Al sonar de una cancioncilla: los himnos a la Morenita desatan las vivencias y el fervor por la Virgen de la Cabeza

Una silueta de la Morenita se ha incorporado al  alumbrado público al paso de la procesión  por el Ayuntamiento

Una silueta de la Morenita se ha incorporado al alumbrado público al paso de la procesión por el Ayuntamiento

Rute. Segundo domingo de mayo. Ocho en punto de la mañana. La vieja, entrañable e inigualable Banda Municipal ya está lista. Se concatenan en sus instrumentos las notas de esa escala tan básica como emblemática: Do, Re, Mi, Fa, Sol La, Si, Do, Do, Do, Si, Re, Si, Sol… Son las notas que introducen el “Morenita y pequeñita”. Lo terrenal y lo sagrado vuelven a darse la mano en la melodía y la letra de este pasodoble-canción. Imposible imaginarse algo más terrenal en esta Andalucía que una aceituna; imposible para muchos algo más sagrado que su Virgen de la Cabeza, su Morenita. Escribe el reputado comparsista gaditano Juan Carlos Aragón en su ensayo “El Carnaval sin nombre” que la música es el sexto sentido. Va más allá al afirmar que “dice más cosas que la palabra. Llega a donde ésta no alcanza”. Se diría que alcanza hasta el origen de la memoria, que bien podría ser el séptimo sentido. Cuando se oye “Morenita y pequeñita” se abren las autopistas que conducen, a través de ese hilo invisible del tiempo, al pasado común donde, al sonar de unos acordes, confluyen recuerdos y sentimientos.

Insiste Aragón en que la palabra “tiene un límite hasta para el mayor de los poetas. La música es infinita por definición”. Tal vez por eso, en los infinitos bucles en que puede derivar el himno de Gallo-Rivera-Sapena se alternan e intercambian las estrofas cuando las canta la gente. Sucede también en algunos pasajes del “Himno grande” de Diego Molina Rueda. Sentencia, en fin, el gaditano que la música “no precisa más que de ella misma para convertirse en realidad. Y aunque se ejecuta con instrumentos materiales, su realidad sigue siendo de naturaleza espiritual. Nuestros sentidos dan fe de ello”. De ahí que se alcance la espiritualidad al término de la función religiosa, cuando se canta la “Salve” compuesta por José Julián Tejero, que precede a la sobrecogedora “bajada” del altar de San Francisco de Asís.

La Virgen de la Cabeza sale a la calle. Al compás de la música, se desatan los tiempos. Desde el himno que vino de tierras jienenses al “Morenita, ven y ven” de “El Serrano”, el que cantan los coros romeros, el que adapta la Banda Municipal. Del ayer al hoy y al mañana, con “Esperanza Barribalteña”, la marcha con la que Juan José Caballero enriquece este patrimonio sonoro. Por calle Priego, calle Nueva, Paseo del Fresno, se repiten hasta llegar a los Cortijuelos. Allí sencillamente los tiempos se detienen. De nuevo se suceden todos los himnos: los de Andújar, los de Rute, el de Gallo, el de Miguel Herrero, todos los cantos que se entonaron desde aquellos caleros legendarios y que han pasado de garganta en garganta, las que están en esta calle con pulsión propia, las de quienes tuvieron que marcharse y, aunque en un día como hoy estén lejos, se hacen presentes en estas notas, porque les duelen las raíces, la distancia y la memoria.

Es el milagro de la religiosidad popular, la que no tiene más leyes que la propia devoción incondicional, tribal si se quiere por la pertenencia a unas raíces, la que no obedece más patrones que los que dictan los sentidos. En efecto, la música es una realidad de naturaleza espiritual. Y en su espiritualidad, caben todas las fes. Como escribió José Julián Tejero, son las “gargantas que rezan salves”. He ahí su misterio y su grandeza, que trasciende a cualquier dogma. El cortejo llega de vuelta al Paseo del Llano. Es el turno de la “Salve” compuesta por Javier Reina, otra más. Los coros apuran las últimas modulaciones de la mañana bajo un sol que desafía las lipotimias. Toda procesión necesita de un buen acompañamiento musical, sea el de la Agrupación Santo Ángel Custodio, la misma Banda Municipal o la Banda Coronación (de Campillos); pero la verdadera banda sonora de esta jornada son siempre los himnos de la Morenita.

Este día evidencia que la fe es poliédrica. Toda forma de religiosidad vale para quienes van con la Virgen de la Cabeza, que a su vez engloba a todas las procesiones: desde la romería urbana de la mañana al tono solemne de la noche. Por eso, es ahora cuando acompañan las autoridades. Es una suerte de recorrido oficial hasta el Ayuntamiento, donde el alcalde entrega un ramo de flores, este año bajo la novedad de un alumbrado con la silueta de la Morenita. También consecuencia de esa metamorfosis es el cambio de la ropa flamenca por las mantillas, los trajes y los vestidos de gala. Pero no se deja la parte alegre de la mañana. En el Círculo de Rute y en el Paseo Francisco Salto, entre cohetes de la Asociación Cultural “Morenita, Reina de Rute”, suena por megafonía otra Salve, la de Manuel Pareja Obregón. Y desde la subida del Cerro no se detienen los himnos de siempre, hasta la Salve de José Julián, que se reproduce entre pétalos y cohetes en el Llano, y hasta la traca final que corona otro domingo de emociones.

Lunes de resaca de sensaciones. Como epílogo, gotea la subasta de regalos de la mesa. Entre puja y puja, de cuando en cuando en la sede social de la real cofradía a alguien le sale un “¡Viva la Virgen de la Cabeza!”. Suena un móvil. Su politono repite la consabida secuencia en escala: Do, Re, Mi, Fa, Sol La, Si, Do, Do, Do, Si, Re, Si, Sol… Han pasado más de tres cuartos de siglo desde que se escuchó por primera vez. Pero sus notas accionan los mismos picaportes en la memoria. Es el tiempo detenido. Es el segundo domingo de mayo en Rute.

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