Los pasacalles del fin de semana ponen al carnaval de Rute un broche de color que ni la lluvia logra deslucir

Ingenio e imaginación han protagonizado los dos  pasacalles que cada año suman más participantes

Ingenio e imaginación han protagonizado los dos pasacalles que cada año suman más participantes

La presente edición del carnaval de Rute ha dejado algunas fechas redondas en su principio y en su final. En el comienzo, con el certamen de agrupaciones, se han cumplido treinta años desde que la murga decana saliera por primera vez. En el colofón del domingo de piñata, el pasacalles municipal ha alcanzado su décima edición. Por medio ha habido más de una semana de colorido y derroche de imaginación. Es muy probable que lo que está ocurriendo no sea una casualidad: que los peores años de la crisis hayan coincidido con los que más han agudizado el ingenio para buscar los disfraces más ocurrentes y originales. Tal vez eso que se ha dado en llamar la “gracia andaluza” sea una habilidad innata para lograr la catarsis a través de la risa. No siempre sucede así, pero muchos y muchas de los que se han vestido en estos días viven de cerca (a veces, en sus propias carnes) los estragos de la crisis y los recortes. Su grandeza y nobleza está en que no devuelven su rabia, su impotencia o su resignación con arrebatos de rencor o resentimiento. Lo hacen arrancando una sonrisa de quien observa.

Y para arrancar sonrisas, nadie como los payasos. Quizás tampoco sea casual que haya sido el tipo elegido para el pasacalles del segundo sábado. En realidad, los promotores querían homenajear a todo el mundo del circo, pero la mayoría se decantó por las narices postizas rojas y las pelucas rizadas multicolores. Si alguien pensaba que el circo estaba muerto, el maravilloso mundo de fantasía con que tantas generaciones han crecido resucitó en Rute con todas las atracciones que bajo la carpa pueden ofrecerse: domadores con tigres, leones o elefantes, trapecistas, arlequines y hasta zancudos.

Como si de una riada de ilusión se tratase, el combo multicolor fue arrastrando adeptos por las calles de Rute hasta alcanzar picos en que no cabía un alfiler. Es de hecho un rasgo característico de estos pasacalles que no sea al principio cuando más gente se junta. Conforme avanza el grupo, aquellos a quienes coge de camino o los que han estado preparando el disfraz hasta última hora se suman a la muchedumbre. De ahí que desde el Paseo del Llano hasta la calle Málaga esa otra serpiente multicolor fuera “in crescendo”. Para parecerse más aún a los payasos y al circo de toda la vida, se ha repetido hasta el hecho de sacar una sonrisa acompañada de reflexión. Una reflexión solidaria para colaborar con la asociación Cuenta Conmigo, a través de la barra que habían montado.

Cada uno de los seis pasacalles de este tipo que se han celebrado en el segundo sábado de carnaval, por cuenta de un grupo de amigos, han sido monográficos. El municipal del domingo de piñata, en cambio, es de temática libre, aunque nunca han faltado los grupos unificados bajo un mismo tipo. Lo que costó más trabajo este año fue que todos los asistentes estuvieran agrupados. Más allá del esfuerzo de la batucada o las dos charangas ruteñas por marcar el ritmo, cuando la lluvia hace acto de presencia acaba imponiendo su propio paso, más rápido en muchos casos de lo deseado.

En cuanto a los estereotipos parodiados en los disfraces, este año se ha hecho presente buena parte de lo que Valle-Inclán (de nuevo la huella del genio gallego) denominara “el ruedo ibérico”: desde una tuna hasta la escenificación andante de una corrida de toros. Entre medias, Rute se convirtió en un desfile cosmopolita y multicultural: tribus del antiguo Egipto recuperadas para la ocasión, mexicanos activos, falleras mayores en paños menores, bufones de palacio en la corte de los milagros, Wallys que siguen buscándose (o invitando a que los busquen) y lo que encuentran es un grupo de paracaidistas extraviados, piratas de agua dulce, marineros de lancha en el Pantano, mormones de secano, brujas que exorcizan los malos rollos, Epi y Blas localizando su Barrio Sésamo entre el Barrio Alto y el Bajo… Y como es un evento largo, cerveza y pizza. No es que hubiera bebida y comida: eran algunos de los disfraces que se podían ver, comida rápida en contraste con la alta cocina que pretendían vender otros. Por haber, había hasta un Papa que podrá renunciar a su cargo, pero no a los placeres mundanos.

Aunque la llovizna condicionó el ritmo y la duración del pasacalles, no logró deslucir el desfile de color e imaginación. Además, la muchedumbre confluyó de nuevo en el Paseo Francisco Salto, con la seguridad del resguardo de las carpas, para asistir al fallo del concurso de disfraces. Fue la guinda a este evento municipal que cumple su primer decenio. También fue el colofón a una semana larga de ingenio. Con la resaca todavía a cuestas, seguro que los aficionados ya están buscando ideas para el año que viene.

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