Fiestas de agosto

“Somos libres,

libres digo,

de querer

lo ya querido”.

Gloria Fuertes

Como entonces, como siempre, es llegar agosto y empezar las fiestas. Con los años resulta más difícil entusiasmarse. Todo puede sonar a lo de siempre y quizás, como dijo Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Las fiestas, en cambio, sí siguen siendo las de toda la vida: la novena, la aurora, el pregón, las damas de honor y la reina, el Día del Carmen y la feria. Revivirlas cada año no es rutina. Nadie nos obliga. Hay cosas que no nos cansamos de hacer nunca y es una suerte vivirlas. Muchos quisieran hacerlo y ya se fueron. O están encamados, atados a un tubo de suero. O no tienen ganas ni fuerzas ni cuerpo. Habrá quien haya estado contando los días para que lleguen y quien esté deseando que pasen porque a las penas les van mejor los días de diario, sin luces extraordinarias que acentúen los contrastes. Para que no duela tanto recordar que hubo días del Carmen espléndidos, en los que la memoria se recrea, esperados con ilusión, felices, cuando la vida no dolía ni pesaba. Ahora a algunos se les junta el calor implacable con la pérdida reciente, con la soledad que hiere, con la enfermedad imprevista o de hace años, con el desconcierto de no tener trabajo ni esperanza de encontrarlo. Las fiestas en esas circunstancias resultan ajenas, como algo postizo que no va con uno. Pero el calendario se impone. Siempre fue así: llegaba agosto y Rute se llenaba de forasteros, que volvían a su pueblo en estas fechas. Todavía hay en éste mucho de aquellos veranos y, aunque menos, siguen viniendo ruteños de fuera. Rute cobra otro aire, como si a la vida de todos los días le diera por ser distinta y por el túnel del tiempo volvieran veranos vividos, que no pudimos retener por más que hubiésemos querido. Veranos de sentarse en la puerta, casi definitivamente huidos. Veranos habitados de presencias que se fueron para siempre y que vuelven, sin querer y queriendo, cuando se repiten, casi idénticas, cosas que ya vivimos.

Agosto en Rute tenía y tiene un nombre: la Virgen del Carmen, su Patrona hermosa, inconfundible. Coronada o no, a Ella dirigimos los ojos, a veces implorando lo imposible. Agosto no se entiende en Rute sin el Día del Carmen, ese 15 de agosto diseñado para celebrar la vida y echarse a la calle, desde que toca la diana hasta que la procesión se encierra de madrugada. A algunos quizás les resulte cansino repetir cada año lo mismo. Pero a veces se necesita comprobar que hay cosas que siguen en su sitio y que Rute en agosto continúa siendo ese lugar en el que la realidad parece dar cuartelillo. Lo que pasa es que agosto vuela. Es como si fuera una ventana que nos deja asomarnos a una vida deseable y sin prisas, pero que demasiado pronto se cierra. Los días empiezan a acortar y anuncian que las vacaciones se acaban. Por eso, antes toca disfrutarlas. Porque las fiestas son un modo que la vida escoge para autoafirmarse, rotunda; son la voluntad férrea de mantener la costumbre. Lejos de su aparente superficialidad, las fiestas son una muestra de perseverancia, una batalla ganada a la desidia, una tregua en la lucha diaria, un plantar cara a la tristeza, una prueba de resistencia, una paz firmada con la vida. Es un decir “aquí estamos”. Aquí, pase lo que pase. Aquí, cada cual con sus penas vivas y sus alegrías. Aquí, en nuestro pueblo, que es mejor que el cielo: el paraíso que quisiéramos eterno. Las fiestas son nuestras señas de identidad y una manera ver la vida y dar buena cuenta de ella. Cuando pocas cosas duran o se deshacen como azucarillos juramentos presuntamente serios y desaparecen de repente en las listas de contactos nombres que parecían imborrables, la tradición, sin embargo, permanece. Fiel como ella sola, imperturbable, como el mástil de un velero que entre las olas y bandazos de la vida nos lleva cada agosto al puerto seguro del sentimiento, tan hondo y tan nuestro que aflora él solo en cualquier momento y, desde luego, cuando suena la aurora o la excelente banda de música de Rute toca “Reina y Señora”. Surge dentro, muy dentro, y no lo dobla el desencanto, ni el viento ni el tiempo. Es agosto y las fiestas llaman a las puertas del alma. Nos convocan a todas y a todos, de aquí y de fuera, piensen como piensen, sean como sean. La calle es nuestra y Rute está de fiestas. Vivirlas es nuestra gozosa obligación y nuestra devoción sincera. La que repetiríamos mil veces, si se pudiera…

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