En vida

“Tu vida es lo que has dado”.

                                                                                                 (Giorgos Seferis,

                                                                                                 Premio Nobel de Literatura, 1963)

No sabemos cuándo llegará ese día y esa hora última. No habrá más prórrogas. El tiempo se nos habrá terminado y descansaremos para siempre en el lugar que hayamos elegido o quién sabe si en ese paraíso que la mente no es capaz de imaginar. Hemos visto tantos y tan hermosos, que cuesta creer que pueda haber alguno fuera de este mundo.

Esto de vivir se acaba y eso, por un lado, nos urge a no desperdiciar las horas y, por otro, a una cierta indolencia: la de quien está de paso, viviendo de propina, de prestado, sabiendo que se le agotará el plazo. Pero, por lo pronto, toca vivir. Ya llegará ese tiempo en que sean otros los que verán el cielo que hoy miramos. Ahora, mientras nos sostenga la vida y nos lata el corazón acelerado de emociones, es cuando hay que hacer lo que esté en nuestra mano. Mejor detalles hoy que coronas de flores después. Luego será tarde para decir y hacer. Es ahora cuando la vida llama a vivir, ahora cuando nos requiebra y nos cautiva con sus encantos. Cierto es que a menudo no hay quien la entienda, por más vueltas que le demos. La vida también las da, pero, sea como sea, nos hemos hecho a ella, aunque a rachas tenga mandanga y duela y no comprendamos sus idas y venidas y sus calvarios. Ya sabemos que trae de todo, bueno y malo y entreverado, y que el suyo es, más de una vez, un cáliz amargo. Que vivir es, sin querer, ir desprendiéndose de ilusiones y despedirse a la fuerza de personas que quisimos. Y, a la par y por suerte, el grandioso espectáculo de estrenar cada mañana un día nuevo.

Cumplido el calendario, será lástima no ver más amanecer. A veces, asalta la nostalgia infinita de saber que un día ya no contemplaremos esto que vemos, ni habitaremos la casa que fue nuestra. La vida seguirá como si tal cosa, a lo suyo, y el olvido borrará nuestros nombres y desdibujará nuestros rasgos en el recuerdo de la gente que nos conoció. Acaso alguien recordará algún detalle que tuvimos con él, o con ella, alguna vez, o se le escapará una lágrima furtiva al saber que nos fuimos. Seremos desmemoria. Olvido. El primero de noviembre quizás nos enciendan una vela o nos lleven flores. O no, porque las costumbres van cambiando. Y, aún así, nuestro paso por el mundo habrá valido la pena. Puestos a sopesar, en el platillo de lo bueno vivido, pondremos todo lo que nos hizo y hace felices: los juegos y la fantasía de cuando éramos niños, los días de sol, el olor a tierra mojada, el cielo azul, las calles mil veces recorridas, los viajes que hicimos, las fiestas que disfrutamos y todos y cada uno de los placeres cotidianos: nuestro sillón, la mesa camilla, el café nuestro de cada día, aquello que siempre nos gustó comer… Y, siempre inclinando la balanza de la vida al lado bueno, el cariño que nos dieron y dimos, a fondo perdido, sin exigir devolución, aunque aguardándola. Los momentos en que nos pareció tocar la gloria o la tocamos… Es verdad que lo malo vivido pesa mucho. Que, a veces, da la impresión de que no compensa penar lo penado a cambio de un rato de dicha. La felicidad siempre parece tener prisa. Pero nos conformamos con tan poco, que basta un minuto de charla, una palabra, un besillo, unas risas… para que se sienta que compensa la vida. Pese a que se las trae y el tiempo siempre se cobra su factura, llevándose empuje y juventud y dejando arrugas en la piel y, en el alma, costuras, zurcidos que hubo que hacer sin más remedio para seguir tirando de los días.

Ahora que este noviembre de tardes cortas nos recuerda la brevedad de la vida, es bueno emplearse a fondo en ella. No creer que todo va a ser eterno y aprovechar las ocasiones, o buscarlas, para decir y hacer cosas hoy y no “el día de las alabanzas”. Ahora es siempre mejor que mañana. Que no nos queden cuentas pendientes con la vida ni con los que la comparten con nosotros. Que, mientras nos corra sangre ilusionada por las venas, seamos capaces de llevar una palabra de aliento y esperanza a quien lo necesita. Sólo así sabremos con certeza que no vivimos en vano y que vale la pena la vida. Si es que la llenamos de ilusión y hechos cada día y demostramos lo que sentimos, ahora que estamos a tiempo. En vida.

Deja un comentario