Zambra, la enciclopedia del flamenco

  •  El festival de la aldea ruteña continúa escribiendo su propia historia del cante, el baile y el toque, que ha completado su capítulo número 28


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Las letras de la palabra Zambra invierten el orden del alfabeto. Sin embargo, cuando cada primer sábado de julio se abren las puertas de su recinto junto al río Anzur, se abre con ellas la enciclopedia del duende. Su Noche Flamenca es un recorrido desde la A y hasta la Z por el vocabulario musical del cante, el toque y el baile. Como nombre común, es un palo genuino. Como nombre propio, es sinónimo de lo jondo, lo puro, el quejío inmaculado desde punto y hora en que no está manchado de fusiones ajenas.

Como Rute o la Subbética, Zambra es territorio fronterizo, cruce geográfico de caminos. Todos los estilos tienen cabida en esa enciclopedia, pero ha de ser la afición la que dé el visto bueno para que engrosen su diccionario histórico. Lo dijo el alcalde Antonio Ruiz y lo rubricó Manuel Curao, presentador de nuevo en esta vigesimoctava edición. El sostén del festival, quien lo ha hecho grande, es la propia afición: desde la directiva de la Peña Cultural Flamenca a los demás socios y aficionados de la aldea, y todos los venidos de Rute, la provincia y buena parte de Andalucía.

  • Durante la noche se recordó las figuras de Camarón, a los 30 años de su muerte, y El Cabrero, para desearle su pronta recuperación

Si el público es una columna del festival, la otra es un cartel que ha vuelto a hacer honor a la etiqueta de “calidad del flamenco”. Destacar a alguien no implica desmerecer a los otros. Pero el nombre de Argentina ha vuelto a brillar. Se sabía que la onubense tiene una voz de oro, pero gustó comprobarlo en su tercera visita a la aldea. En 2014 se doctoró junto al Anzur y ahora ha ratificado que ella misma es toda una enciclopedia, con las mejores definiciones de guajiras, tientos, tangos, granaínas o alegrías.

Antes, había inaugurado la noche Vicente Soto “Sordera”, que defendió su linaje por malagueñas, bulerías o tangos, el palo más repetido de la noche. Tras Argentina, cerraría la primera parte el baile de Araceli Muñoz y su grupo. Como la onubense hace ocho años, esta joven lucentina ya conoce el espaldarazo que da doctorarse sobre estas tablas. Defendió su tesis a campo abierto con pantalón y chaleco flamenco, primero, y luego “toreando” con bata de cola y mantón, y en ambos casos salió airosa.

Terminado el descanso, esperaba un clásico de esta velada. Julián Estrada multiplicó las voces de la noche. Desde luego, hizo notar la suya, inconfundible en los tientos, los tangos o las bulerías, pero teniendo un emotivo recuerdo para la otra gran seña de identidad del festival, El Cabrero. El pontanense bordó una tanda de los “fandangos políticos” del cantaor de Aznalcóllar, el mejor homenaje para desear su recuperación.

Más que nunca Zambra ha simbolizado una dualidad de presencias y ausencias. En el día en que se cumplían 30 años de la muerte de Camarón, los dos últimos artistas, Antonio Reyes y “Duquende”, se encargaron de recordarlo. El primero demostró su versatilidad por soleares o bulerías. El que cerró la noche cuando el reloj se encaminaba a las cinco de la madrugada fue apadrinado por el genio de San Fernando. No es de extrañar que su herencia se advierta en su garganta, cante por tarantas o seguiriyas.

A estas voces se sumó la que encierra el corazón de las seis cuerdas. Sin las guitarras de José Quevedo, Vicente Santiago, Manuel Silveria, Niño Seve o Paco León, no sonarían igual; ni sin el acento de los palmeros. También han sido imprescindibles para completar el capítulo 28 de esta enciclopedia viva. Por suerte, Zambra aún tiene muchas páginas en blanco para seguir escribiendo su propia historia del flamenco.

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