El orgasmo de la democracia

(Ruego que se haga la lectura de estas líneas en clave nacional y no en clave local)
No sé si lo oí bien entonces, porque los años acrecientan el relleno falso de la memoria y desinflan los verdaderos recuerdos, pero creo que escuché a un político decir que las elecciones eran “como el orgasmo de la democracia”. Vamos, el no va más.
Lógico es pensarlo para el que vive de ello, ya que tiene como objetivo ganarlas y así seguir ostentando el poder, o lo que los castizos y los lugareños llaman seguir mandando. Los demás lo vemos solo como la capacidad de ejercitar el voto y poder elegir de entre varias opciones, aquella que más nos convence o bien aquella que menos nos molesta. Echando la vista atrás e incluso observando alrededor hoy por hoy, aparecen lamerones, turiferarios, tarúpidos y varias clases de palmeros alrededor del poderoso, intentando siempre coger un poquito de la tarta mediante alabanzas, acercamientos, gratitudes y sonrisas exagerados, labrando algo para el porvenir o agradeciendo algún favor prestado, que de todo dicen que hay.
Las elecciones no son malas. Son buenas. La alternancia en el poder lo es también. Lo dañino es las decisiones que toman luego los elegidos, los pactos que hacen a veces por seguir ostentando el poder, los requiebros a la verdad y la facilidad que tiene para olvidar lo prometido y hacer todo lo contrario. Ya se dice que quien más promete es aquel que menos va a cumplir. Y estamos hartos precisamente de que no se cumpla.
Los ciudadanos de a pie nos conformamos ya con gobernantes menos altaneros y campanudos, más normales, que reflejen en sí mismos las cualidades de aquellos para los que trabajan, que sean accesibles pero sinceros, que no nos sonrían para seducirnos y luego olvidarnos, que no nos mientan, en definitiva. La mayoría de los que trabajamos y pagamos impuestos deseamos que eso que “nos quitan” se emplee bien, que no se malgaste, que no sirva para saciar votos cautivos, que no se utilice para engatusar a indecisos, que no se use para crear empresas o fundaciones fantasmas que sirvan casi como paraísos fiscales, que no inflen la partida de gastos para rellenar las arcas de empresarios o familiares cercanos, que no sirvan para crear trabajos o sinecuras en los cuales luego no se trabaja. También pedimos, precisamente, que los cargos elegidos trabajen, que se creen los justos y necesarios, que no se engorden innecesariamente, como ya ocurre en otros países europeos cuyas democracias están más avanzadas, en los que se ve mal usar lo público para llenar la alacena propia e intentan limitar los mandatos con ese fin. El poder y su erótica también han sido temas de debate, aunque yo no aprecio alteración de mi libido ante dichos avatares ni mis conocidos tampoco. Serán otros quienes la hallen.
Por encima de todo, los ciudadanos de a pie deseamos que sea una democracia real, que no se convierta en cleptocracia ni en plutocracia, y que mucho menos llegue a una tiranía bajo los influjos de la censura, las represalias o las persecuciones, sea cual sea el tipo de ellas. Pediríamos que se respetara la opción de las mayorías, que no se hicieran coaliciones con partidos que juegan a otra cosa y que hubiese pactos de Estado con los que garantizar los temas más importantes, acordados por técnicos de los partidos

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