El pueblo de Rute respalda de forma masiva la causa solidaria para ayudar a Elena García Ureña

Los asistentes al concierto de la Ludoteca quisieron expresar sus buenos deseos para Elena y brindaron de forma simbólica por su recuperación

Los asistentes al concierto de la Ludoteca quisieron expresar sus buenos deseos para Elena y brindaron de forma simbólica por su recuperación

“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”. Así empieza (y acaba) el poema “Los heraldos negros”, que da título al libro del mismo nombre. Fue el primer poemario publicado por el peruano César Vallejo. Lo escribió hace casi un siglo y su palabra aún suena tal cual, como un golpe de los muchos que da la vida. Porque Vallejo se cuestionaba por el origen del dolor, su razón de ser (o su sinrazón), su océano de duda y sinsentido. En efecto, a veces la vida golpea así, de esa manera tan seca, tan súbita, tan fuerte. A Elena García Ureña la vida la golpeó el 24 de noviembre de 2011 de forma absurda, cruel e inexplicable, como todo mal que sufre un niño. Ese día, Elena recibió una visita de “los heraldos negros”, esos mensajeros de la muerte que sólo vienen para anunciar el dolor. Ese día, Elena tuvo lo que clínicamente se denomina un “debut diabético”. Encajó uno de esos golpes de la vida cuya onda expansiva alcanza, lógicamente, a quienes están a su alrededor. La magnitud del seísmo sacudió los cimientos de una familia de Zambra que, hasta ese momento, en tiempos de tanta crisis, sobrevivía con relativa solvencia.

Por entonces tenía ocho años y nunca antes había padecido problemas de diabetes. Lo que comenzó siendo un virus o un simple resfriado terminó en ese fatídico coma diabético. Todo sucedió de modo casi fulminante, en apenas una semana. Sin embargo, en coma permaneció tres meses, uno de ellos en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Reina Sofía, de Córdoba. A sus padres les daban pocas esperanzas de que pudiera salir de ese estado. Pero logró superarlo, aunque tuvo que afrontar importantes secuelas. Su diagnóstico presentaba un infarto cerebral del lado izquierdo. Cuando abandonó el hospital sufría una afasia, le habían tenido que practicar una traqueotomía y su pronóstico era poco halagüeño. Despertó, pero no podía andar ni ver, y tampoco podía hablar.

Han pasado dos años y en este tiempo se ha sometido a todo tipo de tratamientos terapéuticos y de estimulación. Su historia es una historia de esfuerzo y tesón: el de ella y el de toda su familia, que confían en que los finales felices no sean patrimonio exclusivo de los cuentos de hadas. Confían en que la suya también pueda ser una historia de esperanza y superación. Tras esa interminable travesía por el túnel, Elena asiste expectante a lo que está por venir desde su silla de ruedas, con problemas de movilidad, con la mirada perdida, como la tienen todos los invidentes, como la tienen todos los que siguen preguntándose por qué… Pero ni siquiera esa mirada perdida oculta la preciosidad de su grandeza. Ni siquiera esa ceguera visual le impide percibir cómo mucha gente se vuelca con ella, la ayudan, le dicen bellas palabras y le desean lo mejor. Elena se da cuenta de todo eso. Tal vez porque, como escribió otro autor, Antoine de Saint-Exupéry, en “El principito”, novela tan breve como intensa, “no se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.

Elena es capaz de captar todo lo esencial y no pierde detalle de cuanto ocurre a su alrededor. No lo perdió desde luego el pasado 4 de enero, cuando el pueblo de Rute, pese a lo desapacible que se presentó la tarde, quiso estar con ella. Fue en un concierto benéfico, celebrado en la Ludoteca. En él se contó con la Banda Municipal, los coros romeros de Rute, el grupo Yerbabuena y los mochileros de Zambra. La colaboración era de dos euros. Porque para seguir evolucionando la niña necesita ayuda económica y poder continuar con las terapias y tratamientos que está recibiendo. De ahí que en las semanas previas, vecinos y amigos se hayan movilizado. Han abierto dos cuentas bancarias y han preparado varias iniciativas para recaudar fondos y ayudar a la familia. Esas iniciativas han desembocado en este concierto, en el que, de nuevo, la respuesta solidaria de Rute ha sido ejemplar. Según una de las personas implicadas en su organización, Mari Córdoba, se vendieron todas las entradas. Incluso algunas personas devolvieron las suyas una vez compradas para permitir que otras pudieran colaborar. Los que asistieron, brindaron con y por Elena. Fue un brindis simbólico, por supuesto sin alcohol, y en el caso de la pequeña, con agua, porque la diabetes le impide tomar bebidas azucaradas. Pero, igual que comprende “al vuelo” todas las cosas, comprendió con absoluta claridad que ese brindis iba por ella.

Las necesidades de Elena no acaban aquí. Por eso, Mari Córdoba espera que la sensibilización de la gente no decaiga y se sigan llevando a cabo más iniciativas para ayudar a la pequeña, o que los donativos a los números de cuenta no dejen de llegar. De hecho, el Día de Reyes, en Llanos de Don Juan la cofradía de la Virgen del Carmen organizó un roscón a beneficio de la niña. Son ayudas que van cayendo con cuentagotas, pero que alumbran un halo de esperanza en ella y en su familia. El día del concierto, Elena, sus padres, su hermano, su tía, su abuelo, estuvieron en la Ludoteca. En sus ojos, parafraseando de nuevo el poema de Vallejo, lo que han vivido se acumula en el pozo de la mirada, no como charco de agua, sino como “la resaca de todo lo sufrido”. Aun así, todo lo demás de sus caras sonríe ante cada palabra de aliento. Es su sencilla y sincera forma de expresar un deseo: que los heraldos negros no vuelvan a acosar a Elena, que ese golpe tan fuerte que les ha dado la vida sea, más pronto que tarde, un mal recuerdo.

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