Yo estuve allí

        Al pueblo de Rute,

 y a quienes sienten y viven 

 las fiestas de la Virgen del Carmen.

 

“Cualquier lugar que amamos

es para nosotros el mundo”.

                                 Oscar Wilde   

28 de julio. Coronación de la Virgen del Carmen. La culminación de años de preparativos ilusionados. Rute echado a la calle. Gente venida de fuera. Damas y reinas, pregoneras y pregoneros de otros años… Una devoción fuera de toda duda. Una tarde espléndida. La aurora acompañando a la Virgen al bajar la plaza. El aire oliendo a nardos, como otros veranos… La orquesta de Priego y la coral “Bel Canto” de Rute y “Cantoría de Jaén” sonando de maravilla en el parque. Ese hacerse de noche mientras se coronaba la Virgen y no querer estar en ese momento en ninguna otra parte. Solo en Rute, en nuestro Rute de siempre, vestido de gala, lleno de vida, radiante. El amor a la Virgen del Carmen vuelto pétalos caídos de balcones, oración silenciosa, cohetes, besos al aire… Y la Virgen en la calle, mecida al son de sus himnos y sus marchas nuevas. Un día grande, esplendoroso, guardado de por vida en el alma, allí donde el tiempo no podrá llevárselo, allí donde el olvido no hará mella jamás.

Pasarán sin permiso los años, pero quienes fuimos testigos de la Coronación siempre podremos decir “Yo estuve allí”. Yo estuve en Rute el último sábado de un julio atípico y fresquito. Y vi la Virgen lucirse hermosa, acaparando miradas. En su pelo, miles de promesas trenzadas. En sus ojos, los nuestros clavados. Vi Rute vibrar con su Virgen del Carmen y Patrona, como vibra el corazón y se revoluciona la sangre en las venas cuando estamos en este lugar del mundo que amamos tanto. Yo estuve sabiendo que no se repetiría y feliz de ver que Rute no esconde su amor por la Virgen del Carmen, que, como todo amor, si es de verdad, es sin medida y no puede ocultarse y se nota a la legua y da cuerda a la vida.

“Yo estuve allí” – diremos – “y vi coronarse a la Virgen”. Un día memorable para Rute, que no olvidarán los siglos; un día grandioso, muy por encima de rivalidades cofrades que no llevan a ninguna parte. Rute no se entiende sin la Virgen de la Cabeza y la Virgen del Carmen, sin su barrio alto y sin el bajo. Querer a Rute es quererlo entero. ¿Qué rincón del pueblo no guarda un trozo de vida nuestra? ¿Qué calle nos es ajena? A quienes nos gusta Rute, nos gusta de pies a cabeza.

No, no caerá en el saco roto del olvido ese día histórico para nuestro pueblo, aunque la Virgen ya estuviera coronada de miradas, de besos, de novenas en agosto, de deseos pedidos que pujan por verse cumplidos, de plegarias calladas… La Virgen tuvo desde siempre la corona inoxidable de nuestro amor por Ella, el que nos inculcaron y fue creciendo a fuerza de verla en la calle muchos 15 de agosto, luminosos y exultantes, y muchas tardes en el Carmen.

Y ahora que la Coronación pasó, sigue la tarea silenciosa que le da sentido. Porque coronar a la Virgen no es un ejercicio meramente estético y sin obras toda fe resulta vana y huera apariencia. Es en el día a día cuando hay que demostrar las devociones y el compromiso. Que no hay coronación más ejemplar que la que lleva a atender a los más desamparados. Eso es lo único que hace que no queden huecos los actos festivos. Solo así se hace creíble la fe, impostada si no se apresta a paliar las necesidades de otros. La Coronación es ya un sueño cumplido, pero, como diría Pedro Salinas, “un sueño solo es sueño/verdadero/cuando en materia mortal/se desensueña y se encarna”.

La Coronación pasó, sí, pero vienen las fiestas. Las de siempre. La ilusión de vivirlas otro año. La vuelta puntual de quienes tuvieron que marcharse. El 15 de agosto es para todo ruteño de verdad una fiesta señalada, de guardar y disfrutar. Luego, cuando pase el día del Carmen, el verano afrontará melancólico su recta final y acortarán los días, a la par que se alargan – siempre se alargan – si se está lejos de Rute. Tardará en volver a ser el Día del Carmen. Y, de nuevo, el agosto que viene querremos estar aquí, con un año más, sin saber nunca hasta cuándo, pero siempre presentes mientras el corazón siga latiendo tan fuerte por este pueblo, al pie del Hacho y las Cruces, en el que la vida, generosa, nos mostró su cara más dulce tantas veces… Y ojalá que, por lo que más queremos, nos la siga mostrando.

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