La festividad de San Marcos vacía las calles de Rute, aunque no sólo para irse de jornada campestre

El Lanchar ha sido una de las zonas que ha  recuperado  afluencia de público

El Lanchar ha sido una de las zonas que ha recuperado afluencia de público

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No parece que, de momento, la celebración del día de San Marcos corra peligro. Pero sí se advierte un paulatino descenso en el éxodo de gente al campo. Curiosamente, las calles de Rute estuvieron casi vacías durante la jornada del 25 de abril. Sin embargo, sus destinos se han diversificado. Desde que se sufre la crisis se viene notando que muchos aprovechan la festividad local para resolver algún papeleo pendiente. Antes se pedían un día libre para tales menesteres, pero el patio no está en estos tiempos para licencias de ese tipo. Tampoco se aventuran a pedirse el día quienes trabajan fuera de Rute, en localidades donde es un día laborable más. A este grupo habría que sumar el de quienes se dan una escapada a alguna capital, por no hablar de los que optaran por reservar fuerzas para la inminente romería de Andújar.

Incluso los hay que en esta jornada no se resisten a probar ya el primer baño de la temporada en la playa. Ello a pesar de que los termómetros habían descendido de forma considerable respecto a los valores casi veraniegos de días atrás. De hecho, fue uno de los aspectos que más destacaron quienes sí mantienen a toda costa la tradición de este día. El cielo parcialmente nublado y la brisa (aunque dificultara encender las fogatas) hacían bastante más soportable la estancia en alguno de los parajes del entorno natural de Rute que el sol inclemente de otras ocasiones.

Los más alarmistas claman para que esta costumbre tan típica de la zona no se pierda. No habría que llegar a tal extremo de pesimismo. Quienes la siguen respaldando se ocupan de “crear cantera”. El reclamo para que los más pequeños se sumen a la fiesta son las clásicas merendillas y las pavitas. Del mismo modo que los adultos se permiten por un día aparcar el cuidado del colesterol, a los menores se les deja coquetear sin miramientos con las “chuches” y golosinas que tanto les entusiasman.

La jornada, desde luego, depara imágenes que difícilmente se incluirían en un vídeo sobre hábitos alimenticios sanos. El picadillo o los embutidos son meros entrantes para dar paso al desfile de panceta, chuletas, chorizo, morcilla o sardinas, con la barbacoa de por medio. Entran bien, se preparan rápido y permiten a más de uno (o una) hacer sus pinitos cocineros. Y aún queda en bastantes mesas la paella. Tal vez sea por la ayuda de la cerveza o el vino para que la comida “se baje”. Lo cierto es que muchos pueden con todo. Otros han comprobado con el tiempo que siempre sobra y hacen menos acopio; o bien “atacan” primero la paella y reservan, por ejemplo, los embutidos. Cuestión de oficio o experiencia.

Los más “devotos” de esta fiesta la entienden como algo tan arraigado que hasta mantienen el ritual de guardar el puesto. Pese a que en zonas como la Fuente Alta había espacio de sobra, no faltó quienes se fueran a reservar sitio la noche anterior. Aseguran que, con una fogata y una buena conversación, el tiempo pasa volando y el cansancio no se atreve a asomar. Amén. Desde hace unos años la Fuente Alta está más “tranquila” de gente. Lo sorprendente ha sido el más que notable descenso en puntos como La Noria. Hasta el Poblado del Pantano estaba más descongestionado, pese a que significa el final de la jornada y la confluencia de todos los pueblos vecinos que celebran la festividad.

Otro sitio que se desvincula como punto de acampada es el entorno de La Hoz. Llevaba tiempo casi “monopolizado” por las pandillas de jóvenes, pero las acampadas se han visto limitadas por el Seprona, en aras de mantener el cuidado del entorno. Para compensar, se ha recuperado un lugar tan emblemático como El Lanchar, bastante más concurrido esta vez. También hay que tener en cuenta que a las familias de Rute “de toda la vida” se suman otras de inmigrantes ya asentados entre nosotros, por no hablar del otro extremo, quienes en su día fueron emigrantes y, tras la jubilación, han vuelto a casa. Así pues, aún no hay excesivas razones para la alerta. Son sólo tendencias, picos que suben y bajan. Que no cunda el pánico.

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