La Patrona congrega a centenares de personas que volvieron a sentir Rute en el 15 de agosto

  • La procesión de la Virgen del Carmen representó de nuevo el punto culminante de unas Fiestas Patronales donde las calles del pueblo fueron una vez más un hervidero de personas

A la altura de la plaza que lleva su nombre, la Virgen del Carmen emprendió el camino de vuelta a su ermita

Galería  Procesión Virgen del Carmen 2023

Rute volvió a vivir y sentir todo lo que significa el 15 de agosto, la sucesión, suma y acumulación de emociones que rodean la procesión de la Virgen del Carmen. Es la culminación de sus Fiestas Patronales, la guinda de una serie de cultos y actos que ponen al pueblo de gala desde mediados de julio, con especial intensidad desde el Traslado del último domingo del mes. En ese intervalo de algo más de una quincena se agolpa en el imaginario popular un patrimonio emocional inefable. Trasmitido y heredado de generación en generación, supone un compendio de sentimientos que tienen su origen en la fe, pero que sobrepasan lo exclusivamente religioso.

En ese mismo contexto, acercarse a la Virgen del Carmen es una forma de contactar con lo que trasciende. A su vez, ese vínculo entre lo divino y lo humano, a través de su imagen, es una forma de conectar a quienes nos rodean, a quienes pisan las mismas calles o conviven bajo unas mismas costumbres, unos mismos rituales. Por todo ello, estar el 15 de agosto en Rute es una manera de compartir un sentimiento de pertenencia. No es sólo un día especial para quienes viven aquí todo el año, sino para quienes tuvieron que alejarse, pero aún sienten el dolor silencioso de la nostalgia, de las raíces donde nacieron y crecieron. Conforme pueden, aprovechan para volver a reencontrarse con la esencia de lo que son. Todo ello, todos ellos, todas ellas, están en Rute en este día. Por eso, las calles tienen una efervescencia única. En Rute, el 15 de agosto hay devoción, hay religiosidad, hay vida. Y todo se traduce en ese aire especial y único que se respira en el pueblo. Hasta el calor, extremo a menudo, parece atenuar su sensación de asfixia.

Se nota desde las jornadas previas, con ese pálpito común de cuando se acercan las grandes ocasiones, pero al amanecer el festivo 15 se percibe desde que la Banda Municipal inaugura la mañana. En su diana anuncia que no va a ser un día más, que por delante quedan muchas horas con las emociones, y los nervios, a flor de piel. Se diría que todo el programa es un preámbulo al instante más esperado. Como ha ocurrido en la novena, el pregón o la coronación, la Virgen preside el altar de Santa Catalina. Allí la canta la Coral Polifónica Bel Canto, en la función religiosa. Tras ella, el pasacalle de gigantes y cabezudos, y el espectáculo de animación infantil del Ayuntamiento confirmarían que la religiosidad es un punto de partida hacia un reencuentro más allá de lo racional, con lo espiritual, lo tradicional, lo nuestro.

Pero en el imaginario carmelitano ruteño, todos los caminos conducen a las nueve de la noche. A esa hora llegaba un año más el cénit de estas fiestas. La Virgen asomaba por la puerta principal de Santa Catalina para salir a la calle, a las calles, donde centenares, quién sabe si miles de personas la seguirían. Es un itinerario atemporal, donde el reloj se detiene para que sean un mismo instante pasado, el de quienes sembraron y alimentaron esta tradición, presente, el que se exprime a cada segundo, y futuro, por las generaciones que se acercan por primera vez a lo que les va a acompañar el resto de sus vidas.

El cortejo es toda una riada humana. Desde la Banda del Santísimo Cristo de la Elevación, encargada de abrirlo, a la entrañable Banda Municipal. Por medio, están las hermandades y cofradías de Pasión y Gloria, las autoridades políticas y religiosas, mantillas y gente alumbrando. Pero es alrededor donde se congrega la mayor multitud, gente que va y viene para ver a la Patrona en distintos puntos del recorrido, para no perderse ninguno, como el paso por el Círculo de Rute al son de la “Salve Marinera”, cantada por Juanan Caballero.

Por la calle Del Pilar, por la Plaza Nuestra Señora de la Cabeza, por el Cerro, por San Pedro, acompañan a la Virgen para dedicarle interminables “Vivas”, para cantar sus himnos, en especial cuando llega al Paseo Francisco Salto y los hermanos de varal se recrean meciéndola al compás de la Banda Municipal. Los fuegos artificiales iluminan la noche y a la vez anuncian que toca emprender el camino de vuelta, pasar por la plaza que lleva su nombre, único punto del trayecto que se repite. Y al final, todo vuelve a ser como al principio. En la calle Toledo, camino de su santuario, vuelve a sonar en bucle el pasodoble “Reina y Señora”, como aquel último domingo de julio que, de lo intensos que han sido estos días, ahora parece tan lejano como las siguientes Fiestas Patronales. No habrá que esperar tanto para volver a verla en la calle. Por delante, quedan muchos actos encuadrados en el Año Jubilar con motivo del centenario del patronazgo. De momento, la magia del 15 de agosto en Rute volvió a ser una vez más la realidad de un pueblo.

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