Vivir por los que ya se fueron

A todos los que se nos fueron.

“Hoy es siempre todavía,
toda la vida es ahora.”

Antonio Machado

Se fueron un mal día, como nos iremos nosotros cuando nos llegue la hora. Dejaron pendientes afanes y sueños. Emprendieron un viaje sin retorno. Abandonaron este mundo, a veces precipitadamente, dejándonos un manojo de recuerdos y una nostalgia crónica. Se fueron. Dejaron esta realidad que compartíamos, las cosas que se traían entre manos. Ahora habitan la nada u otro mundo, mientras aquí nos queda su memoria, su nombre entre dos fechas de una lápida y una ausencia incurable. Se fueron, aunque aún nos parezca mentira. Se silenció para siempre la voz con la que nos hablaban. Quedaron sus cosas, una firma en un libro, una dedicatoria, fotos tomadas en días en los que la vida no dolía y parecía que el sol no iba a ponerse nunca. No están, por más que aún nos parezca que nos van a llamar o los vamos a ver. Noviembre nos recuerda que se han ido. Nos lo recuerda la vida a diario, su teléfono apuntado en una agenda y guardado aún en los contactos del móvil, la foto enmarcada en la que parecen mirarnos todavía…

Su falta, irreparable, nos anuncia que también nosotros dejaremos de estar aquí un día y que la vida seguirá su curso, a su rumbo. Por eso, el primero de noviembre debería hacernos valorar lo bueno que en la vida acontece a diario y ser más conscientes aún de su fugacidad. Si para algo debiera servir la muerte, es para alentar la vida, para urgirnos a vivirla sin dejar para mañana lo que pueda hacerse, decirse y disfrutarse hoy. Porque el futuro está en el aire y la muerte acaba siempre ganando la partida. Pero, mientras vivimos, podemos barajar nuestras cartas, hacerle guiños al destino que nos aguarda y jugar a que parezca eterno lo pasajero, si es intenso. Un día, no sabemos cuándo, dejaremos de ver lo que ahora vemos y de latir, pero, mientras estemos en este mundo, es posible disfrutar, antes de que sea tarde, de todo lo bueno que tenemos al alcance. Mientras vivamos, hay que dar buena cuenta de la vida y no dejar pasar trenes que no vuelven. No se trata de estresarse pensando que el tiempo se nos agota, pero sí de aprovechar las oportunidades que se presenten de ser felices y hacer lo que nos ilusiona. Como escribió Leo Buscaglia, “la muerte es un desafío. Nos dice que no perdamos el tiempo… Nos dice que nos digamos ahora que nos amamos.”.
Un día nos iremos también, como quienes se nos fueron, y dejaremos de ver el sol salir y ponerse, pero, por ahora, todavía, sale y se pone a diario y podemos disfrutar de ese espectáculo. No sabemos qué vendrá después. Solo podemos dar fe de este aquí y este ahora, del aire que respiramos, de lo que podemos tocar y sentir, del milagro que supone estar vivos y a tiempo de gozar de lo que nos gusta de esta vida. Saber que esto de vivir se acaba no debería conducirnos a la desidia o a la abulia, ni a rendirnos y cruzarnos de brazos, sino a todo lo contrario, a pesar de los pesares, que pesan, y de que con los años vayamos acumulando pérdidas. Por dura que sea, la vida parece reiniciarse cada día y nos cursa, cuando amanece, una nueva invitación a vivirla. Declinarla sería un error lamentable porque nunca se sabe si hoy (¿por qué no?) puede suceder lo inesperado o aquello que llevamos tiempo aguardando. Mientras vivimos y tenemos salud, aún podemos hacer lo que esté en nuestras manos y no cerrarlas a lo que la vida quiera darnos. Porque lo anhelado, como dijo Pedro Salinas, “puede venir. Hoy o mañana, (…), o el día penúltimo del mundo”, y debe encontrarnos preparados.

Muchas personas que quisimos ya se nos fueron, pero quienes estamos aquí tenemos que seguir viviendo, volcarnos en los días hasta agotar los calendarios. Porque hasta el final todo es vida y porque su brevedad da aún más valor a las horas y hace imperdonable perderlas en cosas que no llenen por dentro ni sacien la sed de plenitud y de vivir a fondo. Por eso, hay que seguir adelante, por nosotros y por los que se fueron dejándonos lecciones de vida, esos que ya solo pueden ver con nuestros ojos el mundo que aún nos acoge. Por ellos, en su nombre, en su memoria, por los que ya no pueden buscar el calor del sol de noviembre ni ven despuntar el día, queremos seguir viviendo a toda costa, venciendo, si sopla, al viento del desaliento. Se lo debemos.

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