Entrevista a Rafael Martínez Simancas: periodista, escritor e Hijo Predilecto de la Villa

Rafael  Martínez Simancas junto a varios de sus libros publicados

Rafael Martínez Simancas junto a varios de sus libros publicados

Rafael Martínez Simancas nació en Rute en 1961. Es periodista, escritor, Hijo Predilecto de la Villa, una persona apegada a sus raíces, a nuestro pueblo, y un excelente cronista. Además, ahora le ha tocado ser autor y protagonista del libro “Sótano octavo”. En noviembre de 2011 le diagnosticaron un cáncer. Por su condición de periodista, y animado por un amigo, comienza a escribir su propia crónica. Desde ese momento Rafael relata lo mejor y lo peor de lo que le ha tocado vivir. No se trata de un libro de autoayuda. Se trata de una forma valiente de ejercer la profesión. Leer el libro te hace sentir cerca de su autor, también de las personas que pasan por trances similares. Rafael nos ofrece una mirada sincera, cercana, y con grandes dosis de humor, como nos tiene acostumbrados en sus escritos. También es una historia llena de miedos e incertidumbres, pero con una mirada positiva. Hablamos con él cuando han pasado dos años y medio desde que todo comenzó.

Pregunta: Buenas, Rafael, ante todo darte las gracias por atendernos, nos gustaría comenzar preguntándote cómo estás, cómo te sientes en este momento.
Respuesta: Bien, bien… Esto no es una batalla que se gana en un día, es algo que hay que afrontar a largo plazo, y tiene sus revisiones. Tiene lo que podríamos llamar sus pequeñas ITV.  Bueno, pues hay que llegar, día a día, a cada ITV. Pero, en estos momentos, me siento bien.
P: ¿Nada más conocer el diagnóstico de la enfermedad sentiste la necesidad de escribir, de contar lo que te pasaba?
R: No, ni mucho menos. Fue mucho más tarde, cuando un amigo me dijo: “Oye, tú eres periodista y puedes contar la crónica de esa batalla”. Y la batalla era la mía, y así fue. Me puse manos a la obra. Cuando te dicen que tienes un linfoma no te apetece escribir. Sin embargo, fue una buena idea. La enfermedad puede ser más jorobada o no, depende de cómo te la tomes, eso no tiene nada que ver con el libro.
P: ¿Cómo compaginaste tu trance y el paso por los hospitales con el desarrollo del libro?
R: Para mí ha supuesto vivir el día a día. Si te mandan al hospital vas allí. Si tienes que hacerte unas analíticas te las haces. Si te dicen que tienes que tomar unas pastillas, pues te las tomas. Se trata de contar ese día a día de una persona que es un enfermo. No tiene más historia que la de una persona cualquiera que tiene un linfoma, un cáncer. Me tomaba el libro como pasar una mañana más, como un día reflexivo.
P: En cuanto al libro en sí, habla de los amigos, de la familia, de la relación que de forma inexorable se establece con otros “quimioterapiados”, como tú los llamas. ¿Con cuál de los relatos te quedas? ¿Quizá con el de Manuel y el padre bueno, con el del número de la habitación y planta en la que te correspondió estar durante el trasplante de médula…?
R: Me quedo con cualquiera de ellos, aunque hay un relato, el de los girasoles, dedicado a Víctor. Fue un compañero que tuve de cuarto. Prefiero que la gente lo lea. Es un relato humano sobre Víctor. Me gustó conocerlo. Víctor tenía algo distinto de la leucemia y era un señor mayor. Creo que ese relato merece muchas páginas. En los demás, hay cosas de humor, más divertidas. Como conocer a Manuel Chaves, que es uno de los curas del Hospital de la Paz, un tipo excelente con el que puedes hablar de todo, de fútbol, de toros, de religión si hace falta. Es ya hoy uno de mis mejores amigos actualmente. En el hospital descubres a gente. Compartir habitación une mucho.
P: También hay partes en el libro conmovedoras como la que hace alusión a tu padre y esa conexión especial que sentías hacia él cuando tenías diez u once años y lo perdiste.
R: Sí, es algo que creo que le pasa a la gente que no tenemos padre y lo perdimos de chicos. La verdad es que me acuerdo de él todos los días. Supongo, que igual le ocurrirá a muchos ruteños o cordobeses que hayan perdido de pequeños a un ser querido. Yo recuerdo que era una persona muy práctica, muy sabia y con mucho sentido común. También recuerdo que cuando lo perdí vino a casa gente que se puso a llorar, otra que me dio consejos absurdos, otra que vino a acompañar. Sobre todo en esos momentos hace falta gente que te quiera, que sepa estar a tu lado
P: ¿Cómo has llevado la enfermedad con tus hijos, Víctor y Lidón? ¿O cómo crees que la han llevado ellos?
R: Bueno, en eso me voy a remitir directamente al libro. Hay muchas anécdotas y me gustaría que la gente las descubriera. Víctor y Lidón, bautizados en Rute por cierto, tienen doce años, son mellizos, y cada uno lo ha vivido de una manera distinta. He contado siempre con su cariño. Son niños, personas muy pequeñas y hay cosas que a veces no entienden. No entienden que su padre esté muchos meses ingresado. No entienden que a su padre le tengan que dar quimioterapia. Pero me acompañan. Yo les agradezco su manera de ser y de estar.
P: ¿Cuál ha sido tu relación con el personal sanitario? Habrá momentos en los que uno se siente más protegido y otros menos.
R: Yo siempre, siempre me he sentido protegido por los médicos, por las enfermeras y por las auxiliares. Siempre. No tengo ningún tipo de queja, y ninguna sensación de abandono. De momento, y hasta aquí, tengo que dar la gracias a mucha gente. Y creo que pueden decir lo mismo las personas que han pasado por algo parecido a lo mío. Me he sentido atendido por el personal sanitario las veinticuatro horas del día.
P: Hablar de cáncer para muchos es una palabra tabú. ¿Te ha servido a ti el libro de terapia?
R: Yo he escrito como periodista. El libro no pretende ser una terapia para nadie. Me parece legítimo que la gente que tenga cáncer quiera o no hablar de su enfermedad. Yo eso no lo juzgo ni prejuzgo. Cada uno se toma su enfermedad como considera. Mi libro no es una terapia personal y yo no animo a la gente para que lo lea y me diga qué bien, qué suerte has tenido. Yo hablo del cáncer como escritor, con la particularidad de que me ha tocado contar esta historia en primera persona.
P: Cuando te diagnostican la enfermedad acababas de asumir la dirección del diario “Qué!” Nos gustaría saber qué ha sido de tu vida profesional en todo este tiempo.
R: El diario “Qué!” se cerró al cabo de unos meses. Y lo que hago es seguir colaborando con Vocento, que es el grupo de cabecera con el que yo trabajo. Escribo en el ABC y desde casa. Hay días que no puedo acudir físicamente al trabajo. Porque, de momento, insisto, me estoy recuperando.
P: Para concluir, ¿después de más de tres años de batalla, te ha cambiado esta experiencia? ¿Cómo es Rafael ahora?
R: Pues, mira yo… Esa pregunta me parece interesante y prefiero dejarla para que la respondan mis amigos, la gente que me conoce. Y se la dejo a los lectores. Yo no puedo decir si he mejorado, si estoy más guapo o más feo, o soy mejor. Creo que me he hecho más profundo, que he crecido hacia dentro. He conocido dimensiones mías, que ni pensaba que tenía. Lo digo en serio. He conocido dimensiones mías que han sido positivas, dimensiones que me han dado un trozo grande de serenidad.
Rafael se despide dando las gracias a los ruteños que han leído el libro, que no han sido pocos, y que a través del correo han tenido el detalle de escribirle. Además, anima a la gente a vivir y a sacarle a la vida todo el zumo que tenga, a no ser tacaños. Concluye que hay que estar, hay que mojarse, hay que vivir, ir paso a paso e intentar ser felices.

El libro es el relato de un periodista al que envían a una primera línea de batalla y se le presenta la oportunidad de contarlo todo en primera persona. Rafael Martínez Simancas describe con realismo y humor todas las fases por las que ha pasado desde que le detectaron un linfoma hasta su posterior autotrasplante de médula y el paso por los hospitales. Se trata de una obra dedicada a pelear, luchar y confiar en la sanidad.

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