Y el segundo domingo de mayo volvió a ser un día grande en Rute

  • Tres años después, el fervor por la Morenita se ha manifestado en todos los rincones, disfrutando de cada momento de las Fiestas de la Virgen de la Cabeza

La calle Priego es un ejemplo de cómo el Barrio Alto se ha engalanado para recibir a la Morenita

 Días grandes Fiestas de la Morenita 2022 

Hay palabras que parecen definirse con sólo pronunciarlas o escribirlas. El adjetivo “grande”, y su familia semántica, es una de ellas. Decirlo, o decir “grandeza”, “grandiosidad”, “agrandar” o “grandioso”, acrecienta de inmediato aquello a lo que aluden. Pocas palabras tan simples encierran tal fuerza en su significado. Por eso, basta mencionar el “Himno grande” de la Virgen de la Cabeza para asociarlo a la majestuosidad de sus primeros acordes. Basta decir “día grande” de la Morenita para pensar en el segundo domingo de mayo. Ambos, el himno y ese domingo marcado en rojo en el calendario “cabezón”, han vuelto a hacerse grandes en Rute. Ha sido un 8 de mayo, la fecha más baja posible, porque el almanaque tampoco podía esperar más tras dos años en que la pandemia no ha dejado festejar “la devoción más antigua de la villa” (palabra de María Victoria Cruz) en la calle, el hábitat natural del fervor.

  • Diego Molina Rueda compuso una canción para la bendición del nuevo manto, sin título, que acabaría siendo conocida como el “Himno grande”

Más que un solo día, ha sido grande el fin de semana entero, desde el sábado por la mañana, con el acto lúdico de la Asociación Cultural “Morenita, Reina de Rute”, a beneficio de Cáritas. Después, la ofrenda de flores anunciaría lo que estaba por venir, no sólo por formarse una riada humana con todo el caudal contenido durante tanto tiempo. También esos colores y olores de un campo que florece como la vida llevados a la calle anticipaban la singularidad de la romería urbana del día siguiente, la que con su singularidad ha contribuido a que sean declaradas Fiestas de Interés Turístico.

Con esos ecos, mezclados con los primeros cohetes y la diana de la Banda Municipal, amaneció el segundo domingo de mayo. Y tres años después, tras la función religiosa, llegó la bajada, o la confirmación definitiva de que la Virgen de la Cabeza volvía a la calle. Y para que no cupiera más duda, lo primero en sonar terminado el himno nacional fue “Morenita y pequeñita”, la seña de identidad musical de un sentimiento. Sus notas rubricaban sobre el verde esperanza del manto el final de tres años aguardando, una elipsis temporal en la que muchos se han quedado por el camino.

El “Himno grande” vendría más tarde, surgido de unas gargantas que cantaban por quienes ya no están, ausentes y presentes caminando sobre una misma partitura, la que compuso Diego Molina Rueda para bendecir musicalmente un manto que bien podría llevar el mismo calificativo. Sus acordes laten desde 1953. Sus pliegos van de mano en mano en la antigua sed de Destilerías Raza, local de ensayo en los meses previos del coro formado para la ocasión. Las voces que han de estrenarlo a duras penas resisten la tentación de callar en un antiguo taller de costura. Algunas de sus estrofas se filtran entre puntada y puntada, pero al fin un 10 de mayo nace al pueblo de Rute.

Siete décadas después lo recuerdan quienes sobreviven a aquellos días y a los que dejaron de cantarlo. Hoy cantan también por ellos, cantan cada vez que el pentagrama vuelve a cobrar vida en la palabra “Hosanna”. Cantan en rincones emblemáticos como la calle Priego, engalanada como pocas, o los Cortijuelos, el lugar donde 2022, 2019, 1953 o 1555 son el mismo año, el año en que un grupo de caleros trajo de Sierra Morena una advocación mariana que sería devoción y memoria colectiva de un pueblo.

Cantar aquí el “Himno grande” o “Morenita y pequeñita” (dos adjetivos contrarios que con la Virgen de la Cabeza se hermanan) es unir con la música y el verso las costuras del tiempo, de la vida y la muerte, los hilvanes de una melodía, los pespuntes de un mismo fervor. La voz de quienes quedan es también la voz de los ausentes, la voz que entona un himno que nació como modesta canción, sin título siquiera, para la bendición del manto ese mismo día, pero que adquirió esa condición de “Himno grande” a través de los años, a través de una herencia compartida.

La esencia de esas notas y esos versos, es la misma, suene en los Cortijuelos o en el Cerro, toque la banda o canten los coros, se vista de romería urbana matinal o con la solemnidad de la noche, la escuchen las cofradías filiales o la hermandad matriz de Andújar, presentes unas y otra en este día; porque los devotos de la Virgen de la Cabeza “fieles por siempre serán”. La música, el arte más irracional, el que entronca con los recuerdos más primigenios, ha servido para llegar una vez más hasta donde no alcanzan las palabras para describir ese sentimiento común. El patrimonio inmaterial de Diego Molina Rueda ha permitido que de nuevo ese sentimiento se manifieste en toda su grandeza. El eco de sus notas aún resuena por los alrededores del Llano al día siguiente, como cada lunes siguiente. Parecería que no hubieran pasado tres años desde la vez anterior. Será que cuando Rute sueña con mayo el tiempo deja de existir.

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