A Carmen Navajas García,
que me leía siempre.
Una mujer cariñosa, cumplida
y buena donde las hubiera.
Merece la gloria eterna.
“En mitad del invierno aprendía por fin
que había en mí un verano invencible”.
(“Retorno a Tipasa”, Albert Camus)
Ha vuelto a llegar el verano. Al pronto, se parece a otros veranos lejanos que la memoria guarda. Viene implantando sus atardeceres tardíos y la dictadura del calor, aligerándonos de ropa, abriendo ventanas…
No hay uno solo. Hay tantos veranos como seres estamos en el mundo. Las vacaciones llegan para quien hace meses que las esperaba, para los niños y maestros que cierran las aulas, para quien cuenta los días que le quedan para irse a su destino y para quienes no cuentan nada ni tienen planes y viven al día, agradeciendo cada segundo de vida con salud y cada momento tranquilo.
Viene el verano con su repertorio de fiestas populares, sus verbenas, su procesión de agosto, su feria y sus canciones pachangueras. Inaugura la temporada de helados y un tiempo de noches al fresco y piel algo más morena… Viene oliendo a descanso, a viajes, a montaña, a la casa del pueblo que vuelve a abrirse después de varios meses cerrada. Huele a regreso, a cloro de piscina, a sal y a mar… Llega con su tiempo libre, sin horarios, con sus siestas y, como una reminiscencia de otra época, con gente que todavía, en algunas calles de algunos pueblos, se sienta al fresco en su puerta.
En Rute el verano suena a los conciertos de la banda de música los domingos al anochecer y julio, en particular, va unido indisolublemente a las fiestas de la Virgen del Carmen, más aún en el año en que se cumple el centenario de su patronazgo. Viene julio con la aurora en las noches de sábado, con el triduo y el traslado, con ruteños que vuelven al pueblo en vacaciones con ganas y con otro acento y como buscándole a los recuerdos su escenario.
El verano tuvo siempre un aire festivo y ligero por mostrarnos cómo es la vida sin obligaciones, por ser un tiempo propicio para viajar y para despertarse sin el sobresalto de la alarma del móvil. Es un paréntesis en el ritmo diario, la ocasión de oxigenarse y coger fuerzas para el resto del año, de reinventarse, de ser creativos o de dejar la mente vagar y, sencillamente, disfrutar sin preocupaciones grandes del trancurrir de las horas y de aquello que tenemos cerca y nos hace sentir bien. El verano es la vida en “modo relajación”, en su versión de días largos, luminosos, de noches agradables, de estrellas fugaces… Es la libertad de una agenda sin compromisos, la recompensa a meses de intenso trabajo, el puerto en el que atracar alegres después de la travesía de un curso entero; es, en medio la rutina, un oasis, la ocasión de disfrutar del tiempo – esa gran conquista, el mayor lujo -, y de invertirlo en lo que gusta, de priorizar la devoción sobre la obligación, de conocer lugares nuevos y regresar a los conocidos.
Julio nos trae la promesa de un verano por delante, el descanso ganado a pulso. Trae proyectos, amaneceres tempranos en los que beberse “con la fresquita” el aire de un día nuevo; libros por leer, cervezas bien frías en una terraza, tintos de verano, encuentros… Trae ilusiones metidas en una maleta, trae la certeza de que la vida se ensancha en verano porque nos permite vivir de otra manera, cambiar de residencia por unos días, frenar el ritmo, retomar costumbres de otros veranos, comprobar que hay cosas que siguen siendo como siempre fueron, aunque la vida fluya y el tiempo corra sin freno, más aún en verano, y nos deje cuando acabe – siempre lo hace -, el sabor metálico y acre de los finales.
El verano tiene capacidad de entusiasmar por si lo imposible encontrara en verano lugar y tiempo para cumplirse. Aunque, lamentablemente, sobre el verano se ciernen también pesares colectivos y personales, y algunas mujeres son asesinadas por sus parejas, y cobran auge algunos partidos extremistas y las guerras en verano no cesan ni dan tregua. Para algunos también será, quizás, el primer verano que pasan estrenando una ausencia, o afrontando un diagnóstico fatal, que parece iniciar una cuenta atrás… Ojalá que, también en esos casos, el verano tenga atisbos de esperanza, raciones de consuelo, momentos de calma, ráfagas de dicha… Ojalá que el verano para todo el mundo traiga siquiera un porcentaje de aquella ilusión de cuando acababa el curso y no había que estudiar y septiembre quedaba tan lejos como la tristeza, como las pérdidas. Que traiga destellos de esa felicidad asociada al verano y luz para las sombras que acechan, si las hubiera. Y ganas de levantarse y vivir a fondo cada día de este regalo único que es todo verano que empieza.