EN DEFENSA DE LA EDUCACIÓN

“La educación es el arma más poderosa que se puede usar para cambiar el mundo” (Nelson Mandela)

Fuera del inane debate de si es mejor la educación pública, la concertada o la privada, siento que la esencia de la misma Educación se está debilitando últimamente por varios motivos, a su vez inmersos en los cambios y avances de nuestro tiempo.
Partiendo de la acepción correspondiente a la instrucción docente, echo de menos la autonomía del profesorado, invadida habitualmente por los distintos partidos políticos, que no llegan a un necesario acuerdo de mínimos que no maree al maestro en su enseñanza, pero obviamente, las macanadas, de los primeros, fruto del desconocimiento e incuria, acaban por frenar el desarrollo de los niños. Y también echo de menos la necesaria autoridad del profesorado y el respeto al mismo por parte del alumnado. No creo que mantener unos límites con respecto a la forma de comportarse conlleve sumisión o tiranía. Los alumnos deben interiorizar sus derechos, pero también sus deberes, y los poderes públicos los tienen que refrendar y defender. Pienso que no se puede admitir que escasos alumnos, cuyo mal comportamiento en clase paraliza al resto, sea algo habitual en los primeros años de ESO, según se ha visto en la práctica. No es admisible la explicación repetida de “¿Y qué vamos a hacer con ellos?”. Además, algunos que se visten con la palabra Democracia, paradójicamente, defienden el triunfo de esa minoría, lastrando o retardando el conocimiento, que haciéndolo extensivo, puede ser el saber futuro del país. Sin embargo, espero no despertar confusión. La educación pública no solo es necesaria, sino que hay que reforzarla, precisamente porque desgraciadamente hay aun en este país mucha población que no podría formarse fuera de sus circuitos. Eso no quiere decir que haya que dar un aprobado general sin evaluar lo aprendido, porque pierde su razón de ser.
Se habla también de la desmotivación del profesorado, sobre todo en la enseñanza media. Soy, sin embargo, de los que piensa que son verdaderos luchadores en un escenario de hormonas descontroladas y una desenfrenada condescendencia ante las conductas disruptivas de algunos, planes y leyes absurdos y contradictorios, saturación, burocracia y, en ocasiones, dirigismo ideológico.
A diferencia de los principios de la Ilustración e incluso renacentistas, la sociedad actual globalizada y la mal llamada corrección política prefieren el relativismo a los grandes valores, endiosa el emocionalismo frente a lo racional y lleva al pensamiento débil, minusvalorando lo lógico, conduciendo a una explicación arbitraria denominada postverdad, nada categórica sino vaporosa, integrada en lo que ha venido a llamarse la sociedad líquida, que escribo en minúscula porque me niego a darle más valor. Añado, además, que no se pueden dar pasos caminando sobre las aguas, y menos aún avanzar sobre ellas sin ahogarse, o al menos, sin mojarse.
Podríamos pensar por qué un aumento de los medios humanos y materiales puestos al servicio de los sistemas educativos no han producido una sociedad más razonable, avanzada, madura, solidaria, compasiva y culta. Aunque se comienza con una instrucción a pequeñas edades en las que los niños interiorizan valores en la escuela, los acechantes enemigos los anulan de manera cada vez más prematura, cuando subvierten un crecimiento adecuado al desarrollo psicológico y convierten al niño y al adolescente en víctimas de un mercado descontrolado de consumo y moda, ante el cual se desvanecen sus escasas defensas, ya que no conocen mecanismos para frenar esta inercia devoradora y carecen de la necesaria capacidad crítica.
Defiendo un conocimiento compartido, en el que se creen espacios de acuerdos, huyendo de la manipulación política estratégica en los contenidos, estudiando con mayor profundidad todas las disciplinas humanísticas, estimulando la cultura general en vez de la subespecialización prematura y poniendo como absoluta prioridad el conocimiento extenso de nuestra lengua, (de nuestra lengua común), para poder entendernos, pensar, discurrir y actuar. Hemos retrocedido mucho con los localismos, lo cual está demostrado en el empeoramiento de índices de comprensión lectora, por ejemplo. La educación debe ser integradora, respetuosa, y los nacionalismos llevan implícitos los conceptos de superioridad y odio, aunque camuflados. Critico sobremanera esa forma de incidir no ya en la instrucción, sino de tergiversar la historia, atracando desde la más tierna infancia la objetividad y atando el conocimiento a la ideología, lo que no deja de ser una manifestación de totalitarismo.
Se podría pensar que está desfasado aprender modales y urbanidad, otro significado de la palabra educación, si bien es algo necesario que se puede corregir simplemente desde las casas, igual que se debe hacer con la transmisión de valores por parte de los padres, en una labor y función que no es trasladable a los docentes. Les compete a ellos. En estos aspectos posiblemente hay mucho margen de mejora.
No podría acabar este artículo sin agradecer a mis maestros su trabajo. Nombraré solo a algunos que me dieron clase a mí, pero esta admiración la hago extensiva a todos. Nunca olvidaré las lecciones y los consejos de María José, Antonio Bracero, Teodoro Sánchez, Mari Carmen Lastra, Carmen Arcos, Flori, Joaquín Torres, Ángel López, Antonio Llamas, José María Llamas, Jesús Majada, Adrián, Ramón, Jesús Ribas o los doctores Martínez Sierra, Lachica y Pere-Pérez. Y desde luego, me faltaría tiempo para agradecer la educación que he recibido de mis padres, sin duda, mis mejores maestros.
Porque, en el peregrinaje del aprendizaje continuo, intervienen muchos actores, e incluso uno mismo elige algunos caminos. Como en la vida misma.

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