-
El onubense sobresale en un plantel que destila las esencias más puras del flamenco
-
El festival rinde culto a su apóstol “El Cabrero” y bautiza a nuevas promesas que se doctoran, como la almeriense María José Pérez
Cada edición de la Noche Flamenca de Zambra, y van ya veintitrés, deja un nombre propio para el recuerdo. Eso no significa que el resto del cartel desmerezca: la Peña Cultural Flamenca de esta aldea de Rute tiene a estas alturas cuajo y trayectoria suficientes para no bajar la guardia. Y los artistas responden. Lo de este festival es como la soñada clase llena de alumnos prodigio, donde todos rozan el sobresaliente, pero encima hay alguno que alcanza la matrícula de honor. A veces recae en un artista revelación, otras en alguien que confirma sus condiciones y otras en alguien que llega en especial estado de gracia. Esa matrícula se renueva de un año para otro, por un lado porque el flamenco, el arte en general, es así de exigente. Pero también porque su continua dualidad depende del momento: es a la vez arte y artesanía, talento y oficio, continuidad e instante, talento e inspiración.
Noticia relacionada
Este año ha ocurrido con Arcángel. Ya no sorprende. Desde hace tiempo sus facultades han dejado de ser una sorpresa entre los aficionados. Y sin perder humidad, está sobrado de cualquiera de los dos extremos de esa dualidad. El onubense se doctoró hace mucho en la academia del cante y en plazas como Zambra renueva la titulación Honoris Causa. Por su mismo camino van otros artistas que han compartido escenario junto al río Anzur, como Rancapino Chico o María José Pérez. Con ella empezó esta vigesimotercera edición, presentada por Manuel Curao. El periodista y crítico tuvo unas primeras palabras para Juan Carmona, “Habichuela” en el santuario de las seis cuerdas. El que fuera considerado “mejor guitarrista de acompañamiento” había fallecido en el último día de junio. Sirva su recuerdo para homenajear el arte del toque, en especial cuando están a la sombra de un cantaor, porque contribuyen de forma clave al engrandecimiento de éstos. No es de extrañar que cuando se produce química entre la garganta y la caja de resonancia cuajen parejas artísticas duraderas. La forman Arcángel y Miguel Ángel Cortés, paisano de “Habichuela” y discípulo aventajado; o Miguel de Tena y “Patrocinio Hijo”. Por no hablar de Rafael Rodríguez, muchísimo más que el acompañante de “El Cabrero”.
Antes de que esos maestros sentaran cátedra, primero había subido al escenario María José Pérez, que pronto dejó claro que no había ido a Zambra a tomar apuntes. Su aplomo no se corresponde con su carnet de identidad. La almeriense, flamante Lámpara Minera 2015, demostró sobre las tablas dos cosas: que hay que seguirla muy de cerca y que ni la peña ni el representante Bernardo Mesa han perdido olfato a la hora de exhibir talentos emergentes que más pronto que tarde van a ser figuras imprescindibles. Tras ella, volvía a casa “El Pele”, probablemente el artista más inclasificable de la noche. Como el vino de la copa que sostuvo al comienzo de su actuación, su voz ha envejecido y se ha vuelto más ronca, pero sin perder aromas. Gustará más o menos, pero la característica de ser el menos académico de quienes han pasado junto al Anzur este año le da esa personalidad propia.
El tercer turno, a las puertas del descanso, era para José Domínguez “El Cabrero”. Al cabo de los años, al de Aználcollar le da igual cuando caiga, el orden y la hora de cantar. Sabe que en Zambra no es un artista más, sino una suerte de religión. Poco importa que esté inspirado por soleares o si entra con un tono no convincente y decide empezar de nuevo. Su Evangelio es creído y venerado a pies juntillas. Es lo que tienen los reyes Midas del cante, pese a su confesa aversión a la monarquía: convierten en flamenco todo lo que tocan, desde los genuinos (y reivindicativos) fandangos a un tango de Gardel o una canción de Alberto Cortez.
Era de sentido común que tras “El Cabrero” Curao anunciara el descanso. Había que darse un respiro y tomar aliento de tanta devoción y de cara a la que se avecinaba. Porque lo que estaba por venir era un torrente de fuerza, cualidades e inspiración a partes iguales. Arcángel atesora ya méritos suficientes para ser una entrada escrita con mayúsculas en cualquier enciclopedia flamenca que se precie. Pero si alguien aún desconoce o duda de sus facultades puede pasarse por noches como ésta de Zambra para confirmarlo. El onubense no sólo domina todos los registros del cante, sino que además sabe administrarlos con maestría: de la rabia a la pausa, del primer plano a saberse sentar y escuchar a Cortés hasta que éste le dé paso. Entró por lo más alto por malagueñas, dejó impronta por solerares y tangos, y se marchó guiñando a su tierra, con los fandangos de Alosno.
Como dijera su paisano Juan Ramón Jiménez, demostró ser “andaluz universal”, dar un toque personal de Huelva a todos los palos que tocó para que de la mezcla surgiera algo nuevo. Se despidió reclamando para el flamenco el protagonismo que merece. No fue un brindis al sol. Si piensa que es un arte mayor, Arcángel le cantó en soneto y cuaderna vía. Repitió algunos de esos mismos palos Alonso Núñez, “Rancapino Chico”, empezando igual, por malagueñas, atreviéndose con las seguiriyas y recreándose en los fandangos, gustando y gustándose. Lo suyo fue también una declaración de intenciones. El de Chiclana confirmaba así que no se achica ante nadie ni ante nada, entiéndase ante ningún cante. De casta le viene al galgo y en su caso está claro que no ha heredado de su padre sólo el apelativo artístico sino además sus cualidades. Se ha hecho ya un hueco entre los grandes y todo eso sin haber cumplido aún los treinta.
Más tiempo hace que tiene un lugar privilegiado en Zambra el encargado de cerrar la noche: Miguel de Tena. A la hora de presentarlo, Manuel Curao recordó su condición de tenor. Podría, en efecto, haberse dedicado a la ópera y en realidad a cualquier faceta del canto que quisiera porque su voz se lo permite. Pero decidió arrimarse a la cercana Andalucía. Desde entonces su garganta está al servicio de reinventar el cante, desde la sobriedad de las tonás con las que tanto le gusta arrancar sus actuaciones a los tangos que interpreta con tanta soltura que hasta disimula su terrible exigencia. Tena puso cierre al festival, cerca ya de las seis de la mañana. En torno a mil quinientas personas venidas de toda Andalucía, de Madrid, Barcerlona o Murcia, han sido testigos de lo que cada año es capaz de levantar la Peña Cultural de Zambra. Sus responsables se sienten más que satisfechos. Motivos no les faltan.