Varón Dandi

Sacudidas las alfombras de los pasillos de San Telmo, abiertas las ventanas, y no para cambiar el aire viciado, sino para llenarlo de un hedor rancio de los 40, el nuevo presidente menos votado de la historia de la Junta de Andalucía asume el difícil papel de maniobrar en un taburete con tres patas altamente inestable. Su evidente derrota electoral lo ha encumbrado al poder, atado de pies y manos por la ultraderecha no populista, sino neofascista, que atesora en sus cimientos la financiación iraní, y cuya predisposición a la aniquilación de las autonomías hace evidente que jugarán el papel de cáncer de una administración pública con la que quieren acabar. Han llegado con mucho ruido, quitando impuestos (el de sucesiones, que afecta a menos del 1% de la población, a los ricos), subiendo sueldos “Ciudadanos” y apretando las tuercas desde el poder de 12 escaños para que los acuerdos de investidura se cumplan, tanto los públicos como los hablados, esos que quedaron entre cuatro paredes, pero bien atados. Lo que no sabemos es cómo se irán, si cantando bajito, o con sonoros escándalos. Porque de una cosa si estamos seguros. De que Andalucía no piensa dejarse aniquilar por los que agitando una bandera al sol para distraer miradas intentan destruir el estado del bienestar que tanto tiempo costó conseguir. Entendamos por tal la Sanidad Pública, tan ultrajada por el PP en otras comunidades autónomas; la Educación Pública, con su idea de fomentar el bachillerato concertado (¿será en detrimento del sistema público… y sin gratuidad?); los Servicios Sociales, y un largo etcétera que más pronto que tarde comenzará a vislumbrarse en las verdaderas líneas políticas de quienes desde su palabrería y retórica querrán vender la moto de que lo privado funciona, haciendo que lo público no sea rentable con artimañas legislativas.

Entendamos siempre que lo público, financiado con los impuestos de todos, tiene la premisa de satisfacer las necesidades de la ciudadanía en su conjunto, con independencia de su renta, para permitir el acceso a los servicios básicos que todo ciudadano debe disfrutar. Si los servicios públicos dejan de estar en manos de las administraciones, esos servicios terminarán siendo objeto del espíritu de empresa, de la búsqueda de beneficios económicos, y no de la rentabilidad social que deben tener. La defensa de lo público es fundamental si queremos que nuestra sociedad siga avanzando en educación, respeto, tolerancia, cultura…

Ahora toca esperar, y no hará falta siquiera el periodo de gracia de los 100 días para atisbar con clarividencia el rumbo que toma la Administración andaluza, pues los giros de timón vendrán impuestos desde Vox, que es quien terminará marcando los tiempos de un Gobierno que trae mucha letra pequeña en su prospecto, y del que saldrán muchos efectos secundarios, o daños colaterales , como diría Aznar, tan presente de nuevo en el PP de Casado. Estos son los nuevos (o reciclado, en el caso de Aznar) actores de la política andaluza y nacional. Volvemos al aznarismo, a la gomina y el varón dandy, a perfumes de antaño que con el tiempo se volvieron rancios, acabando podridos en su propia vanidad y soberbia.

No esperamos milagros en el devenir del Gobierno andaluz, pero sí espíritu crítico en los miles y miles de andaluces que se quedaron en su casa el 2-D y que con su pasividad dieron pie a un cambio de rumbo que de forma activa, yendo a votar, tendrán que retomar en cuatro años (esperemos que menos). Y si no, tiempo al tiempo.

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