Y llegaron los Hermanos de Andújar, anunciando que comienzan las Fiestas de la Virgen de la Cabeza

La riada humana que arranca en La Molina  desembocó en San Francisco con los cánticos a la Morenita

La riada humana que arranca en La Molina desembocó en San Francisco con los cánticos a la Morenita

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Poco importaba la lluvia. Apenas fue una amenaza gestada en el miedo, una estrella de fugaz inquietud en el suspiro postrero de la tarde. Su escasa fuerza no alcanzó a diluir la certeza de que en el horizonte hay una luz distinta, un color que antecede a mayo y sus fiestas del Barrio Alto. Un cohete sonó entre las grietas del cielo, sin que las nubes lograran mojar su pólvora ni callar su alegría. Su estruendo fue la palmada que desata el compás, la melodía siguiente que avisa de que los Hermanos de Andújar están entrando en Rute. Es el fin del principio. En los alrededores de Sierra Morena, por las entrañas del Cerro del Cabezo se filtra un brote de melancolía tras el último domingo de abril, porque los días grandes en honor a la Morenita echan el telón. Todas las cofradías y hermandades filiales vuelven a casa con cierta pesadumbre de vacío, con la resignación de otro año de espera. La de Rute, no. En Rute es justo el punto de arranque de esas jornadas de aromas diferentes, de buscar de nuevo en los recovecos más profundos de la memoria, en los senderos indescifrables de la nostalgia, la conexión invisible, a través del prójimo, con el niño que se fue y, llegado este punto, se empeña en volver.

Ese temblor, ese vértigo ante el instante especial, es lo que se respira en La Molina, desde que los Hermanos de Andújar asoman por “La Montañesa”, testimonio vivo y simbólico del camino largo y arduo de antaño. Vienen cantando sin cesar los himnos a la Virgen de la Cabeza, como un disco en modo de reproducción continua. Traen en sus gargantas el anuncio de que mayo ya es presente en Rute. Por delante esperan momentos para reencontrarse con el pasado, con las vivencias, con un fervor que entronca con las raíces de una cultura y una religiosidad populares que han recorrido un túnel del tiempo de cinco siglos de distancia; una carrera devocional de relevos, cuyo testigo no deja de pasarse de padres a hijos.

No se ha inventado aún el indicador  que mida las emociones, tal vez porque medir implica regular y, a la larga, racionalizar. Por eso, celebraciones como ésta conllevan ese punto irracional. Sólo si se tiene en cuenta esa premisa, se podrá vislumbrar el sentido de asomarse a la entrada de Rute a recibir a los Hermanos de Andújar. Cada persona que encamina sus pasos es un afluente en ese río de fervor que discurre hasta el mar del Paseo del Llano, hasta desembocar en San Francisco, como una catarata a través de las gargantas que gritan “Morenita, guapa”. Mayo ya está aquí, ya están aquí las Fiestas de la Virgen de la Cabeza. El túnel del tiempo tiene luz, pero, cuando se oye “Morenita y pequeñita”, parece que su recorrido no tenga final.

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