Treinta años soñando en burro

Adebo ha conmemorado el trigésimo aniversario de su lucha por la conservación del burro con originalidad y un sentido vitalista y fraternal

Adebo ha cumplido treinta años. La Asociación para la Defensa del Borrico llega con buena salud a las tres décadas de “militancia borriquera”. Así denominó su fundador, presidente y alma máter, Pascual Rovira, a la “corriente de simpatía” por estos animales que él mismo ha pregonado a los cuatro vientos. Expresiones tan ingeniosas y mensajes como el de que “un mundo mejor es posible” han calado en el imaginario colectivo. A medio camino entre la utopía y el suelo que pisan en la Sierra de Rute se ha movido este funambulista de la palabra, con la barra de los sueños guardando un equilibrio de junco.

Al fin y al cabo, esa dualidad entre la realidad y el deseo ha sido siempre una Meca espiritual, la Ítaca vital de los seres humanos desde su origen. De ahí que su quijotesca visión del mundo acabe resultando creíble. No se puede ver más que a un idealista en quien asegura creer en una República Animalista cuya constitución esté redactada en el lenguaje de la música y la poesía; a un paranoico en quien oye una sinfonía en un rebuzno. Pero es la misma persona que se desnuda emocionalmente al tener que elegir un nombre propio de estos treinta años: “Mandela”.

Si Pascual Rovira no fuera un humano, si tuviera hocico y patas de équido, llevaría a gala llamarse como el burrito que sobrevivió a un cautiverio para convertirse en símbolo de la libertad. Poco importa si es verdad o fantasía que “Mandela” recobró la vista escuchando a Stevie Wonder. Lo cierto es que había recuperado algo más importante: su condición de ser libre. Ése, y no otro, es el gran legado de Adebo, el imán ideológico que ha atraído a tantos simpatizantes, arrieros de honor y medios de todo el mundo. Al salvar a un rucho, Pascual rescató al burro como especie de una extinción segura, lo redimió de su condición de siervo y lo elevó a los altares de la nobleza animal.

Tres décadas después, aún se emociona al recordarlo y aún aprende de sus compañeros de camino. Ha envejecido. Como un Michael Jackson rústico, su moreno de antaño “se ha degradado en rucio claro”. Pero su espíritu inconformista, que le llevó de la tienda de lencería familiar a la gran aventura asnal, mantiene la rebeldía juvenil de entonces. Sigue convencido de que el hombre no está por encima del animal, de que se necesitan como la tierra y el agua. Igual que hay un hermano asno, los cerdos, las cabras y los gatos que habitan en este “califato del rucho” surgido en las entrañas del Canuto son copartícipes de un mismo y maravilloso reino, expoliado por los propios humanos.

Sólo así se entiende que para celebrar este aniversario se oficiara el primer bautizo “humanoasnal” que se conoce. La niña elegida fue Ginebra, hija del periodista Eliseo García Nieto, coautor con el fotógrafo Desiderio Mondelo de esa Biblia del sentimiento borriquero que es “Hermano asno”. Con ella recibieron los anises bautismales la burrita “Tónica” y la cabra “Limón”, nombres metafóricos de un cóctel de hermandad que resume la filosofía de la asociación. Después, como fin de fiesta, vendría la música, en La Cuadra, sede de Adebo: con “El Koala”, con el quenista Checho Cuadros y el guitarrista Riber Oré, celebrando el Año Internacional de las Lenguas Indígenas. No tocaron la “Sinfonía para un burro”. En La Cuadra sonó la música libertaria de la vida.

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