DELIRIOS DE UNA NOCHE DE VERANO

Me dio por pensar entonces que los problemas de la humanidad y los míos tenían remedio, que podían mejorar de una manera notoria haciendo cosas que para mí parecían ser simples, y me convencí de ello, y al hacerlo creí que yo podía tener razón, y que podía fundar un nuevo partido político, que me votarían y que me dejarían llevar esas propuestas a cabo, y que el mundo sería mejor. También pensé que había muchas “yes” en esa reflexión, una suma casi imposible de posibilidades. ¿Pero, no es el hombre arriesgado en lo que cree, piensa y hace?
Cavilé sobre la posibilidad de que la apariencia ladina diese paso a la autenticidad y la ejemplaridad en la vida pública, de que los zaínos que nos intentan embelesar mediante añagazas, queden al descubierto porque la población se ha preparado y espabilado para desenmascararlos, habida cuenta del retraso reparador de la vendada y lenta justicia. También de que dejábamos de ser una Nación de ovejas y de que no engendrábamos un gobierno de lobos, de que como sociedades sanas no encumbrábamos como próceres a aquellos que desafían sus reglas democráticas, de que nuestros grandes políticos habían dejado de frecuentar francachelas y habían renunciado convencidos a la rapacería. Creí que aquellos que conseguían puestos de renombre eran personas preparadas, altruistas, alejadas de acólitos chirles o zangolotinos, que ya sostenían una valía en su vida personal y no requerían la pública como sustento o como manera de medrar, que no iban a desmerecer a nadie ni intentaban sobresalir empequeñeciendo a otros, incapaces de aliviar el defecto del alma que es la soberbia. Consideré además que los gobernados iban a contribuir en el gobierno, como corresponde al verdadero sentido de la Democracia, que no deja aun de ser el gobierno del Pueblo, porque serían observadores continuos de los aciertos o desatinos de los que mandan, y porque iban a pagar verdaderamente sus impuestos, sin defraudar, convencidos de ello, entendiendo que la picaresca debía denostarse en pro de una colaboración en los gastos, y que iban a querer trabajar aquellos que pueden, sin solicitar apaños que pagan otros, porque como ellos no quieren saber, las cosas nunca son gratis y los dineros son finitos y limitados.
Cuando sentí sed, (también antes), reflexioné sobre la necesidad de ejecutar un verdadero plan consensuado sobre el agua y la preservación de la Naturaleza, de repoblación forestal y de concienciación con respecto a los incendios, con aspectos punitivos más serios, abordando el problema en el origen cuando aquellos son provocados, ya que no siempre se producen por un impulso individual sino tras intereses espurios premeditados, puramente económicos. Vislumbré entonces la imperiosa necesidad de velar por los espacios verdes y de educar a toda la población sobre los peligros conocidos de la deforestación y los cultivos intensivos. Nunca entendí porque aun hoy se niega que el problema del cambio climático existe, cuando estamos sufriendo los efectos del calentamiento global en los últimos años de forma exagerada. No vale decir que sequías ha habido siempre y seguir impávidos.
Conocidos como vagos, haraganes y envidiosos, los moradores de nuestra tierra patria hemos sido catalogados por otros y también por nosotros mismos de pícaros y maleantes. Yo desoí esas impresiones y mastiqué la idea de que ya existía un ansia convencida hacia la preparación, la cooperación, el sacrificio y el esfuerzo, pues habíamos decidido estudiar para formarnos, para conocer y ser más independientes, para ser capaces de analizar de manera racional y crítica los acontecimientos y para no dejarnos sobornar por la desinformación campante de nuestros días. Renuncié a la idea de que la tecnología estaba sustituyendo a la formación reglada y a la educación porque apreciaba que los niños, adolescentes y adultos leían libros, hablaban a la cara y eran escuchados, olvidando el anonimato, la soledad y la indiferencia que producen las opiniones a través de una fría red social. Me figuré poco después que la soledad misma era uno de los grandes problemas sobrevenidos, más acuciante en nuestros mayores, depositarios de nuestra experiencia y nuestro legado, e ideé, para abortarla, un plan transversal, dotado de recursos para el ahora y prevención para el después.
Medité asimismo sobre el necesario entendimiento entre empresarios y trabajadores, para que todos ganen y ninguno salga malparado, partiendo de la base de que favorecer el emprendimiento y la creatividad produce un resultado en el que se progresa económicamente, se aumenta el nivel de vida de todos y se incrementa la posibilidad de atender las necesidades de los desnudos o desamparados. Ir contra los empresarios es ir contra nosotros mismos. Y ellos deben de entender también que ir contra los trabajadores es ir contra ellos mismos y contra todos. Soy de los que piensa que hay que construir y no destruir oportunidades.
Supuse también que una vida más armoniosa y feliz era posible, porque habíamos aprendido que el verdadero elixir era saber dar algo para los demás de forma genuina, apostar por el querer en calma llamado amistad, aprender a amar, desear que vengan hijos a los que abrazar, educar y ver crecer, e, igualmente, satisfacer una curiosidad hacia el aprendizaje continuo, un convencimiento del respeto a los otros aunque sus ideas sean distintas, una necesidad de llegar a acuerdos y un equilibrio entre pasado, presente y futuro que sepamos abarcar y sobrellevar, sin enfrentamientos cainitas.
Desperté sudando ya de madrugada. El calor me había vencido antes. Me percaté de que todo lo anterior, todo lo escrito, había sido solo un sueño (¡me cachis!) y que los pensamientos habían circulado por mi mente ya no como delirios de verano, sino como ensueños y deseos. Deseos expresados sin miedo, porque, como dice el sabio, solo los miedos son capaces de frenar o anular los sueños…

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