Editorial Julio-Agosto 2022

Juliana Sánchez ha vuelto al pueblo que la vio nacer, al lugar en el que pasó su infancia y donde perdió a su padre. A su familia le hicieron creer que éste los había abandonado. En realidad, fue una de las víctimas mortales de la represión franquista en Rute. En total, cincuenta y tres hombres, y no diecinueve como consta en los libros de defunciones de los registros civiles, son las personas que perdieron la vida fruto de esa persecución. En Rute hubo treinta y cuatro personas que figuran como desaparecidas de las que no quedó constancia de su fallecimiento. Sus familiares no pudieron darle nunca sepultura. Son datos que conocemos gracias a la publicación del libro titulado “Desaparecidos. La represión franquista en Rute”.
La lucha de Juliana por encontrar los restos de su padre ha sido titánica. Durante décadas ha buscado sin éxito sus restos. Su vida ha estado marcada por esa pérdida y por la impotencia que genera no poder demostrar que no los abandonó. Ella se aferró a una carta de despedida escrita por su padre. Cuando tenía 72 años logró encontrar la sentencia que hizo que lo fusilaran un 9 de marzo de 1937. Ahora ha vuelto a Rute, con 92 años, para recibir un nuevo tributo de su pueblo. Ella es un ejemplo de lucha y de constancia por dignificar la memoria de esos “hijos olvidados de Rute”. Así los llamó Pascual Rovira, promotor de las primeras jornadas de memoria histórica, organizadas en 2002.
Ella, Juliana, es hija también de un desaparecido, como lo ha dejado reflejado el historiador Arcángel Bedmar, quien con su estudio minucioso y su labor de documentación ha querido seguir arrojando luz sobre una etapa oscura de nuestra Historia. Da igual dónde se ponga el acento o que se les recuerde como desaparecidos u olvidados. Lo cierto es que cualquier sociedad democrática que se precie sólo pasará página cuando las familias de esas víctimas del franquismo sientan que se ha dignificado la memoria de sus seres queridos. No basta con decir que en una guerra murieron de ambos bandos, pues eso es una obviedad; ni que hubo atrocidades por las dos partes, pues también es otra obviedad. Sin embargo, conviene recordar, como bien puso de manifiesto Arcángel Bedmar durante la presentación de su libro en Rute, la represión franquista y republicana no fueron iguales en su origen, sus formas o el número de personas afectadas. Ni la memoria histórica ni ahora la denominada memoria democrática deberían ser patrimonio de ningún partido político, sino el justo reconocimiento que deben recibir los perdedores. Quienes ganaron ya se encargaron de rendir tributo a los suyos.
En julio se han celebrado unas jornadas que se han denominado “Rute. Memoria de un pueblo”. En ese contexto se ha reeditado el libro de Arcángel Bedmar con nuevos datos, fotografías y testimonios. Además, se ha vuelto a rendir homenaje a Juliana Sánchez. Incluso hemos tenido la oportunidad de escuchar los testimonios de José Jurado, Purificación Cobos o Araceli Vinuesa, tres familiares de víctimas represaliadas. Estas jornadas han sido uno de los actos destacados del mes. En esta ocasión han sido promovidas desde el propio Ayuntamiento.
Los últimos días de julio también serán recordados por la pérdida de nuestro árbol más emblemático, la Encina Milenaria. Era una de las señas de identidad medioambiental y aspirante en varias ocasiones a ser declarado Árbol Europeo del Año. Sin duda, es una pérdida de gran relevancia ambiental para nuestro pueblo. Ese rincón, presidido por la Encina Milenaria, que forma parte del recuerdo de generaciones de llanenses, ruteños y ruteñas, ya nunca volverá a ser igual.
El mes concluyó con el Traslado de la Patrona, la Virgen del Carmen, desde su ermita a la parroquia Santa Catalina Mártir, y con un pueblo que se dispone a vivir las fiestas carmelitanas, después de dos años en los que nada pudo celebrarse por la pandemia. Llegan, por tanto, unos días de alegría, de júbilo y también de reencuentro con nuestros paisanos.

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