La onubense Argentina brilla entre un plantel de estrellas en la XXI Noche Flamenca de Zambra

Como el resto de artistas, Argentina recogió al  término de su actuación un lote con miel, aceite y anís de Rute

Como el resto de artistas, Argentina recogió al término de su actuación un lote con miel, aceite y anís de Rute

Por la Noche Flamenca de Zambra pasan las ediciones, pero no los años. No envejece, y si lo hace le ocurre como a los “gran reserva”, mejorando el paladar, sonoro en este caso. Una posible explicación es que aquí el todo sí es una suma de las partes. Y cada una de las partes que conforman el cartel gana con el transcurrir de los años. Más de la mitad de los artistas que le habían dado forma en esta ocasión han pasado ya antes por la aldea de Rute. El ejemplo más extremo es el de José Domínguez, El Cabrero: se termina antes repasando las veces que ha faltado. No es de extrañar que sienta que viene a cantar “a casa”. Pero también el cante de Capullo de Jerez se ha escuchado en cuatro ocasiones a orillas del río Anzur. ¿Y qué decir de Luis de Córdoba? No es casual que, tras un retiro parcial de una década, haya elegido el festival que organiza la Peña Cultural Flamenca de Zambra para subir de nuevo a las tablas. Los tres abrieron hace tiempo un camino en el que ahora se han adentrado Jesús Méndez y Argentina, además de la bailaora Alba Luna y su grupo.

Todos y todas tienen razones para llevarse un buen recuerdo del festival, más allá del lote de miel, aceite y anís de Rute que se les entrega al término de cada actuación. De introducirlos se encargó un año más Juan Ortega Chacón, algo más que un maestro de ceremonias: una seña de identidad de la Noche Flamenca. Chacón dio paso a la encargada de abrir la noche, Alba Luna. Decir que fue el aperitivo de lo que estaba por venir sólo sería justo porque, por orden cronológico, siempre se coloca en este festival el baile como apertura. Como apunta Chacón, Luna confirma el auge del género en la provincia, siguiendo una línea que se remonta a Concha Calero y le llega de forma directa a través de su maestra, Inmaculada Aguilar.

Tras ella, el cante arrancó con el jerezano Jesús Méndez, la primera cita de la noche con Cádiz. A la hora de repasar el cartel del festival zambreño, hay que medir y contextualizar cada frase. Si se dice, por ejemplo, que Méndez representa el típico ejemplo de apuesta de la Peña por valores emergentes no significa que estemos ante un talento por pulir. Simplemente, por edad, no ha podido desarrollar aún una trayectoria tan amplia como otros compañeros de cartel. La atesora, desde luego, Luis de Córdoba, aclamado como un hijo pródigo. Su concatenación de clásicos de su repertorio, como “Pares y nones” se ganó el fervor popular. Entre el respetable, se repetían frases del tipo “No tenemos prisa”, que obligaron a arrinconar por un rato el lote gastronómico, para que el de Posadas volviera a sentarse cuatro veces en forma de bises.

Sin desmerecer en modo alguno el primer tramo, el ambiente se iría caldeando en la reanudación, en contraste con el frescor que rezuma siempre el Anzur al caer la noche. Si Luis de Córdoba representó el papel de hijo pródigo en esta suerte de “Biblia flamenca”, con El Cabrero el verbo se hace Zambra. El estado de forma del genio de Aznalcóllar pasa a segundo plano cuando suenan en la guitarra de Rafael Rodríguez los primeros acordes de “Si se calla el cantor” o “Luz de luna”; o cuando disecciona la realidad más cruda y natural, como su querido campo, en una serie de fandangos encadenados. Hace mucho que José Domínguez dejó de ser un mortal más en Zambra para alcanzar como El Cabrero la consideración casi divina por parte del público. Algo similar ocurre con Miguel Flores. Cuando se trasmuta en el Capullo de Jerez, la peregrinación a tierra Zambra está garantizada. Las más de mil quinientas personas se multiplican para premiar su entrega, su voluntad de dejarse la piel y la garganta en cada nota. En apariencia, es el menos purista de los que subieron al escenario. Pero sólo en apariencia. Bajo el envoltorio de su frenesí desbocado, hay un cantaor que no da puntada sin hilo en ningún palo.

Cada uno a su manera, El Cabrero y Capullo transportan a sus seguidores a su vertiente más irracional. En el fondo, toda manifestación artística conlleva una excitación de los sentidos. Pero quien actúa antes, después o entre medias de alguien así tiene una dificultad añadida: ha de sobreponerse al mito, ganarse al público desde el primer garganteo. En esas circunstancias emergió Argentina, que compensó la devoción irracional con la razón de su arte. Le ocurrió el año pasado a su paisano Arcángel, que tuvo que “pelear” cada aplauso. La joven cantaora asegura que no sólo no le pesa, sino que supone un estímulo. María López lleva un nombre artístico que hace alusión a la plata, pero su cante y su voz son de oro. Quebrada y rajada como la de su también paisana la “Perla” de Huelva, o como la jienense Carmen Linares, otra que en su día sentó cátedra junto al Anzur. Da igual que Argentina emule a la Paquera de Jerez con unas bulerías por soleares, escoltada por el grupo de palmas y cajón; o que se atreva por seguiriyas con el único “ropaje” de la guitarra del Bolita. Como esas divas del cante a las que recuerda, Argentina parece contener el torrente que se genera en su interior y que se esculpe en sus cuerdas vocales. En realidad, es un falsamente contenido, porque al final explota en cada nota. La onubense ha venido por primera vez a Zambra, pero se ha ganado a pulso y quejío el derecho a que muchos deseen que no sea la última. El ojo clínico de los miembros de la Peña para vislumbrar los mayores talentos sigue intacto.

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