Una primavera nueva

 

Al fondo de rincones escondidos
crecen flores ocultas entre hierba.
(…)
Tanta belleza vive, tanto amor…
Bajo la nieve sueñan los caminos
con los días azules del deshielo.

     Irene Sánchez Carrón

 

Ha vuelto a llegar la primavera, esta vez con lluvia de barro y calima, abriéndose paso entre la guerra, la pandemia y la huelga de camioneros, que ha dejado, en parte, desabastecidas las tiendas. Y parece que a la calle regresarán las procesiones y que, poco a poco, las cosas volverán a ser como antes eran. Llega para recordarnos que la vida es cíclica, que a todo invierno sucede la primavera y que no hay nada que la detenga. Guarda parecido con otras, pero esta primavera que acabamos de comenzar es única y no una primavera cualquiera. Viene para que nos desprendamos de abrigos y saquemos del armario ropa más ligera. Vuelve para demostrarnos rotunda que, donde había ramas secas, hoy hay hojas nuevas. Regresa como un milagro esperado, como una incontestable certeza, un canto a la vida, a pesar de las penas. Aparece con su corte de sensaciones, brotes de ilusiones y promesas, y con un cambio de hora que vuelve las tardes más largas y placenteras. Viene a no dejarnos vacías las manos, como Salinas dijera, a llenar el aire de marchas y saetas, y de olor a incienso, a azahar, a estación que se estrena.
Hay señales que nos hacen saber que está aquí: los almendros que florecen, las ganas de salir más, llenar terrazas, tomar cervezas… La vida vuelve a enseñarnos su mejor lección: que en todo invierno late la primavera y que esta, sean cuales sean las circunstancias, siempre llega. Y, tanta es su fuerza, que la vida se suele contar por primaveras. Deseos que languidecían adormecidos, con su llegada se despiertan y renacen cuando la vida, con todos sus encantos, se despliega y se despereza de melancolías otoñales y de inercias. Encierra en sus cuarteles al invierno, cambia el paso de los días y los alegra. Asoma la primavera y hasta la sangre más calmada se altera y se sacude de cansancios y dolencias. Como una inyección de esperanza, como un empujón de coraje, como un volver a empezar, de alguna manera. La primavera es la plenitud de la naturaleza, que renace cada año por estas fechas. Es la lluvia tan esperada que, por fin, llega; los días que se alargan y anuncian que el verano anda cerca.
Intentar acompasarnos a la llegada de la primavera no implica obviar que no todo es color de rosa en ella. La primavera no nos ciega. Dicen que es la estación del año en la que más gente decide abandonar este mundo. La vida, puesta a doler, no deja de apretar en primavera. Es imposible ignorar que muy cerca hay una guerra, que hay gente muriendo, sufriendo, llorando sus pérdidas. Aunque su belleza nos embelesa, el sufrimiento no cesa en primavera. Pero hay algo en el ser humano que se niega a doblegarse, que resiste dignamente, que no agacha la cabeza. Algo que le hace agarrarse a un clavo ardiendo sin pensar que se quema; una fuerza inusitada que le hace renacer de las cenizas de cualquier hoguera y volver, como Kipling, al comienzo de la obra perdida, aunque esta haya sido la de toda la vida. Como si de dentro surgiera, sorprendentemente, algo que nos alienta; como si, pese a todo, le perdonáramos a la vida sus afrentas y necesitáramos convencernos de que algo dentro de nosotros se renueva cada primavera, por raro y sorprendente que parezca.
A la primavera le han cantado sobradamente los poetas y se han compuesto sobre ella melodías diversas. Y cada cual seguro que entona cada marzo su canción particular, con su música y su letra. Abril – Carlos Cano lo dijo – vuelve a ser un mes para vivir, aunque nos lo roben al final, como cantó Sabina. Pero, de momento, aquí tenemos, por delante, toda una primavera nueva. Ojalá no la empañara la guerra ni la pandemia y saliéramos a la calle con ganas de sentir y vivir lo bueno que venga. Ojalá la podamos disfrutar sin miedo a que el sol salga por Antequera ni a que la suerte se tuerza. Vivirla como si nos fuera la vida en ella. Aguardar algo bueno de sus días, por si viniera. Su sola llegada ya mantiene la esperanza despierta. No dejemos que nada nos la arrebate. Urge que acabe la guerra y urge también vivir “con el alma del alma” esta primavera. ¡Vamos, entonces, por ella! Dejemos que la vida gratamente nos sorprenda, mientras aguardamos que lo mejor de ella suceda – ¿por qué no? – en esta primavera nueva.

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