El tiempo, maestro de la vida

“pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero”.

León Felipe

A mi apreciado Rafael Iturriaga Arcos,
hombre de imprenta,
que dejó impresos buenos recuerdos
en quienes disfrutamos
de su conversación y su amistad.
Descanse en nuestra memoria y en paz.

La pandemia ha afectado sin piedad a una generación que vivió tiempos difíciles, sin las comodidades de ahora. Es esa generación que cuenta cosas que hoy nos parecen increíbles de una vida que era infinitamente más sencilla: cómo disfrutaban al llegar la feria o las fiestas o estrenando ropa en días señalados, que tenían que ir a coger agua al pilar, que no había luz en la casa todo el día o cómo jugaban en mitad de la calle porque apenas pasaban coches; que el cabrero iba por las calles y ordeñaba en la misma puerta y se almacenaban tomates y melones para todo el año; o que las niñas iban a aprender a coser y era costumbre ir a ver a toda novia que se casara, o cómo había que remover el brasero de picón y que en verano se sentaban en la puerta de las casas hasta la madrugada, esa puerta que se abría por la mañana y se cerrada de noche, para acostarse.
Pese a vivir tiempos duros, cuando hablamos con personas de edad, llama la atención que, en general, recuerdan con agrado aquellos años, seguramente porque entonces tenían a sus padres al lado y la vida entera esperándoles, y porque les bastaba con muy poco para ser felices. Ahora, pasado el tiempo, buscan en invierno el consuelo del sol y en verano un refugio a la sombra. Les gustan los bancos del parque para charlar sin prisas ni horarios, pero es duro comprobar que muchos van faltando.
En un mundo que sobrevalora la juventud y quiere borrar con filtros en las fotos las huellas que el paso del tiempo deja, los mayores deberían ser toda una lección de vida porque son la verdad despojada de maquillaje, sin envolturas, la ternura encarnada en la debilidad. Pero, en una vida de prisas, la lentitud en el andar a la que obligan los años y el abandono de las fuerzas no parecen tener cabida. No nos damos cuenta de que haber vivido no se improvisa. Para hablar con propiedad de muchas cosas es preciso haber pasado por ellas. El Quijote no lo escribió un Cervantes joven. Los mayores tienen experiencia y eso no se adquiere a golpe de “click” del ratón del ordenador. Lo esencial de la vida no se aprende solo en los libros, ni en las enciclopedias ni en la “Wikipedia”. “Del viejo el consejo”, dice un refrán. Pero los mayores no son “influencers”, esas personas que supuestamente marcan tendencia y crean opinión en la sociedad, arrastrando a miles de seguidores. Escuchamos a cantamañanas que tuitean tonterías y a otros que van de intelectuales. Y, sin embargo, son las frases sencillas de las personas mayores las que suelen encerrar toda una filosofía de vida. La vida enseña a relativizarlo todo, como si el tiempo, al apremiar, invitara a sacudirse todo lo superfluo. Cumplir años ayuda a dar importancia a lo que la tiene y quitársela al qué dirán. Aprovechemos la sabiduría de los más mayores y su actitud de conformidad ante lo que venga, por adverso que sea.
Tiene que ser difícil encarar los días cuando los calendarios se agotan y ya todo parece dar igual, pero las personas mayores se contentan con poco, con tener las necesidades cubiertas y estar bien, en lo que quepa. Algunos, a su pesar, acaban en residencias. Otros están en su casa, con su soledad a cuestas, esperando visitas que no llegan. Debería ser obligación de todas las sociedades procurar que la última etapa de la vida fuera lo más tranquila y agradable posible para todo el mundo y que tuvieran pensiones dignas quienes no han hecho otra cosa que trabajar en lo que podían. No siempre es así.
Hermann Hesse, escritor alemán y Premio Nobel de Literatura en 1946, escribió su Elogio de la vejez. A lo largo de los siglos, filósofos y escritores exaltaron las virtudes de acumular años. Lo hizo Cicerón (De Senectute). Para Platón (La República) era precisamente en la edad provecta cuando virtudes como la prudencia, la discreción y el buen juicio alcanzaban su máximo esplendor. También Séneca (Cartas a Lucilio) glosó la mesura y la sabiduría como características de la última etapa de la vida.
Quizás sea suficiente ponernos en la piel de los mayores y pensar que nosotros lo seremos un día. Una sociedad que ignora y arrincona a la gente que va cumpliendo años demuestra a las claras su necedad y su falta de sensibilidad. Los mayores merecen nuestro cariño y empatía, aunque solo fuera porque, como dijo Serrat, “todos llevamos un viejo encima”. Basta reconocer que el tiempo y su transcurrir y quienes más han vivido son los mejores maestros de la vida.

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