Fosforito recibe el reconocimiento unánime de público y artistas en la XVIII Noche Flamenca de Zambra

Fosforito incorpora a su  palmarés la insignia de oro de la peña de Zambra

Fosforito incorpora a su palmarés la insignia de oro de la peña de Zambra

El 9 de julio de 2011 está ya marcado como una fecha destacada en la historia de la Noche Flamenca de Zambra. El festival organizado por la peña flamenca de esta pedanía de Rute alcanzaba su mayoría de edad y no ha podido tener mejor padrino. Para ejercer de maestro de ceremonias se recuperó al incombustible Juan Ortega, pero el centro de los focos y los aplausos ha sido un paisano suyo: Antonio Fernández Díaz; en la corte del cante, Fosforito. A él estaba dedicada esta edición y, como hiciera en la presentación del cartel, quiso estar en Zambra para disfrutar en primera persona del homenaje. Fue tras la actuación inicial de la noche, la de Rocío Luna. El elenco de artistas al completo subió de forma espontánea al escenario para el homenaje que se iba a rendir al maestro de Puente Genil. El presidente José Luis Hinojosa impuso a Fosforito la insignia de oro de la peña. A continuación, el alcalde de Rute, Antonio Ruiz, entregó al cantaor una placa de recuerdo. Tal y como había prometido, Fosforito deleitó con unos cantes al público que llenaba el recinto.

Con cerca de ochenta años, vive retirado de los festivales desde hace más de una década. Sólo actúa ocasionalmente y ahora llevaba dos meses sin cantar. Nada de eso fue obstáculo para que pudiera ofrecer parte del arte que le ha convertido en leyenda viva del cante. Allí donde ahora no alcanza la voz, llegan de sobra las tablas y el oficio. Según confesó, la clave está en la honestidad, en cantar siempre “con el corazón”. No pierde de vista que la voz es fundamental, “pero si no hay alma en lo que se canta no se puede trasmitir nada”. Otro dato ilustrador de lo que significa “tener tablas”. Su guitarrista habitual se hallaba en estas fechas de gira por Europa. En su lugar, lo acompañó el joven Gabriel Expósito. Nunca habían actuado juntos, pero nadie notó la más mínima falta de coordinación. En cuanto a la insignia y la placa, son “un reconocimiento más” a los muchos que ya atesora. Por tanto, le cuesta situarlo en un escalafón. Para ilustrarlo, pone un ejemplo tan sencillo como elocuente, el de los hijos, “es difícil elegir a cuál quieres más”.

Antes y después del homenaje hubo arte flamenco para todos los gustos. Por el escenario situado a la orilla del río Anzur pasaron los valores más emergentes del cante, junto a artistas consagrados como José de la Tomasa y un clásico de estas noches, El Cabrero. Abrió la noche la que algunos consideran una joven promesa; para otros es una realidad contrastada. Rocío Luna aún no ha cumplido los 13 años, es una incógnita si con la adolescencia le cambiará la voz, pero de momento canta con la madurez de los clásicos. Parece increíble su dominio de los palos con tan corta edad. Admira a gigantes como Carmen Linares o El Cabrero, pero en su actuación ofreció guiños fandangueros a artistas como Julián Estrada.

Con valores como el de esta chica, cantaores como José de la Tomasa tienen el relevo garantizado. El sevillano cerró la primera parte del festival. Llegaba a Zambra con el Premio Compás del Cante recién recibido en Málaga. Ha estado a punto de venir  antes en alguna ocasión, pero éste era su debut en una plaza como la zambreña, un festival que encaja con su defensa a ultranza de los cantes que él llama “tradicionales”. Huye del término “puro”, porque entiende que puro es todo lo que se canta con sentimiento. Tras él, el turno fue para un imprescindible de estas noches, El Cabrero. El maestro de Aznalcóllar dejó esta vez aparcados algunos de sus clásicos, como el “Carcelero” o “Si se calla el cantor”. Al público no le importó, con tal de disfrutar su cante y sus letras siempre reivindicativas. No deja de ser curioso que alguien cuyo ateísmo es público y reconocido logre arrastrar a un público que lo sigue con una devoción casi religiosa.

Para cerrar la noche, se eligió a otro de esos valores que aseguran el futuro de este arte en nuestra tierra: Antonio Mejías. El montillano fue el único que se rodeó de un cuadro que iba más allá del acompañamiento de la guitarra. Baile para la zambra de “La niña de fuego” y trío de palmeros para parte del repertorio. Antonio Mejías echó el telón como los grandes, a pleno pulmón, sin ayuda del micrófono. Entre medias dejó muestras de su dominio de cantes tan variopintos como los de la trilla o la granaína. Con gente como él o Rocío Luna, el flamenco, y más concretamente el cordobés, tiene ante sí un futuro primoroso. Ese futuro también está apuntalado por la peña de Zambra. El oficio y el trabajo de sus directivos ha permitido que el festival se mantenga a flote en unos años donde muchas citas de referencia han colgado el cartel de cierre por la crisis. Esa continuidad es el mayor legado que pueden dejar a este arte.

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