos sacudimos del letargo del invierno y abrazamos la vida sin temores, como si espinas no tuviera. Tomamos los primeros helados de la temporada, nos sentamos en las terrazas, como si eso fuera lo más urgente que tuviéramos que hacer en primavera. Sencillamente eso: vivir la vida y disfrutarla, ser de ella parte, gozarla. Porque pasa sin darnos cuenta y no regresa, aunque se quiera.
En la tele, en la radio y en las calles se habla estos días de si en España hay libertad de expresión o no, de si el humor negro es humor o humillación, si es que todo se puede decir aunque ofenda. Y se habla del “Brexit”, del Reino Unido que se va de Europa y de una Unión Europea que se resquiebra. Pero la vida que más nos importa es esto que sentimos, este renacer milagroso de cada año por estas fechas.
Salen procesiones. Las de siempre, las que llevamos viendo desde niños. Su puntual regreso cada año, a la misma hora, de la misma iglesia, nos hace creer que es posible bañarse varias veces en el mismo río, aunque, como dijo Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” y han pasado ya muchas primaveras hasta llegar a ésta. Se mecen, al son de las marchas, los pasos de Semana Santa y, con ellos, mil y una vivencias acunadas en el alma. La vida, desde la última primavera, ha seguido su imparable curso de Gólgotas y Tabores, calvarios, lunas llenas, cálices ineludibles, resurrecciones y glorias. Pero ahora, recién amanecida la primavera, como Lázaros resucitados, abandonamos sepulcros de amarguras y salimos al encuentro de la vida, cautivadora y hermosa como ella sola cuando se pone a mostrar su mejor cara y le da por ser buena y amable y tierna. Poco sabemos de lo que vendrá después: sólo que el verano se adivina al final de esta estación y que todo se ve con otros ojos cuando los días alargan y retrasan la noche. Poco más… Sólo que queremos vivir este abril desde el primero al último de sus días, con pasión desatada por su luz y sus encantos, como si no hubiera un mañana y ser más feliz no se pudiera. Porque abril se ha hecho para soñar y sentir y exprimir sus horas todo lo que den de sí. Y a ello nos aprestamos cuando la vida nos regala una primavera nueva, intacta, aún por desentrañar, como un misterio que nos toca desvelar despacio, poco a poco, paso a paso, con la ingenuidad y la inocencia de quien estrena. No es que en este mes dimitan las penas, ni cesen las guerras, ni el sufrimiento de tregua a quien lo tenga, pero las cosas se ven de otra manera cuando la naturaleza despierta y parece mentira que los árboles, hasta ayer sin hojas, luzcan verdes y con sus ramas de hojas llenas.
Abril se nos dio para comprobar que es posible, como fénix que de sus cenizas renaciera, salir de la tristeza y reponerse de dolencias y soledades impuestas, de madrugadas desveladas y de algunas ausencias… Es como si la vida pusiera el contador a cero en primavera y nos diera la oportunidad de dar rienda suelta a las ilusiones y forma cierta a las quimeras. Como si nos extendiera un cheque en blanco a nuestro nombre para que lo rellenásemos con sueños hibernados que andan revoloteándonos por dentro, pidiendo paso para cumplirse un día de éstos. Abril nos hace siempre desempolvar planes y alentar esperanzas encubiertas.
Es abril y la vida parece dispuesta a ofrecer lo mejor de ella y espera de nosotros una respuesta que corresponda a su irresistible oferta. Es primavera. Y hoy no hay mejor noticia que esa. Es inútil negarlo: como el de Antonio Machado, nuestro corazón “espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”.

Deja un comentario