Estimado lector, una vez pasadas las navidades, se acercan los carnavales que a su vez darán paso a la cuaresma. Como vemos tenemos la suerte de vivir en una tierra cuyo calendario rebosa cultura y festividades. En esta ocasión y aprovechando los aires reivindicativos que nos trae el carnaval, vamos a hablar del mascarón; fenómeno característico que se encuentra en peligro por su desuso.
Aunque pueda parecer algo superfluo hablar únicamente de lo que a priori parece únicamente un disfraz, tengo que argumentar que nada más lejos de la realidad. El mascarón es más que un disfraz, es una forma de vivir el carnaval. Aunque no tenemos certezas sobre su origen parece que puede encontrarse relacionado con la censura que sufrió la fiesta durante el franquismo; de ahí el interés en ocultar el rostro y pronunciar la famosa frase “hay que torpe, que no me conoces” con la voz deformada. Aunque en la actualidad es cierto que no es necesario ocultarse imperativamente, hay que reconocer que es el tipo estrella y una de nuestras señas de identidad.
Por otro lado, y en consonancia con las fiestas que se avecinan, debemos reprobar la actitud divergente que está surgiendo en contra de la temática elegida para el pasacalles del segundo sábado de carnaval. Es cierto que se puede mejorar el sistema de elección de la temática, pero si queremos que nuestra fiesta sea grande, lo ideal es converger y aunar esfuerzos, no hacer la zancadilla. Como siempre hemos trasmitido desde esta columna la cultura es cosa de todos. A pesar de que pueda parecer reiterativo, el devenir de nuestras fiestas está en nuestras manos. Somos nosotros quienes las moldeamos, incentivamos o las dejamos perder. Por todo esto, debemos ser conscientes del auténtico tesoro que tenemos y actuar en consecuencia.
¡DESTACAMOS!