Juan Manuel Aguilar completa la maratón de Valencia y se queda a cinco minutos de su reto de bajar de las tres horas

Juanma Aguilar alza el brazo al cruzar la meta  siendo consciente de que el principal objetivo estaba cumplido

Juanma Aguilar alza el brazo al cruzar la meta siendo consciente de que el principal objetivo estaba cumplido

Otro corredor de Rute ha completado esa distancia que parece inalcanzable para el común de los mortales. Si hay una carrera que, con sólo nombrarla, evoca la proeza, ésa es la de la maratón y sus legendarios, casi oníricos, 42 kilómetros y 195 metros. El mero hecho de atreverse con ella hace merecedor del elogio; completarla genera el aplauso espontáneo; y cuando nos encontramos con atletas capaces de cubrir tal distancia en poco más de dos horas, los elevamos a la categoría de héroes, los cubrimos con un halo de irrealidad, cercana a la ciencia ficción. Más de nueve mil doscientas personas se daban cita en Valencia el pasado 18 de noviembre, con la intención de emular la hazaña atribuida al soldado griego Filípides. Lo lograron 7781, la mayor cifra de la carrera en sus 32 ediciones. Como sucede en estas pruebas de fondo, el dominio, tanto en categoría masculina como femenina, correspondió a los africanos. Los tiempos logrados por el keniano Luka Kanda (2 horas, 08 minutos y 14 segundos) y la etíope Birhane Dibaba Adegna (2.29:22) suenan directamente quiméricos para la mayoría de los humanos. Y eso que, en general, todos los cronos se vieron condicionados por la humedad, que pasa factura a las fuerzas físicas en una prueba de tan larga distancia.

Juan Manuel Aguilar no llega a tal grado de profesionalidad, pero a nivel amateur es desde hace más de una década una referencia para el atletismo en Rute. A estas alturas, con objeto de no perder el gusanillo de la competición y sobre todo para superarse a sí mismo, a primeros de año se planteó acudir a la maratón Divina Pastora, en la ciudad del Turia. Había que planificarlo todo con antelación, porque su aspiración llevaba otro reto añadido: correr la prueba en menos de tres horas. El primer objetivo lo ha cumplido con creces. Pese a su modestia, admite que terminar una prueba “tan exigente” ya es sinónimo de éxito. Sin embargo, su alegría no es completa. Agradece “los muchos ánimos” que le han llegado de compañeros y amigos, pero se niega a darse una nota que vaya más allá del aprobado.

Se niega por poco más de cinco minutos, la diferencia que le ha privado de cumplir el sueño al completo. Su tiempo final fue de 3 horas, 5 minutos y 45 segundos. En sentido estricto, no pudo quedar por debajo de la marca que se había propuesto. Pero cualquier análisis de sus estadísticas es digno de reconocimiento. Aguilar quedó en el puesto 660 entre cerca de ocho mil corredores de 47 países (contando sólo los que terminaron). El ranking escala hasta el puesto 540 entre los españoles y el 148 de su categoría (veteranos masculinos B). Además, el ruteño fue el cuarto mejor cordobés de cuantos compitieron en Valencia. Su parte de insatisfacción viene porque mira más los tiempos que los puestos. Con los parciales en la mano, ha comprobado que hizo la primera mitad de la maratón en menos tiempo que la segunda “y debería haber sido al revés”.

Son cifras más que meritorias en una prueba condenada a romper límites y barreras. En cualquier otra carrera, el corredor siente si está en condiciones de terminarla y en qué tiempo. Aquí, no. Llega un momento, a partir del kilómetro 25 o 30, en que el organismo “busca reservas”. Son distancias que ni siquiera los corredores profesionales llegan a entrenar. En todo caso, los de élite acumulan más kilómetros y compensan con sesiones de gimnasio. Pero, dicho de otro modo, nadie prepara una maratón corriendo otra como ensayo. Por tanto, en esos diez o quince kilómetros finales puede ocurrir cualquier cosa. Aguilar superó en ese último a corredores, “algunos mejores o más preparados”, que iban andando porque se les habían agotado dichas reservas.

En su caso, desde primera hora las sensaciones “fueron buenas”. Por supuesto, también notó cómo se iban acabando las energías en los kilómetros finales. La clave para terminar la prueba hay que buscarla en sus propias características como deportista. Afirma que es corredor “por mentalidad, no por condiciones físicas”. Y tenía claro que podría haber abandonado por alguna lesión, “pero no por cansancio o agotamiento”. De hecho, tuvo un “pinchazo” en el último cuarto de la carrera, aunque no llegara a ser tan intenso y doloroso como para obligarle a parar.

Tras los episodios de sufrimiento que se suceden mientras corre, una vez se cruza la meta se acumulan las sensaciones gratas de haber cumplido el objetivo. Insiste en que son sensaciones “agridulces” por su deseo de haber logrado un mejor tiempo, pero reconoce que eso viene después, pensándolo ya en frío. Sin embargo, en el momento de atravesar la meta situada en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, “con ese entorno y el calor del público valenciano”, es tal el grado de “satisfacción y euforia” que no se puede reprimir alzar el brazo. En el análisis posterior surgirán las preguntas y las dudas de qué se podía haber hecho mejor, pero confiesa que justo al terminar se sintió “feliz”.

Ahora toca reposar y recuperarse. Ni siquiera para los profesionales es recomendable que corran más de dos o tres maratones al año, porque es una prueba “que tiene memoria”. Así que, por lo pronto, hasta el año que viene al menos no le tocará otra a él. Además del plazo de recuperación, existe otro período de preparación, “que supondría quitar tiempo a la familia”. Lo que no quiere es que pasen otros ocho o nueve años como han transcurrido desde sus dos anteriores experiencias en esta disciplina, las de Sevilla y Madrid. Promete que no pasará tanto tiempo, pero deja claro que tampoco sabe cuándo será la siguiente. Mientras, espera que su experiencia “sirva de estímulo” para que otros corredores de Rute se animen a participar en alguna maratón.

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