En memoria de Araceli Reina,
Fernando Jiménez Tirado,
Manuel Peláez,
Juan Antonio Redondo Henares
y Juan Antonio Perruca.
. Buenas personas.
Que descansen para siempre en paz
y en nuestro recuerdo.
Justa Gómez Navajas
“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor,
la electricidad y la energía atómica: la voluntad”
Albert Einstein
Es normal hacerse propósitos de año nuevo. Tan normal como incumplirlos. Y es que es la vida la que marca el paso, por más que pretendamos marcárselo y, aunque creamos llevar las riendas de los nuestros, es ella la que, al fin y al cabo, hilvana y deshilvana a su antojo. Si se tiene una visión trascendente de la vida, se dirá, como en el salmo 30, “en Tus manos están mis azares”, sabiendo, como sabemos, que nuestro radio de acción es limitado. “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios”, dejó escrito San Ignacio de Loyola.
Si el ser humano tiende a incumplir lo que se propone, sea por las circunstancias o por falta de voluntad, parece no tener mucho sentido hacerse propósitos y, sin embargo, nos los hacemos, incluso inconscientemente. Algunos quedan solo en eso: en ideas que no pasaron de serlo, en sueños que no cobrarán vida, en proyectos que nunca se verán realizados. Otras veces nos esforzamos, como Sísifo, en llevar la piedra hasta lo alto de la montaña y la piedra se cae una y otra vez. Sería bueno no empecinarse en metas que no vamos a conseguir, buscar el equilibrio entre lo que está en nuestra mano, que no es mucho, y aquello que se nos escapa, que es casi todo; aceptar lo que no se puede cambiar y emplearnos a fondo en lo que depende de nosotros porque también es cierto que muchos esfuerzos suelen dar fruto, que muchas veces, aunque no siempre, “querer es poder” y que pocas satisfacciones hay mayores que la de lograr lo que se ha procurado durante años, con tesón y paciencia. Como el tiempo es escaso, hay que elegir bien los objetivos y no enfrascarse en batallas que están perdidas de antemano. Y sin olvidar que toda opción que se haga (ir a la Universidad, preparar una oposición, montar un negocio, etc.) implica renuncias. La cultura de la inmediatez en la que andamos inmersos parece desdeñar todo lo que supone esfuerzo, pero, salvo repentinos golpes de suerte, pocas cosas se consiguen sin él. En la vida es importante perseverar, que no es lo mismo que empeñarse en causas vanas. Recuerdo que hace años un alumno se mostró interesado por irse a Alemania. Como a mí aquel país me abrió los ojos, entusiasmados, a otra cultura, otro idioma, otras costumbres…, me pareció estupenda su decisión. Se fue. A los pocos días, volví a verlo por aquí. Al preguntarle cómo le había ido, me dijo que no aguantó allí, que era duro estar lejos, que el idioma era difícil… Es lógico que volviera pronto si no estaba a gusto y su estancia en aquel país se le antojaba una tortura, pero he de confesar que me dio lástima. Vivir en otro país debería ser casi una experiencia obligatoria porque las dificultades que surgen forjan el carácter y hacen resistir, por los vínculos que se crean con la gente que allí te va haciendo la vida más agradable y por el mundo de posibilidades que se despliega cuando se aprende otra lengua y consigues desenvolverte en un lugar que, poco a poco, se te va volviendo acogedor, hasta infiltrársete para siempre por cada poro de la piel del alma. Sirva esta anécdota para reivindicar el valor de la constancia. A menudo vemos cómo se montan negocios a todo lujo tras meses de obras y con decoración de diseño. Al poco tiempo, muchos echan el cierre. Produce tristeza que lo que con ilusión se monta fracase. Y, por el contrario, todos conocemos negocios que llevan abiertos toda la vida, con sus dueños al pie del cañón siempre, en la barra o detrás del mostrador. Eso conforta porque da a entender que, por fuertes que vengan a veces los vientos, es posible mantenerse en pie y que no hay que claudicar a la primera de cambio. Cada cual verá si tiene sentido hacerse propósitos o no. De hacerlos, deberían tener la dosis justa de realismo y de ensueño. Muchas cosas que se creen imposibles se acaban haciendo, pero también es verdad que conviene medir las fuerzas y ser conscientes de las propias limitaciones porque “el esfuerzo inútil conduce a la melancolía”, como decía Ortega y Gasset.
Tenemos casi un año entero por delante y hay que aprovecharlo. A lo mejor va siendo hora de hacer lo que llevamos tiempo anhelando o cualquier otra cosa que aún no hemos hecho. Que siempre se está a tiempo de dar vida a un propósito nuevo. ¿Quién dice que es tarde? Siempre es hora de intentarlo para poder, siquiera, decir aquello de “por mí, no ha quedado”.