El XVII Festival de Ballet marca un espectacular arranque en los veranos culturales de Rute

La coreografía final mezclaba varios niveles y se basaba en  la BSO de “Alice”

La coreografía final mezclaba varios niveles y se basaba en la BSO de “Alice”

Hay finales de fiesta que no son tristes. Al contrario, su puesta en escena tiene un punto apoteósico, de exhibición del camino recorrido. Algo así ocurre con los festivales que, a su vez, sirven para inaugurar los veranos culturales en Rute. Este año el turno por orden cronológico ha llegado primero para la Escuela Municipal de Música y Danza. Tras el “aperitivo” de las audiciones, el XVII Festival de Ballet arrancaba el último sábado de junio, pasadas las diez de la noche en el teatro al aire libre Alcalde Pedro Flores. Con él, también se intenta subrayar la apuesta a nivel público por iniciativas de este tipo. La concejala Belén Ramos quiso destacar que, cuando el mundo de la cultura está sufriendo unos recortes “terribles”, el Ayuntamiento de Rute haya decidido mantener esta escuela municipal “contra viento y marea”. El alcalde Antonio Ruiz aseguró que seguirán defendiendo estas iniciativas públicas “pese a las imposiciones de arriba”. Cuando todo parece medirse según su rentabilidad económica, se mostró convencido de que para mucha gente hay “otras rentabilidades”: la formativa, la social y, cómo no, la cultural. Incluso en lo económico, según recordó, se moviliza a la gente para salir a la calle “y los bares de la zona disfrutan también de ese movimiento”.

Sea como sea, hay cuestiones que evidencian la voluntad de la gente de mantener este espectáculo. La profesora María del Mar Somé no ha parado de agradecer y elogiar el sobreesfuerzo de todos los familiares que han echado una mano para preparar el escenario, el decorado o el vestuario. Si no hay presupuesto, como antaño, para comprar más vestidos, se arreglan y se readaptan otros. Y para el decorado, todo el mundo aporta ideas. En esta ocasión, curiosamente, ha girado en torno al invierno, pese al calor de la noche. Iba en función de la coreografía final, sin que desentonara con los otros diecisiete números. Ese broche, a su vez, se basaba en “Alice” y combinaba varios niveles. En realidad, sólo se inspiraba en la banda sonora de Danny Elfman. Somé había dejado claro que la puesta en escena no tenía que ver con la obra de Lewis Carroll o la adaptación cinematográfica de Tim Burton.

Ideas compartidas, trabajo de equipo, la profesora sigue contando con el resto. También sigue manteniendo la idea de que antiguas alumnas presenten el festival, al margen de las palabras introductorias de Belén Ramos. Es el primero de una serie de momentos emotivos que han de sucederse en la noche. Después, vino un espectáculo que combinaba lo clásico y lo contemporáneo. Como muestra, la adaptación de la banda sonora de “El último mohicano” (Trevor Jones), con incorporación de base rítmica “dance”. No faltaron ni los guiños más joviales para los niveles básicos, con los números del “Sombrerito” o “Tu corazón”.

Fueron los primeros chispazos de una gala que cumplió con lo que prometía. El trabajo formativo de la escuela lleva a la par la enseñanza en los distintos instrumentos y el baile. Pero el festival constituye un espectáculo coral. Hubo momentos de puro clásico, no sólo a ritmo de vals con “Danubio Azul”. Somé se atrevió con algo, en teoría tan poco “bailable”, como el “Adagio” de Albinoni. Alternaron con los ritmos propios de las pistas como “Disturbia” o los otros clásicos, los de la música popular, como “Stand by me”. Por medio, la profesora se reservó un baile en pareja, con una apabullante ejecución del tema central de “El guardaespaldas”, acorde con la imponente voz de Whitney Houston. Habría otro número de estas características, con Francisco Comino y Alicia Molina. Cuesta romper prejuicios, pero pasito a pasito los chicos van agregándose a la familia de esta escuela.

El vals volvería a sonar después de “Alice”, con el archiconocido “Nº 2”, de Tchaikovsky. Pero esta vez fue como fondo para los reconocimientos y las presentaciones finales. Quedaba la guinda, el otro ritual que ha “implantado” la profesora desde que se hizo con las riendas de las clases y del festival. El momento en que el alumnado al completo baila sobre el escenario para invitar (e incitar) a que el público se levante de sus asientos y se sume a la fiesta. Somé ha logrado que cale ese mensaje de complicidad: la idea de que sin la implicación de todos no sería posible este espectáculo.

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