“YO, MÍ, ME, CONMIGO”

“El egoísta se ama a sí mismo sin rivales”. Cicerón.
“El único egoísmo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor”. Jacinto Benavente.

  Durante el descanso estival, este año más continuado, lo que es bueno para mi salud física y mental, he percibido en varios lugares, casi en todos los que he estado, además de desconcierto, muchas señales que me llevan a pensar que somos cada vez más egoístas. Progresivamente, parece que actuamos dirigidos por nuestro propio beneficio sin tener en cuenta a los demás. Lo he visto, por ejemplo, en museos del extranjero, donde llegan algunos individuos que empujan para hacerse una foto delante de un cuadro o escultura famosos que ni miran, corren pisándonos para llegar antes a algún lugar conocido en el que posar sonriendo desmesuradamente y de forma impostada, pasando luego a un aparente embotamiento y automatismo hasta el próximo destino elegido para hacerse otro selfi. Lo he visto también en otras ciudades, cuando hay personas que no guardan el orden en la fila, sino que intentan colarse para ser atendidos los primeros, abusando de servicios o espacios comunes. Lo he apreciado en comunidades de vecinos, donde algunos alquilan apartamentos continuamente a inquilinos que ocasionan desgaste y destrozos en lugares públicos, sin cuidar de ellos, pero sin incrementar su contribución monetaria, de manera que socializan y reparten los gastos ocasionados. Y lo he notado además en los pueblos, en los humanos que moran, habitan, pasean, trabajan y disfrutan en todos los sitios.

Desde que nacemos, tenemos una inclinación instintiva hacia conseguir el placer y evitar el dolor, o, dicho de otra forma, a alcanzar lo que nos gusta y esquivar lo que no nos gusta. Esa dirección es genuina, sincera y adaptativa. El bebé se queja cuando tiene hambre, sed, frío o calor, cuando no se le cambia el pañal y cuando se encuentra solo, pero esas señales no dejan de ser muestras de necesidades básicas y no podrían encasillarse dentro de ningún planteamiento egoísta. Cuando crecemos, ya en la adolescencia y en la vida adulta, además de la fortaleza de nuestra personalidad en las decisiones, también entra en juego el factor motivacional. Entonces podemos optar por elegir entre una forma de ser que preconice nuestros intereses por encima de los de los demás, u otra en la que mantengamos un equilibrio entre ambos, aunque sigamos mirando más por los propios. Son excepcionales aquellos que priorizan las necesidades de los demás a las suyas.

Conozco personas que podrían catalogarse de egoístas. Anteponen su beneficio personal al colectivo en todo momento, incluso cuando un pequeño sacrificio propio les podría traer enormes beneficios a los demás. Es muy difícil para ellos desprenderse de lo propio y compartirlo. Suelen ser el foco de atención, sobre todo en un grupo, y se ponen nerviosos cuando tienen que escuchar a los demás. Procuran extraer un provecho tangible de todas las situaciones en las que intervienen.  Dan siempre lo mínimo de su tiempo, esfuerzo o dinero a la hora de hacer algo, o buscan el modo de que se haga de la forma más cómoda o conveniente para ellos.

Se ha escrito mucho sobre este tema. Así, el egoísmo moral es una doctrina que afirma que las personas deben tener la norma social ética de obrar para su propio interés, y que esa es la única forma moral de obrar. “Lo personal es lo real”, decía Kierkegaard en ese sentido. Desde esta postura se argumenta que el altruismo, (definido como diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio), es contraproducente porque al intentar ayudar a otros puede producirse un perjuicio. También aducen que el altruismo es algo destructivo para la sociedad porque se abandonan sueños, objetivos o proyectos propios al pensar en los demás, y además añaden que ellos están en posesión del sentido común. Sin embargo, esta doctrina es muy criticada, entre otros motivos, porque no puede resolver conflictos de interés. Otra postura, el llamado egoísmo racional, considera que el altruismo es un vicio que satisface a los demás, pero nunca al propio individuo, y por tanto conduce al malestar y al colectivismo. Por otro lado, el egoísmo psicológico es la teoría de la naturaleza humana que afirma que la conducta está impulsada por motivaciones interesadas, negando la existencia de conductas verdaderamente altruistas. Famosos autores hablaron de él, como Hobbes desde la filosofía y Adam Smith, desde la teoría económica. El egoísmo biológico se identifica con la teoría de la evolución de Darwin, lo que bautizó como la “supervivencia del más apto o más adaptado al medio”. En los últimos años ha tomado auge el denominado egoísmo positivo, que alude a la necesidad y posibilidad de vivir con aprecio hacia los demás, pero sin permitirles que nos controlen, favoreciendo la autoestima, al tratarse de una manifestación sana de valoración y respeto por nuestras expectativas, valores y objetivos.

Obviamente, pienso que es pertinente y cabal mirar por nuestras aspiraciones personales, defender nuestro proyecto de vida y apostar por él, pero también realizarlo de forma equilibrada, dándonos cuenta de lo que hacemos, a quién podemos beneficiar y a quien podemos perjudicar, y de qué forma o en qué grado, omitiendo aquellas conductas dañinas para los otros. Si lo hacemos así, tal vez el que es excesivamente egoísta, al vernos, no note tanta competencia, no advierta tanto público alrededor, no pueda engatusar tanto, y pierda fuerza en el intento…

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