SOBRE LA VIDA. OIGA, ¿ES EL ENEMIGO?

Pregunté al son que mi intención anhelaba, pero no hallé respuesta.
Los “enemigos” hoy en día aparecen en cualquier lugar y momento, pero parecen invisibles, inaudibles e insondables. No estamos en aquellos tiempos en que abiertamente nos desafiaban, contradecían, contrariaban o insultaban incluso. Vienen desde el anonimato, las sombras, la posibilidad cobarde que otorgan las redes sociales, el gregarismo que protege aparentemente desde grupos cohesionados y la impunidad que los escuda. A veces sé quiénes son y otras no, pero mencionaré algunos. Considero que son mis enemigos aquellos que se saltan las normas para obtener beneficio propio. Y no cuento solamente a los políticos y a empresarios desalmados, sino también a aquellos pertenecientes a otros estratos que engañan hasta donde pueden y a quien pueden. Incluyo a los que me quieren agasajar para obtener beneficio secundario (“peligrosa la lisonja que tan pronto no espero”), a los aduladores profesionales, a los conseguidores furibundos que se disfrazan volviéndose taciturnos para parecer más débiles y convincentes, a los que hablan de mí a mi espalda, y a aquellos grullos y ñoños que intentan convencerme o quedar por encima sin argumentos o con consignas breves, chapuceras y desinformadas.
Son mis enemigos los que me roban, de forma sutil o directa. Algunos pagamos excesivos impuestos en función de lo que ganamos, mientras otros que ingresan más, esconden sus beneficios en opacas sociedades o empresas fantasmas, evaden dinero en paraísos fiscales y lo gastan delante de nosotros como si no pasara nada. Y parece que no pasa nada, en verdad, porque aquellos que tienen que vigilar dichas actividades económicas emulan a los que no tienen cita aun con un oftalmólogo, porque no ven, o no quieren ver, que es peor. Creo que se firman en todos los pueblos de este país documentos que no se fiscalizan ni vigilan bien desde los organismos competentes. ¿Dónde están los notarios cuando se hacen compras y ventas y se paga una parte en negro? ¿Dónde están los registradores de la propiedad? Dentro de los enemigos que me roban señalo a todas las Administraciones Públicas, porque cada una me ocasiona números rojos en la cuenta corriente. De nuestro sueldo, podríamos pararnos a sumar todo aquello que pagamos en tasas municipales e impuestos provinciales, autonómicos y estatales. Pagamos por lo que compramos y por lo que tenemos. Y también pagamos por lo que deseamos, ya que, en nuestra sociedad, con el crédito, se nos ha enseñado o moldeado para que queramos tener más de lo que podemos pagar.
Son mis enemigos los que no quieren guardar el orden necesario para la coexistencia. Lo es el Estado cuando desmantela organismos de defensa civil, cuando castiga determinados tipos de policía y beneficia a la más condescendiente y posiblemente puesta a dedo, cuando desde las Comunidades Autónomas se construyen policías con calzador, cuando la policía abandona su función, cuando no se deja trabajar a los jueces, cuando los jueces dejan de trabajar porque les ponen trabas y cuando se asustan de aplicar las pocas leyes que van quedando para atrapar al malhechor. También cuando entran en el juego político y se dejan arrastrar al muladar de la conveniencia en vez de a la verdad que han jurado. Me siento desvalido ante cierta abogacía que defiende cualquier mentira con tal de que aquel que le paga sea perdonado por algún delito o falta. Nunca he entendido esa ética que permite conllevar la disonancia que se establece cuando se conoce un crimen y se consigue que el criminal no sea culpado. Ni lo entenderé. Son enemigos los que vagan con desidia.
Son mis enemigos los que no quieren trabajar, los que simulan enfermedades o dolencias para no hacerlo, los que viven, listillos, a costa de otros, los que parece que solo leyeron a Lazarillo y al Buscón, o tal vez que se los resumió su mentor en la vida disoluta. Al respecto, hay quien dice, anecdóticamente, que cuando Newton estaba debajo del manzano pensando en las Leyes de la Gravitación Universal, se perdió, y en realidad había ido a buscar un almendro para comprobar que el dinero no brota de él, lo que constituyó otra ley incontestable. Pero, volviendo, son peores aquellos que sabiendo lo anterior, mantienen la paguilla innecesaria favoreciendo el parasitismo y el proselitismo paniaguado, condenando al abandono a aquel que sí lo necesita. Lo son también, aquellos que conozco de cerca que piden en la sanidad privada el doble de pruebas de las necesarias para hacer caja, mientras que en la sanidad pública sólo solicitan las meramente indicadas, o tal vez menos, porque la Administración les dice que ahorren. Esto último me preocupa porque lo veo todos los días y está aumentando de forma alarmante. Y critico sobremanera a los gestores despiadados que son incapaces de pensar en las personas y se quedan en los números y en el balance.
Son mis enemigos los que permiten que las decisiones importantes las tomen los que no están preparados o son simplemente zotes, lerdos, fantoches, felones, bellacos, zascandiles o crapulosos. Y lo son también ellos mismos, por no saber renunciar a esos cargos y aceptar su incompetencia. La codicia y la soberbia son buenas ropas para el ascenso, pero pesan mucho si caes al río, o te echan al agua.
Y son mis enemigos los que se dejan arrastrar por mantenerse en el poder a cualquier precio, descosiendo lo conseguido durante muchos años con gran trabajo, rompiendo la convivencia, los que nos intentan incitar al odio entre españoles hermanos, los que nos empujan a pertenecer a grupos excluyentes, enarbolando paupérrimas directrices extemporáneas, los que originan fastidios cotidianos porque no quieren actuar de otra manera, los que siendo inteligentes escogen el atajo de lo fácil para medrar, los que no son capaces de colaborar y mirar más allá de sí mismos, los que no reconocen errores, los que no declaran la guerra pero tiran bombas ideológicas, y también los que tiran bombas haciendo la guerra. Y muchos más.
A lo que inmortalizó el gran Gila: “Oiga… ¿Es el enemigo? ¡Pues que se ponga!”, yo añado, dubitativo y desconsolado: ¡Por favor!

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