Y vuelve a ser verano

A Mercedes Jiménez,
que en gloria esté,
después de tan larga vida.
A Mari Trini y a Bartolomé,
por el ejemplo dado
y la amistad duradera.

Llega como aquéllos de la infancia y la adolescencia y algo traerá de ellos. Acaso la ilusión por inaugurar otro tiempo más libre de madrugones y horarios. Y cada año parece llegar antes. El tiempo acelera a medida que pasa y da la impresión de que hace nada estábamos plegando velas y ya estamos otra vez abriéndole las puertas al verano y lo que nos traiga.
Aunque siempre venga igual, con sus calores, que hacen olvidar los de otros años, cada vez nos pilla de una manera. En esta ocasión, con un gobierno en el aire, aún por formar. Y a unos les sorprende haciendo planes, a otros recomponiendo su vida, o trabajando…
Asociamos el verano con la alegría, la plenitud de la luz y el descanso. Pero eso no quita que, según las circunstancias, pueda ser amargo. Siempre lo será para alguien. Para quienes, precisamente en verano, abandonan sus países porque el hambre y la desesperación aprietan, y para quienes no pueden permitirse irse de vacaciones ni unos días y les rechina escuchar eso de “operación salida”. Porque ellos nunca salen. A ningún sitio. Y será feliz para otros muchos que puedan viajar o, simplemente, quedarse en su casa, a gusto. Y habrá quien lo invierta en una causa solidaria y quien conozca tal vez a alguien que le cambie la vida y se lleve el frío de muchos inviernos.
Como pasa con todo, no hay un solo verano. Lo que sí suele gozar de unánime beneplácito son esos días largos, en los que parece que cabe más felicidad que en los de invierno, o esas mañanas fresquitas, ideales para caminar, y esas noches al raso, de estrellas que surcan el cielo fugaces, y la posibilidad de conocer mundo, de hacer cosas que no se hacen a diario, y esas verbenas, y los helados…
También puede ser que nos enfrentemos al vértigo de no saber en qué emplear los días, tras meses de ritmo frenético y de intenso trabajo. Es posible que nos asalte el miedo al vacío de las horas que no se sabe cómo llenar. Aunque este temor se disipa fácilmente. ¡Hay tantas cosas que se pueden hacer!: leer, escuchar música, escribir, pintar, darse un chapuzón o, simplemente, disfrutar del lento paso de las horas en verano, al fresquito, a poder ser…

La vida se muestra esplendorosa en julio y agosto y pone difícil ofrecer resistencia a sus encantos. Y, en cada verano, aún, a ratos, reconocemos los que empezaban cuando nos daban las notas y un horizonte amplio de tres meses largos se desplegaba ante nosotros. Ahora no duran tanto los veranos y se nos pasan volando. Además, ocurre cada julio o cada agosto: escuchamos un grillo o un gallo cantar (cada vez menos) y volvemos a otro tiempo, pletórico de vida y de ilusiones, que ignoraba el desaliento; tiempo de botijos, de sentarse en la puerta…, de costumbres que, silenciosa y definitivamente, nos han ido abandonando. El verano no es ajeno al nuevo modo de vida y ha ido encerrando a la gente en casa, en su parcela, en su piscina, para ver series o lo que sea… Socializamos menos, pese al placer de sentarse en una terraza o en un banco del parque a tomar algo fresquito mientras charlamos.
En cualquier caso, el verano invita más a salir y al encuentro, a vivir de otra forma, aunque sabemos que sus días van poco a poco acortando y que es un engaño creer que va a durar eternamente, como a veces soñamos. Cuando queramos darnos cuenta, se habrá acabado. Pero, para entonces, que nos quiten lo bailado y lo disfrutado. Eso se quedará para nosotros, como se quedó, aunque se fuera, lo vivido otros veranos, que resurgen con éste que llega, en el que ahora tenemos la ilusión puesta: la de vivirlo sin sobresaltos y aprovechar sus días para todo lo que en invierno hemos ido postergando. Por fin, los más afortunados, tendrán tiempo en verano, ese material escaso que siempre anda faltando. Tiempo que no es para perderlo, sino para ganarlo y saborearlo. El verano es la oportunidad de lo pendiente y de descubrir, quizás, aficiones nuevas. Tiempo de estar donde queramos y hacer lo que nos reconforte, si es posible. De vivir a gusto, en definitiva. Porque la vida nos abraza más fuerte, si cabe, en verano, aunque acabe soltándonos. Estar de vacaciones no es sino pretender alargar ese abrazo a la vida y lo que nos fascina de ella. Sin pensar en el invierno. Por lo pronto, es verano. Y ni el calor podrá agostar las ansias de vivir a fondo, en cuerpo y alma, cada uno de sus días, como lo que son: un regalo largamente esperado. Por eso: dejémonos de excusas y, sin dilación, ¡vivámoslo! Que para eso vuelve a ser, de nuevo, verano.

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