El calor meteorológico se sumó al humano para que Rute celebrara de forma multitudinaria las Fiestas de la Virgen de la Cabeza

Junto a los momentos emotivos que se incorporan  a estas fiestas, el paso de la Morenita por los Cortijuelos revive una  tradición de  cinco siglos

Junto a los momentos emotivos que se incorporan a estas fiestas, el paso de la Morenita por los Cortijuelos revive una tradición de cinco siglos

Y llegó mayo. Más allá de la evolución natural del calendario, hay años en que el tiempo y el ambiente hacen honor a este mes, llamado de las flores, a la estación, a ese aire distinto que se respira en los pueblos del sur. Hasta el olor de los azahares y la gayomba es diferente. Por todo ello, muchos consideran estas fiestas como una especie de alegoría del triunfo de la primavera. Y tal vez sea la suma conjunta, ese ambiente de colores y olores, unido a la misma celebración religiosa, lo que da un toque tan peculiar a estos días. Se advierte en el cambio de roles y perspectiva de las Fiestas de la Vera Cruz, pese a que la imagen titular es la misma de la Semana Santa. Y termina de eclosionar en las Fiestas de la Virgen de la Cabeza. Condición indispensable es, por supuesto, que el tiempo acompañe, que los anticiclones venzan los últimos estertores de borrascas y chubascos. Y justo eso es lo que ha ocurrido en Rute en el segundo fin de semana de mayo. Más bien, hemos asistido a un adelanto del verano. El calor y la propia celebración han echado a la gente a la calle, de forma que se han multiplicado los momentos multitudinarios de estos días centrales.

El primero llegaba en la tarde del sábado 12. La ofrenda de flores se ha convertido en un fenómeno de masas, otro más. Cada año crece de forma exponencial y arrastra no sólo a devotos de Rute sino de pueblos vecinos. En esta ocasión partía teóricamente de la ermita de Nuestra Señora del Carmen, pero en realidad a la hora de la salida toda la calle Toledo estaba colapsada de público. Era sólo el principio, y no sólo en sentido literal: a lo largo del recorrido son más aún los acompañantes que se incorporan a la comitiva. Lo importante es el fin, que todos confluyen en el Paseo del Llano, en la parroquia de San Francisco, para rendir honores a su Morenita.

La ofrenda no es más que la evidencia de esa necesidad latente de incrementar los instantes que permanecerán imborrables. Si hace algunas décadas se hubiera preguntado por los momentos más significativos de estas fiestas, siempre habría dos o a lo sumo tres que sobresaldrían. Ahora son más, desde luego. Por ejemplo, la bajada. Termina la función religiosa de la mañana, se arrinconan los bancos, los costaleros aúpan a la Virgen de la Cabeza para descenderla del altar y la llevan literalmente en volandas por la nave central de San Francisco. Y se percibe una energía especial, la que anuncia que la Morenita va a recorrer las calles de Rute, que se acaba la espera, impaciente para muchos, de un año entero. Son calles que cada vez están más engalanadas, porque quienes allí viven quieren que el paso de la Virgen por su puerta también sea algo especial. Asociaciones de vecinos como la de Priego Del Señor se han afanado en los últimos tiempos por no defraudar ninguna expectativa.

Son nuevos momentos, formas de reinventar la tradición, que conviven con lo de siempre. Y decir lo de siempre con la Virgen de la Cabeza es hablar de los Cortijuelos. Esa calle periférica de Rute, que en su día era una simple cortijada (de ahí el nombre) se convierte por una mañana en el corazón que bombea fervor a cada uno de los presentes. Poco importaba que el sol apretara de lo lindo, que muchos despejaran la zona central buscando el cobijo de la sombra. La pancarta que colgaba en mitad de la calle resumía con elocuencia lo que esto significa: “Tus vecinos de los Cortijuelos siempre contigo”, con estas dos últimas palabras en mayúsculas. Porque, en efecto, siempre ha sido el sitio de referencia, el lugar donde un grupo de caleros fundó esta tradición hace casi cinco siglos. Desde entonces se han sucedido infinidad de generaciones, que se han guardado de no olvidar dónde empezó todo.

Allí cantan y bailan a la Virgen más si cabe, al son de la Banda Municipal. Que este año haya sido la única que ha acompañado la procesión de la mañana representa una apuesta de la cofradía y un signo de cómo las cosas evolucionan. La junta de Gobierno establece una fecha, 1987, como el año en que definitivamente esta procesión se convirtió en una romería urbana. La presencia de los coros romeros, los vestidos de gitana de la reina y las damas, o los trajes rocieros de los propios cofrades así lo atestiguan. Las sevillanas y las rumbas han cogido el testigo y la preferencia popular sobre las marchas. La excepción obvia son los himnos a la Morenita, que se suceden durante todo el itinerario.

Todo eso irá desapareciendo en silencio a lo largo de la tarde. Porque para la noche queda una vuelta más de tuerca, una nueva transformación. Los vestidos de gitana dan paso a las mantillas y los trajes de noche. No es que se pierda del todo el colorido. Baste como ejemplo el espectáculo de fuegos artificiales y láser que organizó la Asociación Cultural Morenita Reina de Rute en el Paseo Francisco Salto. Pero sí es evidente que el aire de romería cede protagonismo a la solemnidad. Hasta los representantes de la Corporación municipal acompañan de forma oficial el recorrido. También se suman las hermandades y cofradías ruteñas. Y se recupera una agrupación musical, en esta ocasión la Banda de Cornetas y Tambores de la Archicofradía del Paso y la Esperanza de Málaga. Eran los encargados de abrir el cortejo. Para cerrarlo, tras la Virgen, sólo cabe imaginar a la Banda Municipal, la que se encarga de rescatar el aire de fiesta en el último tramo del Cerro. De ahí hasta el Llano se vuelven a repetir los himnos, los que se prolongarán como un eco a la espera de que llegue el segundo domingo de mayo el año que viene.

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