Roma no paga traidores

Ya hace más de un año que esto del coronavirus nos sacudía. Asumimos la situación con entereza, no quedaba otra opción. Fueron unos meses donde las videollamadas para insuflar ánimo al prójimo eran una cosa natural en el decurso diario. Nos prometimos un mundo mejor durante aquellas semanas de confinamiento domiciliario, llenas de aplausos en nuestros balcones y de papel higiénico en nuestras abigarradas despensas. Creímos por un momento que este golpe tan duro que recibíamos nos convertiría en mejores personas, más cívicas, más concienciadas con el valor de unidad de lo público, más solidarias, más comprometidas con nuestro alrededor. Por un momento se instaló en la conciencia de nuestra sociedad que aquel sobresalto cambiaría para siempre nuestra vida. Pero nos equivocamos, enormemente.
A la vista ha quedado como ejemplo de esto el comportamiento individual de muchísimas personas en todo nuestro territorio, saltándose a la torera las normas de salud colectiva que las administraciones han propuesto, perjudicando así no solo la salud de todos los que están a su alrededor, sino también perjudicando a la recuperación económica, que tiene que aferrarse sin remedio a esta continua línea de altibajos, como si de una hoja de sierra se tratase si la comparamos con las diferentes olas o picos de esta puñetera pandemia.
La política es también un buen espejo donde mirar estas buenas expectativas truncadas de las que venimos hablado. Y es que la decencia va por un camino y la derecha (política) por otro. Estos que defienden la ortodoxia democrática, la libertad, el constitucionalismo y demás palabros que quedan muy bonitos de cara a la galería, pronto se les olvida la dignidad cuando se trata de defender su status político, que viene a ser lo mismo que su sillón calentito. Las puñaladas traperas que han surgido en el Gobierno de Murcia han salpicado de odio, más si cabe, a todas las administraciones políticas que han caído en manos del PP y sus aliados ultraderechistas. El cortijo andaluz que tanto han vociferado los populares andaluces, a tornado a la carrera en una especie de Sofá Factory, donde su racionalidad y decencia política ha quedado equiparada a las posaderas de sus culos. La polarización de la que hemos hablado otras veces en este medio se traduce en una lucha a machete limpio, como si de una película de Tarantino se tratara. Es una pena, pero las buenas intenciones que hace un año a todos nos embargaban, no es que hayan desaparecido, es que resultan antagónicas a día de hoy. Nosotros desde nuestra prudencia llamamos una vez más a la cordura de la ciudadanía y a la de sus representantes. A todos sin excepción, que quede esto claro, pues nuestro poder como sociedad está muy por encima de los intereses de unos pocos, que además provocan ya un hartazgo inconmensurable. A los que nos gusta la política sin bilis y sin ningún tipo de controversia no entendemos estos últimos movimientos políticos que han surgido en los despachos, que podrían traducirse perfectamente en el aforismo latino de “Roma no paga traidores”. Roma no, pero se ve que en Génova aún queda remanente y ellos sí que están dispuestos a soltar la plata.

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